Kevin Sorbo interpretó entre 1995 y 1999 en la televisión al protagonista de Hércules, una serie vagamente basada en el mítico héroe clásico. Lo que sólo sus íntimos sabían hasta hace poco es que, en la cima de la popularidad, sufrió un aneurisma y tres trombos que los médicos achacaron a las manipulaciones vertebrales de su quiropráctico de cabecera. El actor «tuvo la fortuna de recuperarse, pero otros no han tenido tanta suerte. Y lo peor es que se arriesgaron a sufrir esas consecuencias por someterse a una terapia que, por mucho que les guste a nuestros políticos, en realidad no sirve para nada. Aunque, eso sí, es muy natural, muy alternativa y muy cachipiruli«, ironiza en su blog el abogado Fernando L. Frías, miembro del Círculo Escéptico y quien me alertó hace unos días de la historia.
Sorbo protagoniza la portada del último número de Neurology Now, una revista de la Academia Estadounidense de Neurología, y cuenta su lucha contra la enfermedad en un libro autobiográfico titulado True strength: my journey from Hercules to mere mortal and how nearly dying saved my life (La auténtica fuerza: mi viaje de Hércules a simple mortal y cómo estar a punto de morir me salvó la vida). Resulta que, en el verano de 1997, cuando tenía 38 años, el actor -un tipo cachas y sano- empezó a sentir dolor intermitente, hormigueo y frío en su brazo y mano izquierdos. Consultó a los médicos y le dijeron que no parecía nada serio. Él creyó que las molestias se debían a una reciente lesión. Pero un día sintió un dolor punzante que le bajaba por el brazo e inmediatamente pidió hora a su quiropráctico. Los quiroprácticos sostienen que la mayoría de las enfermedades se deben a subluxaciones de la columna vertebral que presionan los nervios y dicen que pueden sanar o aliviar a los enfermos corrigiendo mediante bruscas manipulaciones esas subluxaciones, de cuya existencia, por cierto, no hay ninguna prueba.
«Después de examinarme, dijo que tenía mucha tensión en mi cuello y hombro. Luego, hizo crujir mi cuello, algo que nunca había hecho, y dijo que creía que la manipulación ayudaría a aliviar parte de la tensión», recuerda Sorbo en Neurology Now. Sin embargo, cuando volvía a casa al volante de su coche, empezó a sufrir de visión borrosa, vértigo y zumbidos en los oídos. Y, al día siguiente, cuando se levantó, tenía dificultades para hablar y andar. Su pareja, la actriz Sam Jenkins, le llevó al hospital, y le diagnosticaron un aneurisma. Tras varias pruebas, los médicos concluyeron que Sorbo había sufrido tres trombos. La edad, el estado físico y los antecedentes familiares llevaron a la mayoría de sus médicos a concluir que el paso por la consulta del terapeuta alternativo, combinado con el aneurisma, había disparado los trombos. «De hecho, el suyo era el típico cuadro que presentan los pacientes con daños arteriales provocados por la manipulación quiropráctica«, apunta Frías.
Sorbo se acabó recuperando, aunque pasó «dos años de infierno» antes de volverse a sentir él mismo y ha perdido visión, sufre dolores en el brazo y migrañas. «La manipulación quiropráctica del cuello conlleva el riesgo de desgarro de la arteria vertebral que conduce al cerebro, causando un ictus o un ataque isquémico transitorio. Aunque el riesgo es bajo, a veces ocurre, y los médicos y los pacientes deben ser conscientes de la terapia de manipulación espinal como un factor de riesgo, raro pero posible, para el accidente cerebrovascular», explica Howard Kirshner, del Centro Vanderbilt Kennedy (Estados Unidos). Tengan presente todo esto cuando políticos irresponsables quieran dar luz verde a ésta o cualquier otra medicina alternativa bajo el pretexto de que mucha gente la usa. Por fortuna, a Leire Pajín, la ministra Power Balance, no le ha dado tiempo a incluir la quiropráctica en la lista de terapias reconocidas y reguladas por el Sistema Nacional de Salud; pero quién sabe quién puede llegar al Ministerio de Sanidad en un futuro próximo.
Nota publicada en Magonia el 1 de noviembre de 2011.