Arrebató a los nazis el Arca de la Alianza, bebió agua del Santo Grial y en su última aventura parece que andan los extraterrestres de por medio. Henry Walton Jones Jr. (Princeton, 1 de julio de 1899) no es un arqueólogo al uso. El estudio del pasado es para él lo mismo que el periodismo para Superman, un pretexto para vivir al límite y hacernos disfrutar con una sucesión de persecuciones, mamporros y sorpresas mientras intenta dar con algún objeto extraordinario.
«Indiana Jones es el riesgo, la aventura y el conocimiento; por ese orden», indica Eudald Carbonell, arqueólogo de la Universidad Rovira i Virgili cuya escala de principios «es la inversa». El codirector de las excavaciones de Atapuerca recuerda cómo el protagonista queda definido en las primeras escenas de En busca del Arca perdida: después de salir de un templo peruano con un ídolo de oro, a la carrera delante de una inmensa bola de piedra, le vemos en clase en la Universidad de Marshall. «Es el sabio que viaja, que se mueve».
No todos los académicos son tan generosos con el héroe. «La arqueología de la trilogía de Indy es pseudoarqueología», afirma Bettina Arnold, antropóloga de la Universidad de Wisconsin, en su ensayo Pseudoarchaeology and nationalism. Destaca que la docencia apenas absorbe tiempo al doctor Jones: su actividad principal es saquear antigüedades a diestro y siniestro al margen de la legislación internacional y siempre entre puñetazos, disparos, latigazos y duelos. Es arqueológicamente incorrecto, pero funciona desde un punto de vista cinematográfico.
Cazador de reliquias
El día a día en un yacimiento consiste en rascar pacientemente el suelo con un cuchillo a la busca de piezas que, antes de trasladar al laboratorio, hay que situar milimétricamente en un plano y catalogar. Sobre el terreno, un trozo de cerámica o una concha perforada pueden causar entre los especialistas un revuelo inexplicable para el lego. «Una pieza humilde que nunca se expondrá en un museo puede darnos la solución a un problema histórico. Buscamos respuestas, no tesoros», explica el asiriólogo Juan Luis Montero Fenollós, profesor de la Universidad de La Coruña.
El trabajo de campo es el más conocido de los arqueólogos, pero es mucho más el que se hace antes entre libros, piezas y documentos, y después, cuando hay que ir más allá de la pieza propiamente dicha. Montero Fenollós anda desde hace cuatro años en Siria tras los restos de la ciudad de Dur-Yahdum-Lim. «Sabemos por textos cuneiformes que existía hacia 1800 antes de Cristo y que fue destruida por Hammurabi alrededor de 1700 aC». Los arqueólogos siguen el rastro del asentamiento desde hace 70 años y, ahora, Montero Fenollós cree haber dado con su posible emplazamiento en el valle del Éufrates. El área a excavar tiene 10 hectáreas y sólo podrá confirmar que los restos corresponden a Dur-Yahdum-Lim si topa con un texto alusivo. Puede que pasen años o que la respuesta no llegue nunca.
Frente a eso, Indiana Jones resuelve enigmas milenarios en segundos y recupera artefactos portentosos. Persigue el Arca de la Alianza, el cofre que habría guardado las Tablas de la Ley entregadas por Yahvé a Moisés, y el Santo Grial. Ningún arqueólogo de carne y hueso busca esas piezas, porque hay tantas pruebas de su existencia como de la del martillo de Thor, la espada Excalibur del rey Arturo y la caja de Pandora que ansía Lara Croft en Tomb raider: la cuna de la vida. Sin embargo, la existencia de esas reliquias en el universo de Indy favorece la creación de tramas trepidantes y la presencia de unos malos temibles y unánimemente despreciados.
«¡Nazis! ¡Odio a esos tipos!», admite el héroe en la aventura que compartió con su padre. Se enfrentó por primera vez a ellos en 1936, durante la búsqueda del Arca de la Alianza. Heinrich Himmler, comandante en jefe de las temibles SS, creó en el mundo real en 1935 una institución para, además de experimentar con humanos, desenterrar la superioridad histórica de la raza aria y darla a conocer. Se llamaba la Ahnenerbe y se dice que intentó dar con el Santo Grial y otras reliquias bíblicas, aunque hay historiadores que consideran esto último una ficción. Entre los aficionados españoles al esoterismo, corre la leyenda de que Himmler visitó Montserrat en busca de la copa de la Última Cena, pero es algo que no dan por cierto ni los monjes del monasterio catalán. Como tampoco ningún estudioso cree que el cajón de los Diez Mandamientos fuera una arma terrorífica, como comprueban, para su desgracia, los odiados enemigos de Indiana Jones.
«Soñador universal»
Fue el antisemita francés Robert Charroux quien, en su libro Cien mil años de historia desconocida (1963), habló del Arca de la Alianza como «un condensador eléctrico», citando una obra de 1948 en la cual Maurice Denis-Papin decía que se trataba de «una especie de cofre eléctrico capaz de producir poderosas descargas, del orden de los 500 a 700 voltios». Sin embargo, suele atribuirse el descubrimiento a Erich von Däniken, el hostelero suizo metido a perseguidor de extraterrestres que saltó a la fama con el libro Recuerdos del futuro (1968), en el cual se apropia de muchos de los postulados de Charroux y otros visionarios anteriores para llenar el pasado de extraterrestres. El pasado de los salvajes no europeos, claro.
Indiana Jones es un arqueólogo académico en un mundo de ficción en el que los delirios de Charroux, Von Däniken y su larga lista de imitadores se entremezclan con la realidad. Pero eso no impide a expertos de carne y hueso simpatizar con el personaje. «Es el arqueólogo más famoso del mundo, aunque nunca haya existido», dice Montero Fenollós. Como millones de espectadores, considera las aventuras de Indy «muy seductoras. Te atrapan del primer al último minuto». «Representa a un tipo de soñador universal. Persigue quimeras», puntualiza Carbonell, para quien estas películas «pueden haber influido en algunas personas para que se inclinen por la arqueología, pero la gente que luego continúa tiene algo más». Nadie sabe cuántos arqueólogos se han criado a los sones de la marcha de John Williams.
Reportaje publicado en el diario El Correo y en Magonia el 19 de mayo de 2008.