Hace hoy 40 años que María Gómez Cámara creyó ver una cara en una mancha de grasa en el suelo de la cocina de su casa, en Bélmez de la Moraleda. La vivienda se llenó en los días siguientes de gente, y uno de los hijos de la mujer, harto, destruyó la imagen con una piqueta. Pero el 9 de septiembre apareció otro rostro en el piso de cemento. Bautizado como La Pava, todavía se conserva en la casa de las caras empotrado en una pared y protegido por un cristal. Siete días más tarde, el diario granadino Ideal anunciaba en su portada que Bélmez se había convertido en un centro de «peregrinación» por el misterioso fenómeno. La familia ya cobraba la voluntad por la entrada a la cocina y vendía fotos de La Pava a 10 pesetas la unidad (el periódico costaba la mitad).
La historia no estalló, sin embargo, hasta finales de enero, después de que llegó a la localidad el periodista Antonio casado como enviado del diario Pueblo de Emilio Romero. «Yo no me inventé nada, pero sí puede decirse que todo el revuelo que acabó montándose fue por mis reportajes”, me comentaba hace cuatro años el ahora comentarista político. Su director, Romero, vio en las caras de Bélmez un filón -la tirada de Pueblo creció en 50.000 ejemplares gracias al presunto misterio- y lo explotó a conciencia. Le ayudaron, indirectamente, los parapsicólogos que desembarcaron en Bélmez, como Germán de Argumosa y Joaquín Grau, y empezaron a grabar voces del Más Allá y a decir que todo aquello tenía un origen paranormal. «Cualquier afirmación, por estrafalaria que pareciera, merecía ser publicada», indican Javier Cavanilles y Francisco Máñez en su libro Los caras de Bélmez. Al final, el fenómeno se desinfló cuando Romero quiso, y las caras de Bélmez cayeron en el olvido.
Pero, en el mundo del misterio, la basura se recicla y revende sin fin para satisfacer la sed de maravilla de las nuevas generaciones. Por eso, en 1997, un joven llamado Iker Jiménez resucitó el caso de las caras de Bélmez en la revista Enigmas, dirigida por Fernando Jiménez del Oso. «Transcurrido un cuarto de siglo, demostramos con documentos oficiales y en rigurosa exclusiva la autenticidad de esas caras sobrenaturales, un misterio que aún espera una explicación en el rincón más apartado de Andalucía», escribía con su colega Lorenzo Fernández. «La caras de Bélmez son auténticas», sentenciaban en un reportaje que vendían como ¡Exclusiva Mundial!. No demostraban nada, claro, pero relanzaron el asunto, se volvieron a escribir libros y artículos -a cada cual más disparatado- y muchos medios de comunicación fueron altavoz de las bobadas y los fraudulentos estudios de los vendedores de misterios, quienes llegaron identificar en los rostros de Bélmez las caras de algunas víctimas de la Guerra Civil familiares de María Gómez Cámara. ¿Cómo lo hicieron? Modificando fotos hasta que las imágenes se parecían vagamente a las de los muertos: se quita una mueca de aquí, se cambia un bigote allá…
Un misterio cutre
Cuando la mujer murió en 2004, el Consistorio, interesado en comprar la casa para explotar turísticamente el fraude, se encontró con que los herederos pedían por el inmueble nada menos que 600.000 euros. Muy oportunamente, unos parapsicólogos anunciaron entonces el hallazgo de nuevas caras en otro inmueble en el que María Gómez Cámara había pasado la infancia y que era mucho más barata. Es la casa en la que el jueves, a cinco días del aniversario del hallazgo de la primera cara de Bélmez, un grupo de parapsicólogos anunció que habían aparecido «pequeñas teleplastias sorprendentes». Teleplastia es como se llama en el argot pseudocientífico a esas imágenes de supuesto origen paranormal. En lenguaje de la calle son algo mucho más simple: manchas de grasa y humedad, y pinturas. Porque las caras de Bélmez entran en esas tres categorías.
El teletipo de Efe del jueves está muy bien titulado: «Aparecen nuevas manchas en una casa de Bélmez tras seis meses precintada», dice. La aparición de manchas de humedad en una casa, por muy precintada por notario que esté, no es algo extraño. Lo sorprendente es que luego vaya un parapsicólogo, diga que en una de ellas ve una cara y los medios traguemos. ¿También daríamos crédito a un niño que dijera que ha visto a Picachu en las nubes? Y lo indignante es que el Ayuntamiento de la localidad y la Diputación de Jaén vayan a perpetuar el engaño dilapidando más de medio millón de euros de fondos europeos en la construcción de un centro de interpretación de uno de los fenómenos más cutres de la parapsicología mundial.
Al principio, fue una pareidolia: una mujer supersticiosa creyó ver un rostro en una mancha de grasa al pie de su cocina, como otros ven a la Virgen en un emparedado o en la herrumbre de una fuente, descubren caras en Marte o escuchan un mensaje satánico en un éxito del rock. Después, alguien de su entorno se dedicó a pintar toscos rostros en el cemento -incluido, el de Franco- para sacar los cuartos a los crédulos. Luego, llegaron los periodistas y los expertos en lo paranormal, que encontraron misterios donde nunca los había habido. Y, al final, cualquier mancha de humedad engorda el falso enigma y sirve de pretexto a unos políticos irresponsables para seguir ahondando en la incultura popular. Los engañabobos, felices, claro; y en Bruselas nadie parece enterarse: ¡Señores eurodiputados, España va a dedicar 587.000 euros de fondos comunitarios en fomentar la incultura y la superstición!
Nota publicada en Magonia el 23 de agosto de 2011.