Los corazones de los caminantes sobre las brasas están sincronizados con los de los parientes y amigos que asisten al espectáculo, pero no con los del resto del público, según un estudio publicado esta semana en la revista Proceedings of the National Academy of Sciences (PNAS). La investigación, dirigida por la neurocientífica danesa Ivana Konvalinka, demuestra que hay una especie de excitación sincronizada entre los miembros de un grupo, aunque no exista una acción sincrónica. A diferencia de los desfiles, cánticos y bailes colectivos, el ritual de caminar sobre las brasas conlleva que sólo una parte del grupo ejecuta la acción, mientras que el resto asiste como espectador. Y el trabajo cuyos resultados publica PNAS demuestra que, aún así, existe una sincronización emocional y física entre ambos subgrupos, los caminantes sobre las brasas -que suelen llevar a algún pariente encima- y los familiares y amigos que les ven pasar descalzos sobre el fuego.
Kovalinka, investigadora de la Universidad de Aarhus, y sus colaboradores eligieron San Pedro Manrique (Soria) para poner a prueba la hipótesis de que en un colectivo podría haber una especie de excitación sincronizada basada en lazos afectivos y que podría detectarse fisiológicamente. En la medianoche del 23 de junio, en la fiesta de El Paso del Fuego, habitantes del pueblo caminan por un pasillo de brasas de 7 metros de longitud, con una temperatura superficial de 677º C, ante unos 3.000 espectadores. Para probar su hipótesis experimentalmente, los científicos decidieron medir el ritmo cardiaco de los pasadores -como se les llama en la localidad- y el público, con sorprendentes resultados. Andar sobre las brasas y no sufrir graves quemaduras no requiere, por cierto, de ningún poder extraordinario: sólo hay que hacerlo con paso firme -sin parar en mitad del pasillo de fuego- y confiar en la física.
Durante la celebración del solsticio de verano en San Pedro Manrique, los investigadores registraron la actividad cardiaca de doce pasadores; nueve espectadores relacionados con, al menos, uno de los anteriores; y otros diecisiete miembros del público foráneos, sin vínculos afectivos con ningunos los primeros. Cada uno llevó adosado al pecho un medidor del ritmo cardiaco que tomaba datos cada 5 segundos. Los científicos descubrieron que los corazones de los dos primeros subgrupos -los pasadores y sus parientes y amigos- estaban sincronizados antes, durante y después de la caminata sobre las brasas: pero no ocurría eso con los de los turistas, que no sienten el ritual como algo propio. Los datos apuntan, indican en PNAS, a que la cohesión del grupo que favorecen los rituales sociales no precisa que todos los miembros del colectivo participen activamente en la ceremonia. «Es sólo un estudio; pero es un gran estudio», ha declarado a The New York Times el psicólogo Michael Richardson, de la Universidad de Cincinnati. Y el antropólogo Richard Sosis, de la Universidad de Connecticut, lo considera «muy emocionante» porque contradice la idea de que los rituales sólo propician la cohesión grupan si los participantes comparten aciones, movimientos, cánticos y ritmos.
Información publicada en Magonia el 4 de mayo de 2011.