Un amigo me comentó ayer una noticia extraordinaria: hay un museo en Londres que expone restos de especies negadas por la ciencia. «Ya sé dónde voy a ir en mi próximo viaje a la ciudad», me dijo. «Y yo», pensé a la vista de varias fotos. Cuando pinché el enlace, las expectativas fueron todavía mayores: resulta que el Museo Merrylin de Críptidos tiene en su colección osamentas de dragones, vampiros, hadas, gnomos, elfos… Contaban en la información periodística que se descubrieron en 2006 en un sótano sellado de la capital británica. Definitivamente, tenía que visitar ese museo, lo mismo que hago con varias librerías ocultistas londineneses en cuanto tengo oportunidad.
Así que, desde la noticia que hablaba de la institución, salté a la web del centro para saber dónde estaba y cómo era posible que no me hubiera enterado antes de su existencia. Ahí llegó mi primera decepción. No, no me decepcionó que, de magnífica apariencia, los restos óseos fueran evidentes montajes. Eso ya lo suponía. Me decepcionó que no existía la información básica que suele contener una web de una institución, por muy loca que sea ésta. No sólo no había una dirección física, sino que además, cuando accedías a la página de contacto, te indicaban que «la colección y todos los personajes son de la exclusiva propiedad de Alex CF», que no se puede visitar y que mejor no te pongas en contacto con ellos si les vas a preguntar si la colección es real. En este último caso, «por favor, ahórrate el esfuerzo», advierten.
En otro apartado de la web, explicaban que la colección es el legado del criptonaturalista y xenoarqueólogo Thomas Merrylin, un científico real, decían. No leí más. Almaceno entre las orejas muchos datos poco convencionales, incluidos los nombres de decenas de modernos galileos, desde el pionero Charles Fort hasta Charles Berlitz y más acá, pero nunca había oído hablar del profesor Merrylin. Era lógico, porque no existe. Una rápida búsqueda en Internet revela que su nombre sólo aparece relacionado con el citado museo y que todo es un montaje de Alex CF, un «escritor, ilustrador y escultor» británico, además de cantante en varias bandas. Thomas Merrylin, el Museo Merrylin de Críptidos y todos sus bichos y objetos son creaciones de este artista, al estilo de instalaciones de Joan Fontcuberta como el cosmonauta fantasma.
Los rumores, las noticias falsas y los montajes como el de Alex CF pueden llevarnos a equívoco. Para evitarlo o minimizar la probabilidad de que algo así ocurra, nada mejor que seguir los pasos de la infografía que acompaña a estas líneas, obra de la Federación Internacional de Asociaciones de Bibliotecarios y Bibliotecas (IFLA). Describe los pasos que hay que seguir a la hora de comprobar la autenticidad de una historia, desde tener en cuenta la fuente -no es lo mismo una revista esotérica que una científica- hasta consultar con especialistas -como los de Snopes, que explican el montaje del Alex CF-, pasando por comprobar si el autor es un tipo fiable -no, Iker Jiménez, Javier Sierra y Enrique de Vicente no lo son-, consultar otras fuentes que hablen del tema y tener en cuenta que todo puede ser una broma -como el Museo Merrylin de Crípticos y el estudio que demuestra que mirar los pechos femeninos alarga la vida del hombre-, un montaje de una empresa para conseguir publicidad gratuita -como el meteorito letón de 2009 y los falsos ovnis de Terra del mismo año-, una invención o tergiversación periodística -como el uso de videntes por la Ertzainta y la pérdida total de hielo de Groenlandia– o uno de las innumerables fantasías del mal llamado periodismo del misterio, como la base extraterrestre de la Luna de Juan José Benítez, las dos muertes de García Lorca de Juan jesús Haro Vallejo y la conspiración de Alternativa 3 de Fernando Jiménez del Oso.
Información publicada en Magonia el 17 de mayo de 2017.