La ‘sabanasantología’ exige fe y tiene la bendición científica de la Universidad de Valencia

El metropolitano Hilarión de Volokolamsk, presidente del Departamento de Relaciones Exteriores del Patriarcado de Moscú y toda Rusia, dirige los maitines ante la sábana santa el 17 de mayo de 2010. Foto: acor-cannes.
El metropolitano Hilarión de Volokolamsk, presidente del Departamento de Relaciones Exteriores del Patriarcado de Moscú y toda Rusia, dirige los maitines ante la sábana santa el 17 de mayo de 2010. Foto: acor-cannes.

El arzobispo de Valencia, Carlos Osorio, animó el lunes a los participantes en el I Congreso Internacional sobre la Sábana Santa en España a «seguir investigando y dándonos datos importantes para que podamos conocer mejor esta reliquia que nos remite a Nuestro Señor Jesucristo». El prelado, que clausuró el encuentro en la Facultad de Medicina de la Universidad de Valencia, destacó el hecho de que éste se hubiera celebrado «en un ámbito público y universitario, con científicos». Minutos antes, el presidente de las Cortes Valencianas, Juan Cotino, había hecho su particular profesión de fe diciendo que en ese congreso había hablado «el mundo científico», felicitándose de que se hubieran podido escucharse «con argumentos científicos realidades» que, para los creyentes, «conducen a Jesucristo». Alto y claro mensaje a los escépticos: no importa lo que diga la ciencia, nosotros haremos nuestra particular lectura religiosa de los hechos para que acaben diciendo lo que queremos. ¿Porque qué dice la ciencia sobre el sudario de Turín?

A día de hoy, los únicos estudios científicos hechos sobre la sábana santa -los del microanalista forense Walter McCrone y el análisis del radiocarbono de 1989- han resultado devastadores para la sindonología. En 1979 y 1980, McCrone no detectó en la tela ni una gota de sangre y sí muestras de bermellón y rojo de rubia, pinturas utilizadas en la Edad Media, y auguró que, si algún día se hacía la prueba del carbono 14, ésta dictaminaría que había sido confeccionada entre «el 14 de agosto de 1356, diez años más o menos». Vittorio Pesce, antropólogo de la Universidad de Bari, mantenía meses antes de la datación por radiocarbono que la reliquia había sido fabricada entre 1250 y 1350. Ambos expertos se basaban para dar esas fechas en la iconografía, los materiales y las técnicas empleadas por el artista, y en que nada se sabía de la supuesta reliquia antes de su aparición en Francia a mediados del siglo XIV. Dieron en la diana. La prueba del carbono 14, realizada en 1988 por tres laboratorios independientes de Estados Unidos, Reino Unido y Suiza, fechó «el lino del sudario de Turín entre 1260 y 1390 (±10 años), con una fiabilidad del 95%».

Afirmaciones sin pruebas

Desde la publicación de los resultados del radiocarbono en la revista Nature, los sindonólogos han centrado sus esfuerzos en desacreditar dicha prueba en sus congresos y en los medios, aunque no han publicado en ninguna revista científica investigación alguna que invalide la datación de 1988. Y tengan en cuenta que hay muchas otras evidencias que dejan claro que la sábana santa es una falsificación medieval. Afirmaciones como la del químico Robert Villarreal, quien dijo el lunes en Valencia que la muestra empleada para el carbono 14 contenía «algodón, el cual no existe en absoluto en la tela de lino original», presuponen que los encargados de cortar la pieza hace veintidós años, bajo la supervisión del Vaticano, actuaron de mala fe y que los investigadores de los tres laboratorios implicados estaban compinchados. Conspiranoia en estado puro.

Además, ¿cómo ha llegado Villarreal a esa conclusión -que había algodón- si el método de análisis conllevó la destrucción total de las muestras? Si tiene pruebas de lo que dice, que las presente en una revista científica, que es donde hay que hacerlo. Y lo mismo cabe decir del anuncio de Marzia Boi, bióloga de la Universidad de las Islas Baleares que asegura haber encontrado en la tela restos de «ungüentos y flores que se utilizaban para ritos funerarios hace 2.000 años». Hasta que no se demuestre lo contrario en una publicación con revisión por pares, el hallazgo de Boi es equiparable al del reverendo Francis Filas, que veía monedas romanas en los ojos de la figura de la sábana, donde nadie más las encuentra, y al de Max Frei, palinólogo suizo que aseguró en su día haber encontrado en el sudario  polen de plantas de Oriente Próximo, descubrimiento que tampoco fue corroborado.

Naturalmente, es mucho más fácil hacer afirmaciones extraordinarias en reuniones de creyentes como la de Valencia, con misa dominical incluida a cargo del arzobispo, que aportar pruebas que las apoyen. Es mucho más fácil utilizar medios de comunicación para seguir mintiendo sobre la vinculación de la NASA con la falsa reliquia, cuando la agencia espacial estadounidense nunca la examinó, que presentar argumentos y evidencias a favor de lo que se sostiene y que dictamine la ciencia. Es mucho más fácil resucitar periódicamente la trola de que Willard Libby, nobel de Química en 1960 por el descubrimiento del método de radiocarbono, dijo en 1989 que el análisis se había hecho mal, cuando había muerto nueve años antes, que demostrar la invalidez de esa prueba. Por cierto, de quien primero escuché esta mentira fue de Celestino Cano, presidente en 1989 del Centro Español de Sindonología (CES), entidad organizadora del congreso valenciano. Es a estos pseudocientíficos a los que ha bendecido estos días, además del Arzobispado de Valencia, la Universidad valenciana con la concesión de dos créditos de libre elección a quienes han acudido al encuentro.

Nota publicada en Magonia el 2 de mayo de 2012.


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