
TVE sacrificó el jueves la verdad sobre el peligro que supone la antivacunación en el altar del equilibrio periodístico, en el seguimiento del caso del niño de Olot de 6 años que todavía se debate entre la vida y la muerte porque sus padres no quisieron vacunarle contra la difteria, una enfermedad que mata a dos de cada diez infectados. En sus informativos de la mañana y la noche, La 1 dio hace cinco días voz a destacados representantes del movimiento antivacunas como Miguel Jara, una médico ambiental -especialidad que no esta reconocida- y la Liga para la Libertad de Vacunación, una organización pseudocientífica contraria a las inmunizaciones. «Su caso ha abierto el debate sobre la necesidad o no de las vacunas», decía la conductora del Telediario matutino, en referencia al niño de Olot. Y lo mismo repetía la voz en off en el informativo de la noche. (Pueden ver los vídeos al final de estas líneas).
¿El debate entre quiénes? Desde luego, no entre los científicos porque la comunidad científica respalda unánimemente la administración de vacunas, ya que ha permitido erradicar enfermedades como la viruela y que prácticamente desaparecieran de las sociedades desarrolladas el sarampión, la difteria, la rubeola y otros males. Hasta que el movimiento antivacunas cobró auge gracias a un fraudulento estudio del médico británico Andrew Wakefield publicado en 1998 por la revista The Lancet. Tras examinar a doce niños autistas, él y sus colaboradores aseguraban que existía una conexión entre la administración de la vacuna triple vírica y ese trastorno. La comunidad científica recibió los resultados con escepticismo, pero el estudio tuvo un gran impacto en Reino Unido.
En los diez años siguientes, el índice de vacunación bajó del 92% al 85%, y los casos de sarampión se dispararon. Wakefield se convirtió en el líder del movimiento antivacunas mundial, impulsado en Estados Unidos por Jenny McCarthy, conejita Playboy, y su entonces novio, el actor Jim Carrey, a quienes apoyó en televisión la periodista Oprah Winfrey. Desde entonces, se ha registrado un progresivo incremento en los casos de rubeola, sarampión y paperas en Estados Unidos. Sin embargo, en 2004, diez de los coautores de la investigación original retiraron su firma del artículo que conectaba la triple vírica con el autismo, y The Lancet publicó una rectificación poniendo en duda las conclusiones del trabajo, que acabó retirando de sus archivos en febrero de 2010. Oficialmente, es como si nunca hubiera existido. Es decir: no hay ninguna prueba de que las vacunas provoquen autismo; fue todo un fraude.
Casi inexistente en Europa Occidental desde hace décadas, no se había registrado ningún caso en España desde 1987. La difteria reaparece ahora -al igual que el sarampión y otros males que las campañas de inmunización masiva habían acorralado- de la mano de los antivacunas, padres que se niegan a proteger a sus hijos frente a graves enfermedades porque, según ellos, las vacunas no son ni efectivas ni seguras. Suelen decir que no creen en las vacunas, como si la efectividad de éstas dependiera, como la del agua bendita, de la creencia. No, la efectividad de las vacunas está fuera de toda duda.
La Organización Mundial de la Salud (OMS) asegura que las vacunas evitan cada año en el mundo «entre 2 y 3 millones de defunciones por difteria, tétanos, tos ferina y sarampión». Allí donde se han introducido masivamente las vacunas contra la difteria, el sarampión, la tos ferina y otras enfermedades, las muertes por esas dolencias han desaparecido. Tampoco pasean por nuestras calles menores de 30 años con la cara marcada por la viruela ni jóvenes menores de 20 años cojos a consecuencia de la polio. El problema es que, si las inmunizaciones caen, cualquier enfermedad en retroceso puede resurgir y convertirse en una amenaza para la población desprotegida. Javier Arístegui, pediatra, infectólogo del hospital de Basurto y profesor de la Universidad del País Vasco (UPV), recuerda que en los años 90 se registró un grave brote de difteria en varios países de la antigua órbita soviética en los que la inestabilidad política había hecho que se dejara de vacunar a la población contra la enfermedad: hubo cientos de muertos.
La vuelta del sarampión

En diciembre pasado, los bajos índices de vacunación provocaron en Disneylandia (California) un brote de sarampión que superó los cien casos en 14 estados. Según un estudio publicado en la revista Jama Pediatrics, «las tasas de vacunación de la triple vírica entre la población expuesta en la que se produjeron los casos secundarios podrían ser tan bajas como del 50% y probablemente no superaran el 86%. Dada la naturaleza altamente contagiosa de sarampión, son necesarias tasas de vacunación del 96% al 99% para garantizar la inmunidad de grupo y prevenir futuros brotes». El sarampión es una enfermedad para no tomársela a risa. «Puede ser grave en niños pequeños y causar neumonía, encefalitis (inflamación del cerebro) y la muerte», explican en su web los Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades (CDC) de Estados Unidos, que añaden que «es tan contagioso que, si alguien tiene la enfermedad, el 90% de las personas a su alrededor también se infectarán si no cuentan con protección».
¿Y qué hace ante esto TVE en sus informativos? Sirve de altavoz de los antivacunas, de un Miguel jara que vende su negacionismo como una defensa de la libertad de elección paterna a la hora de inmunizar a los niños, de una María José LLadó, médica ambiental, que dice que las vacunas han provocado casos de autismo, y de una Liga para la Libertad de Vacunación que, después del caso de Olot, recomienda a sus fieles que no inmunicen a sus hijos. Como escribí hace cuatro años en la web del Comité para la Investigación Escéptica (CSI), «no ha lugar a la equidistancia cuando hablamos de ciencia y pseudociencia. Los periodistas no podemos no mojarnos cuando alguien dice que puede levitar o que el VIH no es el causante del sida. Al primero, hay que animarle a asomarse a la ventana y lanzarse al vacío; al segundo, a inyectarse una solución con VIH, renunciar a cualquier medicación y hablamos en unos años. Si no, que se callen».
No puede ponerse en un platillo de la balanza la ciencia y en el otro la anticiencia; quien hace eso es cómplice de la segunda. La próxima vez que una mujer sea asesinada por su pareja, ¿entrevistarán en el Telediario a un sujeto que justifique el crimen y a una hipotética Liga para la Libertad en el Trato Familiar que considere que golpear a una mujer entra dentro de lo normal? La próxima vez que detengan a un criminal que haya abusado sexualmente de menores, ¿sacarán en el Telediario a un sujeto que justifique esa bararidad y a una hipotética Liga para la Libertad Sexual que recomiende a los pederastas persistir en un actitud? Espero que no.
Seguramente, algunos de ustedes creerán que exagero y tienen razón. De momento, vacunar a un hijo no es obligatorio. Usted puede no vacunar a su retoño si no quiere, pero tiene que vacunar a su perro obligatoriamente. Es lo que pasa en España. Si no protege a su hijo contra el sarampión o la polio, nadie puede hacer nada. Se considera que está en su derecho, aunque el niño pueda llegar a pagarlo muy caro. «El calendario vacunal es una recomendación», apunta Javier Arístegui. «No tiene sentido saltarse la recomendación sanitaria y no cumplir los calendarios de vacunación», decía el otro día Rafael Cantón, jefe de microbiología del hospital Ramón y Cajal de Madrid. Entonces, ¿por qué las vacunas de ese calendario no son obligatorias? «Nunca han sido obligatorias en España, salvo en circunstancias especiales», me recordaba Arístegui. «Las vacunas no son obligatorias porque no hay ninguna norma que así lo indique. Nosotros creemos que tienen que ser obligatorias», me ha dicho Fernando García-Sala, de la SEPEAP. Si el calendario vacunal establece aquellas inmunizaciones que los expertos consideran indispensables, ¿por qué no es obligatorio?
A consecuencia del brote de sarampión de Disneylandia, el Senado de California aprobó el 14 de mayo una ley que obliga a vacunar a los niños antes de ingresar en el jardín de infancia e impide cualquier exención por motivos religiosos, algo bastante común en Estados Unidos. Sólo las causas médicas se consideran válidas a la hora de no inmunizar a un niño. La normativa necesita ahora la aprobación de la Asamblea Estatal de California, tras lo cual la última palabra la tendrá el gobernador del estado, el demócrata Jerry Brown, cuyo portavoz declaró en febrero a Los Angeles Times que «cree que las vacunas son muy importantes y un gran beneficio para la salud pública, y cualquier ley que llegue a su mesa será debidamente considerada». En Australia, donde el 11% de los niños de 5 años no está vacunado por voluntad paterna, el Gobierno ha decidido que quienes no inmunicen a sus hijos perderán el derecho a los beneficios fiscales que se aplican hasta que los menores cumplen los 5 años.
Las graves consecuencias que puede tener no estar vacunado y el coste que puede suponer para las arcas públicas llevan a algunos especialistas a plantearse por qué debería pagar la sociedad, por ejemplo, la contención de un brote provocado por un pequeño no inmunizado. Dado que la ciencia permite en la actualidad determinar el individuo origen de un brote, si se trata de un niño que no ha sido vacunado por voluntad de sus padres, ¿no sería lógico que lo pagaran éstos? Personalmente, si, por la causa que fuera, un niño no vacunado por deseo paterno me contagiara a mí o a alguien de mi familia de una enfermedad evitable a través de la inmunización, emprendería acciones legales contra sus padres.
Magnificar los efectos secundarios
Otra cosa que han hecho algunos medios estos días es sacar a sus portadas a padres que se convirtieron a la antivacunación porque, según ellos, la inmunización provocó efectos terrible en alguno de sus hijos. Digo según ellos porque en los casos que he visto las terribles consecuencias simplemente coincidieron temporalmente con la administración de alguna vacuna. Basta la coincidencia temporal para que esos padres hablen de causalidad, pero un medio que lleva a portada un caso así -sin la mínima comprobación- está dando a entender que las vacunas son peligrosas, por mucho que luego sostenga en un editorial sque no vacunar es una barbaridad. Un texto de las páginas de Opinión siempre tendrá las de perder frente a un titular alarmista a un cuerpo enorme en la portada.
«El riesgo de complicaciones de las vacunas es mínimo y, desde luego, mucho menor que el de renunciar a ellas», me recordaba hace unos días Guillermo Quindós, catedrático de microbiología de la UPV. «Gracias a las vacunas, hemos erradicado la viruela, estamos en vías de erradicar la poliomielitis y hemos eliminado de la circulación la rubeola y el sarampión», añadía Arístegui para quien el caso del pequeño de Olot demuestra que «no se puede bajar la guardia» en la lucha contra males como la difteria. Hoy hemos sabido que 8 de los 57 compañeros de colegio del niño infectado de Olot son portadores de la bacteria y no han desarrollado la enfermedad porque están vacunados. Si no, si sus padres hubieranseguido las directrices de la Liga para la Libertad de Vacunación, estarían gravemente enfermos.
Hace tres días, el secretario de Salud Pública de la Generalitat, Antoni Mateu, abogó por «perseguir de forma punible» a los grupos antivacunas porque con sus mentiras contribuyen a que haya padres que incumplan el calendario de vacunación de sus hijos. Estoy de acuerdo con él. Para mí, son unos criminales que fomentan el maltrato infantil. Porque no proteger a un niño de un enfermedad evitable es maltratarlo.
Nota publicada en Magonia el 8 de junio de 2015.