Bélmez, 36 años de caras

'La Pava', la más famosa de las caras de Bélmez, enmarcada y en una repisa. Foto: Gabriel Naranjo.
‘La Pava’, la más famosa de las caras de Bélmez, enmarcada y en una repisa. Foto: Gabriel Naranjo.

Una mancha de grasa fue el origen de todo. Apareció en el suelo de una cocina, y una mujer vio en ella un rostro. Así nacieron las caras de Bélmez en agosto de 1971. Medio año después, convertido el pueblo en el Roswell de la parapsicología española -con voces de ultratumba y todo-, la Prensa dictaminó que aquello era un fraude. Y el fenómeno cayó en el olvido hasta que Iker Jiménez se fijó en él. «¡Las caras de Bélmez son auténticas!», sentenciaba en un artículo que firmaba con su colega Lorenzo Fernández en la revista Enigmas en septiembre de 1997. El fallecido Fernando Jiménez del Oso, director de la publicación, aseguraba en el editorial que los dos periodistas aportaban «pruebas definitivas del carácter paranormal de las caras de Bélmez».

María Gómez Cámara, la descubridora de las caras, murió el 3 de febrero de 2004. El Ayuntamiento de Bélmez de la Moraleda quiso entonces hacer de su casa un museo para aprovechar el tirón turístico, pero los descendientes de la mujer pidieron por ella una millonada. Los parapsicólogos invadieron el pueblo y, a su paso, los rostros se multiplicaron convenientemente por inmuebles más asequibles. Un libro que relacionaba las teleplastias -así las llaman los parapsicólogos- originales con muertos de la Guerra Civil se convirtió en un bestseller y se extendió la idea, defendida por Jiménez y Fernández en su reportaje, de que el régimen franquista había montado una operación para echar tierra sobre el asunto. ¡Las caras de Bélmez habían resucitado!

«Una trola de colegio»

El reportaje de ‘Ideal’ con el que empezó la historia de las caras de Bélmez.
El reportaje de ‘Ideal’ con el que empezó la historia de las caras de Bélmez.

¿Pero qué hay de cierto en toda la historia del que ha sido considerado el mayor misterio de la parapsicología española? Casi nada, según el periodista Javier Cavanilles y el parapsicólogo Francisco Máñez, autores de Los caras de Bélmez (Ediciones Redactors i Editors), que la próxima semana llega a las librerías. «Es un misterio ridículo, divertido, curioso, cutre… Es todo muy loco. Son 36 años de tonterías«, dice Cavanilles. «Es una típica trola de colegio», remacha Máñez. Ellos lo tienen claro: «Si se hubiera descartado la explicación sobrenatural (milagrosa o parapsicológica) desde el primer momento, todo hubiera quedado en una broma. Por eso hay que preguntarse cómo es que una anécdota tan absurda ha durado tanto».

Al principio, fue una pareidolia. El 23 de agosto de 1971, María Gómez Cámara creyó ver una cara en una mancha del suelo de su cocina, como se ven formas en las nubes, en las mesas de mármol y en tantos otros sitios. Aquello montó tal revuelo en el pueblo que uno de sus hijos destruyó la imagen con una piqueta. De nada sirvió. A principios de septiembre, apareció en el mismo lugar otra -la conocida como La Pava-, que fue recortada y protegida tras un cristal. Y, en enero de 1972, surgió en el mismo sitio una tercera cara, más tosca, que fue recortada y tirada a la basura. El fenómeno era ya imparable.

Una información periodística, publicada en el diario granadino Ideal el 16 de septiembre, hizo que el fenómeno sobrepasara los límites de Bélmez. «Un rostro que aparece y desaparece en un fogón», decía el título. Habían pasado tres semanas desde el descubrimiento de la primera cara en la casa de Juan Pereira y María Gómez Cámara y ya florecían varios negocios en torno al misterio: la familia cobraba la voluntad por entrar en la casa, se montaban viajes organizados y la mujer vendía fotos de La Pava a 10 pesetas la unidad (el periódico costaba 5 pesetas entre semana y 6 los domingos). «Nadie ha sacado mucha pasta con las caras de Bélmez. Nadie se ha llevado todo lo que esperaba», dice Cavanilles.

‘Pueblo’ llega al pueblo

«Este caso lo monta realmente Emilio Romero (director de Pueblo). Sin Emilio Romero, ahora no estaríamos hablando de este asunto», mantiene Ramos Perera, en la época presidente de la Sociedad Española de Parapsicología, en una entrevista reciente concedida a Cavanilles y Máñez. Tras dedicar a las caras tres informaciones a finales de enero y principios de febrero de 1972, Pueblo envió a Bélmez a Antonio Casado. Su serie de reportajes ‘Las caras hablan’, publicados entre el 14 y el 24 de febrero, elevó las caras a la categoría de misterio nacional. «Yo no me inventé nada, pero sí puede decirse que todo el revuelo que acabó montándose fue por mis reportajes», recuerda el comentarista político, entonces un reportero de 24 años, «lo que hoy llamamos un becario».

El parapsicólogo Germán de Argumosa recorre las calles de Bélmez. Foto: Antonio Casado.
El parapsicólogo Germán de Argumosa recorre las calles de Bélmez. Foto: Antonio Casado.

Casi al mismo tiempo que él, hizo su entrada triunfal en el pueblo Germán de Argumosa, un parapsicólogo al que siempre ha gustado que le llamen profesor, aunque carece de estudios superiores y nunca ha dado clase en una universidad. Argumosa creía que las caras eran un fenómeno originado en el Más Allá y se puso a grabar voces de ultratumba, psicofonías. Dijo que lo había conseguido y Pueblo se hizo eco de ello. Sin embargo, casi nadie creía en Bélmez en las voces de los espíritus porque Argumosa las grababa en habitaciones llenas de gente que no paraba de hablar. Otro parapsicólogo, Joaquín Grau, achacaba el fenómeno de las caras a una concentración de energía que canalizaría la dueña de la casa. «Cualquier afirmación, por estrafalaria que pareciera, merecía ser publicada», escriben Cavanilles y Máñez.

La tirada de Pueblo creció en 50.000 ejemplares gracias a las caras, y pronto acudieron a Bélmez otros diarios a hacerse con su parte del botín. Sin embargo, el 21 de febrero, la historia dio un giro radical: un artículo de Julio Camarero apuntó al fraude en el diario de Emilio Romero y El Alcázar publicó un reportaje en la misma línea. A partir de ahí, el misterio se fue abajo. «Me llamó Emilio Romero al despacho y me dijo: «Antonio, me ha llamado el ministro y esto hay que pararlo»», recuerda Casado, quien cree que la creciente histeria puso nerviosos a algunos dirigentes.

La Operación Tridente

El joven periodista desempolvó entonces las teorías del químico que le asesoraba, se hicieron análisis y se concluyó que las caras habían sido pintadas con sales de plata. Otros diarios siguieron defendiendo la autenticidad del fenómeno, pero el declive fue imparable. Las caras de Bélmez acabaron arrinconadas en las revistas esotéricas. Cuando Iker Jiménez y Lorenzo Fernández resucitaron el enigma en 1997 argumentaron que su final se debió a «una operación oculta que tuvo como único objetivo aniquilar el misterio», que ellos bautizaron como Operación Tridente. Cavanilles y Máñez afirman que esa conspiración, de la que no hay ninguna prueba documental, es un invento de Jiménez del Oso, director de la revista Enigmas, y Casado tampoco cree en ella: «Lo de la Operación Tridente es una chorrada».

Todos los análisis químicos hechos a restos de las caras de Bélmez a lo largo de los años han confirmado el fraude. «Son manchas retocadas», explica Máñez, quien añade que al principio lo fueron con sales de plata y luego con carbón, lápiz y otros medios. Los actores también variaron con el paso del tiempo. Casado señaló en Pueblo a dos culpables: Miguel Rodríguez, el fotógrafo que tenía a medias con los Pereira el negocio de venta de fotos, y su hijo Jesús Miguel, pintor. Después, vendrían otros. ¿Y María Gómez Cámara?

«Ella tuvo que saber en todo momento lo que estaba pasando», coinciden los autores de Los caras de Bélmez. Están convencidos de que su libro no pondrá el punto final a esta historia. «Dentro de unos años, una nueva generación caerá en la trampa, como pasa con el monstruo del lago Ness, Roswell…», augura Mañez.


Miguel Chamorro, en una foto familiar, el guardia civil con el bigote retocado en 'Tumbas sin nombre' y 'La Pava', la más famosa de las caras de Bélmez.
Miguel Chamorro, en una foto familiar, el guardia civil con el bigote retocado en ‘Tumbas sin nombre’ y ‘La Pava’, la más famosa de las caras de Bélmez.

¿Muertos de la Guerra Civil?

El libro sobre las caras de Bélmez que mejor ha funcionado es Tumbas sin nombre (2003). Obra de Iker Jiménez y Luis Mariano Fernández, vincula el fenómeno con la Guerra Civil. Los autores defienden que algunos rostros corresponden a familiares de María Gómez Cámara muertos durante el asedio al santuario de la Virgen de la Cabeza.

Los periodistas admiten en el libro que, para dar con el parecido, en unos casos manipularon las dimensiones de la cara de cemento de turno, en otros la invirtieron horizontalmente y en algunos hicieron ambas cosas. Es decir, jugaron con un programa tratamiento de imágenes hasta conseguir que los rostros encajaran con lo que querían. Gerardo García-Trío, miembro del Círculo Escéptico, organización que ha colaborado con Cavanilles y Máñez, recabó la opinión de un forense que quitó cualquier valor al estudio: «Esto es muy fácil de hacer. Sólo hay que tener caradura y muy poca vergüenza. Es gente sin escrúpulos que se inventa un cuento y lo adorna con un poco de pseudociencia». «Esas caras no son mi familia. ¡No pueden ser! Es como si mi cara la ponen comparándola con otra. Con esto de los ordenadores igual todo es posible», dijo María Gómez Cámara cuando Jiménez y Fernández le presentaron la comparativa.

El dictador Francisco Franco, uno de los protagonistas del fenómeno de Bélmez.
El dictador Francisco Franco, uno de los protagonistas del fenómeno de Bélmez.

El episodio más grotesco del estudio es el que se refiere a la semejanza entre la más famosa de las caras, La Pava, y el guardia civil Miguel Chamorro, cuñado de la mujer. Se basa en una foto del militar que fue manipulada para ponerle un bigote y una boca que no eran los del original. Las pruebas están en Tumbas sin nombre, donde en una foto familiar aparece el guardia con el bigote engominado con las puntas hacia arriba. Para la comparativa con La Pava, se cogió esa imagen y se le puso un bigote con las puntas hacia abajo. Así, los dos rostros tenían un aire

Cavanilles y Máñez afirman que ese trabajo se basa en un programa de televisión protagonizado en febrero de 2003 por el Ricard Bru, en el que el showman relacionó las caras con la Guerra Civil. Los analistas de Bru hicieron lo mismo que los de Tumbas sin nombre, incluido el cambio del bigote. «Bru aclaró arbitrariamente que aquello era para imitar cómo tendría los bigotes en el momento de la muerte (…). Por lo que se ve, no le había crecido la barba, ni las patillas, ni el pelo en general, sólo un bigote bien cuidado, aunque sin gomina», escriben los autores de Los caras de Bélmez. Jiménez -con quien este periódico ha intentado hablar sin éxito- y Fernández no advirtieron de la jugada a sus lectores.

Tampoco suele ser habitual recordar que en la cocina de Bélmez han aparecido los rostros de Francisco Franco e Isabel Preysler, entre otros personajes cuya presencia resulta difícil de justificar para los partidarios de lo sobrenatural.

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Método casero para fabricar ‘teleplastias’

'Gnomo de Bélmez', creado por Francisco Máñez con su método de fabricación de 'teleplastias'. Foto: Francisco Máñez.
‘Gnomo de Bélmez’, creado por Francisco Máñez con su método de fabricación de ‘teleplastias’. Foto: Francisco Máñez.

Cualquiera puede hacer caras de Bélmez. «Sólo hacen falta un suelo de cemento y agua, aceite y vinagre. Así, en los posibles análisis no saldrá ni rastro de pintura, como pasa en algunas caras de Bélmez de los años 90», explica Francisco Máñez.

Se moja el suelo y, antes de que se seque, se buscan caras en las manchas de agua y se remarcan sus rasgos con agua, aceite y vinagre. Si se hace con agua, la imagen tendrá menos fuerza. Si se hace con otra sustancia, resaltará más. «En el fondo, de lo que estamos hablando en Bélmez es de un intento de aprovechar unas manchas en el suelo para hacer caja», dicen Cavanilles y Máñez.

Los periodistas esotéricos han defendido que la existencia de un nexo sobrenatural entre María Gómez Cámara, que haría aparecer las caras, y los rostros se demostraba en que, cuando ella estaba enferma, las imágenes se debilitaban. Los autores de Los caras de Bélmez creen que existe conexión, pero mundana: cuando la mujer estaba mala, no podía cuidar -remarcar y repintar- las figuras y, por eso, éstas se iban desvaneciendo.

Reportaje publicado en el diario El Correl y en Magonia el 19 de mayo de 2007.