Se vieron muchos platillos volantes en Francia en otoño de 1954. Entre finales de septiembre y mediados de octubre, se registró en el país una extraordinaria acumulación de casos o, como se dice en jerga ufológica, una oleada. En España, la última la vivimos entre 1974 y 1979, en plena Transición. Los casos más sonados fueron el del ovni de Canarias del 5 de marzo de 1979, visto por miles de personas en el archipiélago, y el llamado incidente de Manises, aeropuerto en el que, el 11 de noviembre del mismo año, un avión de pasajeros que volaba entre Mallorca y Canarias aterrizó de emergencia ante la aparente amenaza de colisión con un objeto no identificado.
No viví la oleada francesa; pero la española de los años 70 me pilló en la adolescencia y comprobé cómo los medios serios informaban de los avistamientos más espectaculares, entrevistaban a los testigos y otorgaban al tema ovni una relevancia hoy impensable. ¡Éramos tan ingenuos…! Dos décadas antes, en el país vecino ocurrió algo parecido. «Estos objetos parecen guiados por una inteligencia», escribía el general francés L.M. Chassin, comandante de la Defensa Aérea de Europa Central de la OTAN, en el prólogo de Los misteriosos platillos volantes (1958). En ese libro, el ufólogo Aimé Michel planteaba, a partir de las alineaciones de los avistamientos de 1954, que las apariciones respondían a un plan de exploración. ¿Extraterrestre? Chassin no se atrevía a descartar que a los mandos de los platillos volantes hubiera una inteligencia humana; pero tampoco rechazaba que fuera alienígena, la hipótesis preferida de Michel.
Naves de papel
¿A qué viene retroceder ahora a la Francia de los años 50? A que he encontrado en la hemeroteca de El Correo un recorte de prensa que lo merece. He dado con él por casualidad, cuando buscaba, infructuosamente, información sobre un caso vasco para un buen amigo. Es una fotonoticia, publicada el 12 de octubre de 1954, que lleva el llamativo título de «Creador de platillos volantes» y cuenta un divertido episodio ufológico protagonizado por un minero jubilado, Victor d’Oliveira, vecino de Beuvry, en el distrito de Béthune, al norte de Francia.
Al parecer, D’Oliveira tenía fama en su pueblo de ser un bromista empedernido y había decidido aprovechar la fiebre de los platillos volantes para hacer de las suyas. Así que fabricó sus propios ovnis «inspirado por el sistema de los hermanos Montgolfier», los inventores del globo aerostático. Pegaba cuidadosamente grandes hojas de papel hasta formar un globo que inflado podía llegar a medir tres metros de diámetro. Luego, ponía en su base un receptáculo con estopa empapada en líquido inflamable que, una vez encendida, calentaba el aire de la bolsa, y el artilugio despegaba. «Visto cuando volaba a gran altura, el globo reflejaba los rayos del Sol con un efecto misterioso», escribían mis colegas de hace más de medio siglo.
Seguro que el exminero se lo pasó bomba con sus enormes globos de papel… hasta que le pillaron. Tuvo la mala suerte de que un día uno de sus ingenios cayó sobre un almiar, y éste empezó a arder. Al encontrar los restos del artefacto, los gendarmes sospecharon del conocido bromista y, poco después, descubrieron en su casa varios prototipos listos para emprender vuelo. El pensionista dijo a los agentes que había construido y lanzado más de mil globos similares. La prensa francesa recalcó que, como era lógico, éstos viajaban con el viento y no podían compararse «con las extrañas máquinas que se mueven a gran velocidad en toda direcciones, se detiene de repente…».
Sinceramente, no me creo que el bromista de Beuvry llegara a lanzar más de mil globos ni tampoco que pueda rechazarse sin más que algunos de los auténticos platillos vistos aquellos días fueran obra suya. Todos sabemos lo poco fiable que es el testimonio humano y lo muy erróneas que suelen ser las descripciones de los testigos, bien por desconocimiento, bien por embellecimiento, bien por otras causas. D’Oliveira, por cierto, no fue el único bromista de la oleada francesa de 1954.
El ovni de Bélesta
Hace tres años, cinco jubilados franceses confesaron que, el 16 de octubre de 1954, crearon el famoso platillo volante de Bélesta con una rueda de bicicleta con linternas acopladas. Michel cuenta en Los misteriosos platillos volantes cómo «numerosas personas» vieron en Bélesta, aquel día a partir de las 21.30 horas, varios discos: el primero fue «una elipse de nítidos bordes» que «desprendía una intensa luminosidad»; luego, hubo una pareja, uno «blanco brillante» y el otro «verde pálido»; y, después, tres que «cambiaban con frecuencia y súbitamente de color», uno de ellos de «un rojo muy luminoso parecido al rojo de un vitral iluminado por el Sol».
El fenómeno acabó hacia las 22.05 horas. «Los automovilistas pudieron observar la última fase del fenómeno: un gran objeto, de color verde pálido, volaba a gran velocidad en dirección a Belvis, en Aude, hacia el oeste. Disminuyó rápidamente de superficie y de luminosidad y dejó de ser perceptible a una altura de 25º a 30º sobre el horizonte», cuenta el ufólogo. ¡Y todo eso a partir de una rueda de bicicleta con linternas acopladas! La broma se les ocurrió una aburrida tarde de sábado. “En los periódicos y en la radio sólo se hablaba de ovnis. Entonces pensamos: que quieren ovnis, ¡vamos a dárselos!”. Es lo que tenían las oleadas de platillos volantes: los medios informaban de un caso; la gente miraba al cielo, creía ver cosas raras y las contaba en los medios; y la bola de nieve crecía y crecía.
¿Cuántos bromistas como el exminero Béthune y los adolescentes de Bélesta engordaron la casuística de la oleada de 1954? ¡Vaya usted a saber! ¿Cuántos testigos vieron en Francia, sugestionados por el bombardeo mediático, platillos volantes donde había fenómenos o cosas vulgares y corrientes, como la rueda de bici de Bélesta o los globos de papel de D’Oliveira? Cabe pensar que la mayoría, con la excepción de algunos individuos con ansias de notoriedad que pudieron directamente inventarse las visiones de naves de otros mundos.
Les dejo con los bromistas de Bélesta y su platillos volantes de fabricación casera:
Nota publicada en Magonia el 29 de octubre de 2012.