Un objeto pintado por Ventura Salimbeni en la iglesia de San Pedro, en Montalcino (Italia), ha sido interpretado por algunos ufólogos como una representación de un ingenio espacial. De aspecto metálico, es conocido como el Sputnik de Montalcino, por su parecido con el primer satélite artificial -lanzado hace hoy 50 años-, y forma parte del fresco La glorificación de la Eucaristía, realizado por Salimbeni para conmemorar el Año Jubileo de 1600. En la parte alta de la obra, están la Santísima Trinidad y una esfera, sobre la que vuela el Espíritu Santo en forma de paloma, de la que salen dos antenas que tocan con sus manos Jesús y Dios Padre. A los ojos del lego, el objeto que acompaña al trío divino recuerda al Sputnik, así que algunos ufólogos proclives a encontrar naves extraterrestres hasta en las pinturas rupestres se preguntan qué fue lo que Salimbeni vio en el cielo de la Toscana hacia 1600. Retóricamente, claro, porque ellos saben que fue una nave extraterrestre. Pero ¿qué es en realidad el Sputnik de Montalcino?
Lo mejor para entender este fragmento de la pintura es recurrir a la Historia del Arte. Es lo que hace el arquitecto italiano Diego Cuoghi en su artículo ‘Art and ufos? No, thanks, only art…’, donde explica que el misterioso objeto es, en realidad, un globo de la Creación, un elemento que simbolizaba el Universo y que es habitual en muchas pinturas de la época, con ligeras variaciones. El autor cita, entre otros ejemplos, La adoración de la Santísima Trinidad (1640), de Johan Heinrich Schonfeld, y la Fundación de la Orden de los Trinitarios (1666), de Juan Carreño de Miranda, cque pueden ver en el artículo de Cuoghi junto a otras obras similares. El autor destaca que lo más raro de la esfera de Montalcino es el objeto que se ve en la parte inferior izquierda, cerca del pie izquierdo de Jesús, que algunos han interpretado como un objetivo de una cámara. La verdad, dice, es que se trata de la Luna, como la luz brillante en la parte superior central de la esfera es el Sol, que para algo es una representación del Universo. ¿Y qué decir de las antenas? Pues que son cetros: el de Jesús, explica en el correspondiente artículo el periodista científico Mauricio-José Schwarz, está rematado con una cruz roja en símbolo de su sacrificio por la Humanidad.
Lean los trabajos de Cuoghi y de Schwarz. Encontrarán otros muchos ovnis que nunca han existido nada más que en la imaginación de los vendedores de misterios, como las nubes de El milagro de la nieve (1428), de Masolino da Panicale, que Javier Sierra convierte en naves extraterrestres; el capelo cardenalicio de Escenas de la vida monástica (1460), de Paolo Usccello, que Carmen Porter transmuta en platillo volante -«un objeto con forma de disco dotado de una pequeña cúpula central en lo alto y varios trazos a modo de estela con los que Paolo parece querer dar el efecto de una curva repentina», escribía en 2002 en Más Allá-; y una nube luminosa y tres estrellas, típicas de la simbología religiosa de la época, de La Señora con el Niño y San Juan, atribuida a Sebastiano Mainardi o Jacopo del Sellaio, que son convertidas en otros tantos ovnis por Bruno Cardeñosa en el mismo número de Más Allá y por Juan José Benítez en su libro Mis ovnis favoritos (2001), donde, como Cardeñosa, identifica la obra como de Filippo Lippi.
Como bien dice Schwarz, en el caso del Sputnik de Montalcino y de los otros platillos volantes con que los ufólogos llenan obras de arte como las citadas, «saber lo que uno está viendo hace fácil identificarlo, y sólo la ignorancia genera ovnis donde no hay nada raro, nada misterioso, nada para vender». El problema es que, si uno para aprender recurre a alguien que conozca la Historia del Arte, como Diego Cuoghi, puede quedarse sin cuento que contar.
Nota publicada en Magonia el 4 de octubre de 2009.