Los alienígenas somos nosotros

'Casi ovnis', de Robert Sheaffer.
‘Casi ovnis’, de Robert Sheaffer.

Me pasó cuando tenía unos veinte años, a principios de la década de 1980. Era de noche. Estaba en la cama, en el dormitorio que compartía con mi hermano menor. En el piso vivíamos siete personas: mis padres, mi abuela materna, mis dos hermanas pequeñas, mi hermano y yo. De repente, vi una sombra en el pasillo por el claro que dejaba la puerta entornada. Supuse que alguien iba al baño. La sombra se convirtió en una silueta que se asomó a nuestro cuarto. «Mamá o papá, para ver si los chicos estamos dormidos», pensé. Abrió la puerta, entró en la habitación y no era ni mamá ni papá. El individuo llevaba el brazo derecho levantado y empuñaba lo que parecía un cuchillo. Estaba aterrado. Intenté moverme. No pude. Intenté gritar. No pude. Pasó a los pies de la cama de mi hermano y se dirigió hacia mí. Llegó a mi lado, levantó el cuchillo y, cuando la punta me tocó el pecho, desperté bañado en sudor. No grité ni hice ningún ruido. Me senté en la cama. Mi hermano seguía dormido. Pasados unos segundos, me tumbé y cerré los ojos como si nada.

Mi interés por los ovnis hizo que supiera casi inmediatamente lo que había pasado. Había tenido una alucinación hipnagógica, un tipo de pesadilla que puede darse en la transición de la vigilia al sueño. Estás paralizado. Crees estar despierto, pero no es así, y lo que ves, oyes y hasta tocas es tan real que puede ser aterrador. Pocos meses antes había leído sobre la parálisis del sueño y las visiones hipnagógicas e hipnopómpicas –las que ocurren entre el sueño y la vigilia– en la revista de una organización ufológica estadounidense.1 No conocía el fenómeno y me sorprendió. Me parecía una explicación plausible para algunas vivencias extrañas de las que había oído hablar. En los años siguientes, episodios como el que viví propiciaron el bum de los visitantes de dormitorio y de las abducciones. Personas que habían vivido experiencias como la mía acudían a ufólogos que las hipnotizaban y sacaban a la luz supuestos recuerdos reprimidos de encuentros con alienígenas, en realidad, memorias falsas implantadas por los pseudoterapeutas.

«Es muy importante recordar que la materia prima para el estudio del fenómeno OVNI no son los propios OVNIs, sino los informes sobre OVNIs», dejó escrito Josef Allen Hynek (1910-1986). Y añadió: «Los informes son hechos por personas que a menudo se equivocan sobre lo que observan».2 Hynek estaba en lo cierto, pero aun así daba «validez subjetiva» a esas experiencias cuando los testigos pertenecían a determinados colectivos, eran respetados en su comunidad y no tenían motivos aparentes para mentir. En la ufología setentera en la que crecí, había individuos –pilotos, militares y agentes de la autoridad– cuyos testimonios se consideraban fiables. Eran los testigos de élite. Algunos ufólogos todavía hoy los creen infalibles. Luego estábamos el resto, incluido aquel joven universitario de Bilbao que vio algo extraño en su dormitorio y al que salvó del pánico una lectura sobre trastornos del sueño en una revista ufológica.

El mito ovni se edificó en la segunda mitad del siglo XX sobre la presunción de que los testigos habían vivido lo que decían haber vivido. Con el testimonio en el centro del tablero, primero llegaron los platillos volantes, luego aterrizaron y al final sus tripulantes secuestraron a humanos. Eran historias increíbles narradas muchas veces por personas dignas de todo crédito, se destacaba. Muchos ufólogos han pasado por alto que nuestros sentidos son muy limitados, que lo que vemos y escuchamos lo interpretamos a veces según nuestro bagaje cultural, sesgos y creencias, y que nuestros recuerdos son constantemente recreados y proclives a resultar contaminados por aportaciones de otros, incluido el interrogador que busca historias que corroboren aquello en lo que cree. Por no hablar de que los humanos mentimos, nos inventamos cosas, alucinamos y sufrimos enfermedades que nos confunden. Además, no existen los testigos de élite; todos somos poco fiables. Sin embargo, en la ufología no se duda del testigo excepto en casos extremos y así pasaron a la historia casos como el de Kenneth Arnold, que vio el 24 de junio de 1947 una escuadrilla de nueve objetos que la prensa bautizó como platillos volantes, y el secuestro de Betty y Barney Hill, que estableció el patrón de las abducciones.

Robert Sheaffer nos cuenta en este libro lo que hay detrás de sucesos como esos dos, extraordinarios para cualquiera que se asome a la literatura ufológica clásica, y echa también una mirada a las derivas más delirantes de la ufología, sin olvidarse de unos ovnis estrellados y conspiraciones gubernamentales que están ahí desde siempre. El caso de Roswell ocurrió en julio de 1947, días después del avistamiento de Arnold, y permaneció en el olvido durante más de tres décadas hasta que la ufología sensacionalista encontró en él un filón. La conspiración está presente ya en 1950 en The flying saucers are real, el libro en el que Donald Keyhoe formula los principios básicos del credo ovni, que los platillos volantes vienen de otros mundos, que vigilan la Tierra desde hace siglos y que el Gobierno de Estados Unidos lo sabe y lo oculta a la población.

Miembro del Comité para la Investigación Escéptica (CSI) –antes, Comité para la Investigación Científica de las Afirmaciones de lo Paranormal (CSICOP)–, entre 1977 y 2017 Sheaffer mantuvo en la revista Skeptical Inquirer una sección, «Psychic vibrations», en la que comentaba críticamente la actualidad paranormal. Siempre ha sentido una especial inclinación por el fenómeno ovni y fruto de ese interés son sus libros Veredicto OVNI y UFO sightings, del que este es una especie de actualización.3 El autor de Casi ovnis es uno de los más reputados analistas de la casuística y conoce muy bien la comunidad ufológica, como comprobará el lector. El resultado de su trabajo puede decepcionar a quien busca en el fenómeno ovni pruebas de encuentros con extraterrestres, pero para mí es esclarecedor. Sabemos desde hace mucho que los casos que, después de un análisis riguroso, no se pueden explicar suponen menos del 5 % de los denunciados. Son los sucesos sobre los que no hay suficientes datos o que han sido tergiversados por una mala investigación inicial. Y aquí entra en juego el segundo factor humano de la incógnita ovni: el ufólogo. 

Sin el ufólogo, lo inexplicado muchas veces no existiría. Es él quien interpreta como algo extraño esa luz en el cielo que puede ser Venus, la Luna, un globo o un avión. Es él quien concluye que ha habido una abducción cuando le cuentan una visión del estilo de la mía de hace cuarenta años. Es él quien, medio siglo después de que ocurrieron unos hechos, da con testigos hasta entonces desconocidos y confía ciegamente en sus recuerdos. Es él quien se ha hecho un nombre gracias a historias increíbles y las necesita para seguir publicando libros y saliendo en los medios de comunicación. Es él quien afirma que tiene pruebas de que en el fenómeno ovni hay algo misterioso, algo que se escapa a la ciencia. Pruebas que nunca presenta.

La pregunta que flota sobre los ovnis, los testigos y los ufólogos de estas páginas es la que se hace cualquiera al acercarse a un fenómeno extraordinario: ¿dónde están las pruebas que respaldan los testimonios? El testimonio de una persona –la mayoría de los casos de ovnis tiene un único testigo– carece de valor probatorio. En mitad de la noche, en un piso lleno de gente, con mi hermano dormido al lado, una entidad se acercó a mí con un cuchillo en la mano. ¿Qué demuestra eso? Mi corta experiencia juvenil como ufólogo me demostró que una adolescente puede contar en casa una historia de marcianos para justificar que anoche llegó tarde y que hay gente que cree que un nave espacial de grandes dimensiones puede permanecer suspendida sobre una gran ciudad y solo la vea una familia.

Los dominios de la ufología son los de la fe. La del ufólogo, la del testigo y la de la sociedad en la que viven. El mito de las visitas extraterrestres nació en Estados Unidos a mediados del siglo pasado en un terreno abonado con los descubrimientos astronómicos, el espiritismo, la ciencia ficción, la Guerra Fría y los medios de comunicación. El estudio de los ovnis no es una ventana a otros mundos, sino a nuestro interior, a los anhelos, sueños y miedos del ser humano. Los ufonautas –como llamábamos antes a los tripulantes de los ovnis– se comportan como nosotros porque los alienígenas somos nosotros. El ser humano es el centro del fenómeno ovni y, como pasa con otros mitos, su estudio hace que nos conozcamos mejor.

  1. Basterfield, Keith [1981]: «Imagery and close encounters». The MUFON UFO Journal (Seguin). Núm. 162 (agosto). Págs. 3-6. ↩︎
  2. Hynek, Josef Allen [1977]: El informe Hynek [The Hynek UFO report]. Traducción de Ariel Bignami. Javier Vergara Editor (Col. «Lo inexplicable»). Buenos Aires 1979. Págs. 10 y 12. ↩︎
  3. Sheaffer, Robert [1981]: Veredicto OVNI. Examen de la evidencia [The UFO verdict. Examining the evidence]. Prologado por James E. Oberg. Traducción de Ariel Bignami. Tikal (Col. «Eleusis»). Gerona 1994. 343 páginas.
    Sheaffer, Robert [1998]: UFO sightings. The evidence. Prometheus Books. Amherst. 327 páginas. ↩︎

Prólogo de Luis Alfonso Gámez para el libro Casi ovnis, de Robert Sheaffer.

Sheaffer, Robert [2016]: Casi ovnis. Historias de objetos voladores identificados [Bad UFOs. Critical thinking about UFO claims]. Prologado por Luis Alfonso Gámez. Traducción de Luis R. González Manso y Diego Zúñiga. Coliseo Sentosa. Santiago de Chile 2025. 310 páginas. 

Nota publicada en Magonia el 3 de septiembre de 2025.


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