‘Extraterrestre’: una ficción postufológica

Julián Villagrán, en un fotograma de 'Extraterrestre', película de Nacho Vigalondo
Julián Villagrán, en un fotograma de ‘Extraterrestre’, película de Nacho Vigalondo

Extraterrestre es una ficción postufológica. En la película de Nacho Vigalondo, de la noche a la mañana, inmensos platillos volantes aparecen sobre las ciudades. Su presencia altera la vida de todos los humanos y, obviamente, la de los protagonistas de la historia; pero no importa cuál es el aspecto de los visitantes, ni de dónde vienen ni para qué. Vigalondo pone la invasión alienígena como telón de fondo del escenario en el que transcurre la acción y, por eso, los extraterrestres están siempre presentes. ¿Es una película de ciencia ficción? Sí, es un cruce entre comedia y ciencia ficción, y una cinta en la que el cineasta cántabro retrata indirectamente en lo que ha degenerado la ufología.

La creencia en los platillos volantes alcanzó su máxima popularidad a finales de los 70, unos treinta años después de las primeras visiones de objetos no identificados en Estados Unidos. Los ufólogos dignos de tal denominación -no los mercaderes de misterios que acabaron apoderándose del credo- todavía hacían ingenuas clasificaciones de naves y alienígenas, se preguntaban por las intenciones de los visitantes y su origen, que cada vez se alejaba más en el espacio, y, por supuesto, renegaban de las historias de abducciones y platillos estrellados por increíbles. Quedaba todavía una cierta cordura en el colectivo y hasta los encuentros del tercer tipo -con los tripulantes de los ovnis- eran vistos con recelo. Si hay una película que resume lo que fue la ufología es Encuentros en la tercera fase (1977), de Steven Spielberg, el largometraje que acabó imponiendo culturalmente el prototipo actual de alienígena: gris, flacucho, cabezón y con grandes ojos almendrados.

Empecé a interesarme por los ovnis en aquellos tiempos. Una época que Vigalondo no vivió, ya que nació el mismo año en que se estrenó la cinta de Spielberg. Sin embargo, después de haber hablado con él del tema un par de veces, y por lo que le he leído, sé que es de mi quinta platillista, de la de Encuentros en la tercera fase, y que lo que vino después le apartó de la ufología porque ésta perdió todo el romanticismo. Al verla anteayer, intuí en Extraterrestre ese desengaño, aunque trasladarlo a la pantalla no haya sido el principal objetivo del cineasta.

«Hay mucho desencanto en la película, y supongo que la instrumentalización que hacen los personajes de lo fantástico es fruto de ello. Raúl Cimas es el único que se hace las preguntas que se harían los protagonistas de Encuentros en la tercera fase, y el pobre acaba más confundido que ninguno», me ha explicado Vigalondo cuando le he enviado un borrador de esta anotación. Que los personajes de su película no se pregunten en ningún momento de dónde proceden ni cómo son los visitantes, que tampoco les inquiete mucho el porqué y que caigan en la paranoia de ver infiltrados por todos lados -aunque en algún caso sea por utilidad sexual- es un reflejo de la ufología más delirante, la que acabó imponiéndose a finales del siglo pasado.

La ufología perdida

En los años 80, la ufología empezó a llenarse de abducidos, visitantes de dormitorio, sexo con extraterrestres, sondas anales, platillos estrellados y conspiraciones de todo tipo, desde proyectos de hibridación hasta magnicidios como el de Kennedy. Chris Carter reflejó esa realidad en Expediente X. Los ufólogos que no comulgaban con tanta locura -ni siquiera para hacer negocio- acabaron derivando hacia posiciones escépticas mientras un tsunami de chifladuras arrasaba cualquier resto de racionalidad en el mundo de los ovnis y la conspiranoia se apoderaba de sus representantes más populares, como pasa con los personajes creados por Vigalondo. Hace tiempo que en el mundo real se superó el debate sobre si los visitantes son de Venus, Alfa Centauri o la galaxia de Andrómeda. Como en Extraterrestre, donde aparecen y ya está. Ahora, los alienígenas pueden venir de cualquier parte: un universo paralelo, otro tiempo o lo que sea; de dónde es lo que menos importa.

La obsesión de los ufólogos actuales -y me refiero a los que el gran público conoce como tales- es la conspiración: ven infiltrados de los Gobiernos y las agencias de espionaje por todos lados. «Mis detractores suelen hacer más ruido que mis lectores, porque son fanáticos. No están bien informados. Se trata de intoxicadores profesionales, gente pagada por los servicios de inteligencia o tontos útiles. Y lo puedo demostrar», decía Juan José Benítez en 2003, por ejemplo. Todavía estamos esperando las pruebas, como tantas veces ha pasado con el novelista navarro. Los ufólogos ya no responden a las críticas y preguntas de los escépticos, sino que los convierten en partícipes de una conspiración por ellos inventada para que el público siga tragándose sus cuentos. Lo mismo que hacen los protagonistas de Extraterrestre.

En la película de Vigalondo, dos de los personajes recurren a esa artimaña para alcanzar su carnal objetivo. Es lo que llevan haciendo desde hace años los ufólogos cuyo único objetivo es hacer caja con sus ficciones. Por eso, para mí, Extraterrestre es una obra postufológica, entendiendo la ufología como lo que era hasta los años 80. Por supuesto, se trata de ciencia ficción porque ¿acaso no es el gigantesco platillo suspendido sobre Madrid el detonante de todo, el que hace que los protagonistas se vean obligados a convivir y les lleva, indirectamente, a hacer lo que hacen? Y, encima, te ríes. ¿Se puede pedir más en unos tiempos en que el desánimo se ha apoderado de muchos de nosotros?

Reseña publicada en Magonia el 4 de abril de 2012.


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