«Es fantástico que los hombres primitivos del Magdaleniense, equipados con hachas de piedra y vestidos con pieles de animales, pudieran, simplemente con el poder de su imaginación, concebir objetos tan parecidos a máquinas erguidas sobre cuatro patas, equipadas con antenas y escalerillas, y exhibiendo superestructuras geométricas», escribía Aimé Michel en la revista Flying Saucer Review en noviembre de 1969. El ufólogo francés contaba, en un artículo titulado «Palaelolithic ufo-shapes» (Formas de ovnis paleolíticas), que había descubierto en algunas cuevas del arco franco-cantábrico –El Castillo y Altamira, entre otras– representaciones de lo que le parecían platillos volantes. Lo que los prehistoriadores denominan claviformes y tectiformes, signos cuya interpretación es todavía hoy objeto de debate entre los expertos, eran para él naves espaciales como las que protagonizan titulares de prensa desde junio de 1947, cuando Kenneth Arnold vio el primer platillo volante.
Comienzo del reportaje publicado en la revista Muy Interesante (edición coleccionista), «Paleoarte».
Nota publicada en Magonia el 17 de enero de 2022.