Hay noticias que tienen un inconfundible tufillo fraudulento. La del hallazgo de ruinas mayas de hace 1.100 años al norte de Georgia (Estados Unidos) me escamó ayer por la mañana nada más conocerla a través de Lorena López, una de las periodistas de En Casa de Herrero, el programa de esRadio. Me llamó por teléfono para ver qué pensaba de la historia de cara a hablar del asunto con Luis Herrero por la tarde. Le pedí diez minutos para hacerme una idea antes de pronunciarme, aunque le adelanté que me sonaba tan digna de crédito como el último hallazgo de la Atlántida en Cádiz. Sé que diez minutos no es mucho tiempo, pero los ritmos de los medios son ésos. Cuando me volvió a llamar, le dije que estaba seguro al 99,9% de que se trataba de un fantasía, de la conclusión de alguien probablemente obsesionado con los mayas, y sin formación arqueológica, que interpretaba erróneamente restos de la llamada cultura de los montículos de Norteamérica. Así, zanjamos el asunto; pero yo, claro, decidí que podía ahondar en él para contarlo aquí, si llegaba a alguna conclusión que fuera más que una presunción. Ahora, lo puedo decir sin ninguna duda: no se han encontrados ruinas mayas al este de EE UU.
El rumor nació Examiner, un agregador de contenidos estadounidense que me es familiar porque recoge habitualmente las chifladuras de los exopolíticos. El artículo que dio origen a la noticia que han publicado medios españoles como Libertad Digital y 20 Minutos se titulaba originalmente «Massive 1,100+ year old Maya site discovered in Georgia’s mountains» (Gran yacimiento maya de hace 1.100 años descubierto en las montañas de Georgia). Su autor es Richard Thornton, un arquitecto que está convencido de que a EE UU llegaron refugiados mayas en tiempos de guerras, sequías y otras desgracias. Es algo, dicho sea de paso, que ningún arqueólogo académico -de verdad- sostiene. Thornton se considera de origen maya. «Como la mayoría de los creeks de Georgia y Carolina del Sur, soy portador de ADN maya», dice. Cree que sus antepasados llegaron a la región huyendo del colpaso de esa cultura, hacia el año 800, por «una serie de catastróficas erupciones volcánicas seguidas de dos largos periodos de sequías extremas y guerras sinfín entre las ciudades-estado». Y presenta en el artículo las pruebas definitivas del que él considera «uno de los hallazgos arqueológicos más importantes de los últimos años»: el sitio maya de Kenimer.
Thornton recuerda que ese yacimiento fue estudiado por primera vez en 1999 por Mark Williams, antropólogo de la Universidad de Georgia, quien calculó que en los dos montículos de Kenimer había zonas esculpidas hace 1.100 años y «fue incapaz de determinar quién los construyó». Puntualiza que, «en los primeros mapas», se llamaba a la región Itsate. «Es como los mayas itzá se llamaban a sí mismos. Además, entre todos los pueblos indígenas de las Américas, sólo los mayas itzá y los ancestros de los indios creek en Georgia construían pirámides de tierra de cinco lados como sus montículos principales. Era habitual entre los mayas itza esculpir una colina en forma de montículo pentagonal. Hay docenas de tales estructuras en América Central», escribe. Y añade que hay otros topónimos en Georgia que apuntan a esa «presencia maya». Seguro que también podíamos encontrar topónimos para fantasear, por ejemplo, con una presencia ancestral vasca o de cualquier otro pueblo. En ese contexto, asegura que un arqueólogo sudafricano, Johannes Loubser, ha hecho recientemente dos sondeos y que el material recuperado apunta a la conexión maya-georgiana.
Los contructores de montículos
¿Cuál fue mi sospecha inicial? Simplemente, que estábamos ante una errónea interpretación de restos atribuibles a los pueblos de los constructores de montículos, cultura indígena norteamericana cuyos primeros vestigios se remontan a 3400 antes de Cristo (aC). «El que una civilización de indios americanos con populosas ciudades, reyes, pirámides y magníficas obras de arte haya evolucionado en el medio oeste y sureste de EE UU resulta una revelación sorprendente aun para aquéllos en cuyos patios traseros yacen las ruinas. Sin embargo, los restos de estos antiguos habitantes de Norteamérica son prácticamente ubicuos», indica Kenneth Feder, experto en arqueología fantástica de la Universidad Central del Estado de Connecticut, en su libro Fraudes, mitos y misterios (1990).
Aunque ustedes no lo hayan sabido hasta ahora -yo me enteré hace años cuando leí el libro de Feder-, una de las pirámides más grandes del mundo está en Cahokia, antigua ciudad del actual Illinois a orillas del Mississippi cuyo máximo esplendor se sitúa en torno el año 1000. La pirámide se conoce como el montículo del Monje. Tiene cuatro terrazas, diez pisos de altura, 290 metros de largo por 255 de ancho… «Cahokia -escribe Feder- debe de haber sido un lugar espléndido, con decenas de miles de habitantes y artesanos que producían trabajos en conchilla, cobre, piedra y arcilla. Se trataba de un centro comercial y religioso, y del núcleo de la fuerza política predominante de su tiempo». ¿Y qué concluyó Williams de la investigación arqueológica que llevó a cabo a finales de los años 90 en Kenimer?
«Este sitio fue claramente construido durante el periodo Napier Woodland Tardío. Esta información ya es de por sí valiosa, porque podría ser el único sitio conocido con montículos Napier. Algunos otros montículos contienen pequeñas cantidades de cerámica Napier, pero en ningún caso, que yo sepa, hay un montículo de ese periodo», escribe el arqueólogo en la memoria de la excavación. Y, aunque advierte de que es un yacimiento extraño -entiéndase en el contexto de una investigación arqueológica, no en el de la misteriología-, lo sitúa culturalmente en el universo de los constructores indígenas de montículos. «No hay ninguna prueba creíble de la presencia de mayas en Georgia. El autor (Thornton) hace un mal uso de datos arqueológicos legítimos para respaldar su idea fantástica», me ha confirmado por correo electrónico Williams, quien está indignado con el eco que ha tenido la invención del arquitecto creek. «Esto es una completa tontería», ha dejado escrito en un comentario al artículo de Thornton.
Así que, ya saben, carece de sentido hablar de mayas en Georgia. Es una fantasía. Como también lo es que podamos estar ante los restos de Yupaha, la ciudad de Hernando de Soto buscó en vano en 1540. Y decir que los mayas fueron los primeros colonizadores de lo que hoy es Estados Unidos, como hace Libertad Digital, es otro disparate: quienes colonizaron Norteamérica fueron los cazadores-recolectores que cruzaron desde Siberia y se convirtieron en los primeros humanos en pisar América miles de años antes.
Nota publicada en Magonia el 24 de diciembre de 2011.