Acaban de cumplirse 50 años de la publicación en Science et Vie del reportaje que lanzó a Moscú a la guerra psíquica. Se publicó en el número 509 (febrero de 1960) de la revista francesa, en cuya portada navegaba un submarino sobre el título: «Étrange expérience a bord du Nautilus» (Extraña experiencia a bordo del Nautilus). El periodista Gérald Messadié contaba en seis páginas cómo el primer submarino nuclear estadounidense había jugado un papel fundamental en un experimento militar secreto que había probado la realidad de la telepatía.
Mesadie explicaba que la prueba había tenido lugar durante el verano de 1959 con el Nautilus sumergido bajo el hielo del Polo Norte y aislado del mundo. En un laboratorio de Westinghouse de Maryland, un hombre había sacado cartas de una baraja Zener -la compuesta por cuadrados, círculos, estrellas, cruces y líneas onduladas- y, a miles de kilómetros de distancia, un tripulante del sumergible había acertado la extraída en el 70% de los casos. ¡La transmisión del pensamiento había sido demostrada! «¿Es la telepatía una nueva arma secreta? ¿Será la percepción extrasensorial un factor decisivo en la guerra futura? ¿Han aprendido los militares americanos los secretos del poder mental?», se preguntaba el periodista de Science et Vie.
Los estadounidenses negaron que hubieran hecho algo parecido a lo contado por Messadie, pero sus enemigos no les creyeron. En cuanto los soviéticos se enteraron por la prensa del experimento del Nautilus, se embarcaron en la investigación psíquica con fines militares por miedo a que sus enemigos cobraran ventaja en ese campo. «La Marina estadounidense está poniendo a prueba la telepatía en sus submarinos atómicos. Los científicos soviéticos realizaron un gran número de experimentos telepáticos con éxito hace más de un cuarto de siglo. Es urgente liberarse de prejuicios. Debemos sumergirnos otra vez en la exploración de este campo vital», escribía en abril de 1960 a un grupo de colegas el psicólogo Leonid L. Vasiliev, de la Universidad de Leningrado.
Parapsicología en el espacio
La investigación paranormal había estado prohibida durante parte de la dictadura de Stalin porque se consideraba contraria a los principios del materialismo. Sin embargo, en 1960, con Khrushchev como secretario general del Partido Comunista de la Unión Soviética, el reportaje de Science et Vie animó al Kremlin a volcarse en ella. Los experimentos empezaron de inmediato y, en 1967, la URSS contaba con una veintena de laboratorios dedicados a la investigación psíquica con un presupuesto de unos 21 millones de dólares de entonces (136 millones de dólares actuales). Con la carrera espacial, Moscú trasladó los experimentos al espacio e intentó adiestrar a sus astronautas «no sólo en telepatía, sino también en precognición», según un informe de julio de 1972 de la Agencia de Inteligencia de la Defensa (DIA) de EE UU.
Los espías norteamericanos recordaban que Konstantín Tsiolkovsky, padre de la astronáutica soviética, había destacado la importancia de la investigación paranormal. «En la era de los vuelos espaciales, serán necesarias las habilidades telepáticas. Mientras que el cohete transportará a los hombres hacia el conocimiento de los grandes secretos del Universo, el estudio de los fenómenos psíquicos nos puede llevar hacia el conocimiento de los misterios de la mente humana. Es precisamente la solución de este secreto la que promete los mayores logros», había dicho.
El experimento telepático bajo el hielo polar, en realidad, nunca había ocurrido. Todo el episodio paranormal del Nautilus había sido un fraude, como demostró en 1983 Martin Ebon en su libro Psychic warfare: threat or illusion (La guerra psíquica: amenaza o ilusión). La historia se la había inventado Jacques Bergier, uno de los autores de El retorno de los brujos (1960), y Messadié, entonces un periodista novato, se la había tragado. Así que, en los años 60, una trola de un vendedor de misterios había llevado a los soviéticos a tirar millones de rublos en la guerra psíquica y, en los 70, los estadounidenses se habían metido a experimentar en parapsicología sólo porque los soviéticos lo estaban haciendo a consecuencia del reportaje de Messadie. Un breve diálogo de la película Los hombres que miraban fijamente a las cabras entre dos militares estadounidenses resume perfectamente lo demencial de la situación:
General Brown: Pero ¿cuándo empezaron los soviéticos a hacer este tipo de investigación?
General de Brigada Dean Hopgood: Bueno, señor, parece que se enteraron de nuestro intento de comunicarnos telepáticamente con uno de nuestros submarinos nucleares, el Nautilus, cuando estaba bajo el casquete polar.
General Brown: ¿Qué intento?
General de Brigada Dean Hopgood: No hubo tal intento. Toda la historia fue un fraude francés, pero los rusos creyeron que la historia sobre la historia del fraude francés era sólo una historia, señor.
General Brown: ¿Así que ellos empezaron con la investigación psi porque creían que nosotros estábamos haciendo investigación psi cuando en realidad no estábamos haciendo investigación psi?
General de Brigada Dean Hopgood: Sí, señor. Pero, ahora que están haciendo investigación psi, vamos a tener que hacer investigación psi, señor. No podemos permitirnos el lujo de que los rusos lideren el campo de la investigación paranormal.
¿De locos? Sí; pero real como la vida misma. Tengan en cuenta que lo que revela Jon Ronson en su libro Los hombres que miraban fijamente a las cabras -y lo que puede verse en la película homónima- no es ficción. Si la trama se le hubiera ocurrido a un novelista, mucha gente le habría tildado de excesivamente imaginativo; pero estamos hablando de hechos reales, por muy disparatados que sean. De unos proyectos secretos en los que las dos superpotencias gastaron millones durante décadas con el sueño de conseguir supersoldados que se comunicaran con la mente, vieran a distancia instalaciones secretas enemigas y realizaran otros prodigios. Los orígenes de la guerra psíquica entre la URSS y EE UU son tan ridículos que a nadie puede extrañar que los periodistas esotéricos prefieran pasar de ellos.
Encubrimiento paranormal
Enrique de Vicente dedica este mes la portada de Año Cero, su editorial y un amplio reportaje, a la investigación paranormal con fines militares con motivo del estreno Los hombres que miraban fijamente a las cabras. Dice el director de Año Cero que el filme protagonizado por George Clooney y Ewan McGregor no es «una mofa de los poderes extraordinarios de la mente» y «fijarse sólo en sus toques humorísticos sería olvidar que su crítica principal se dirige hacia el militarismo, las guerras por intereses económicos y las mentes cerradas». Y añade que «tampoco podemos olvidar los variados reconocimientos que el filme hace del poder del espíritu y de los ideales sobre la materia y los intereses mezquinos, culminando con el triunfo final de los primeros».
No es que De Vicente haya leído otro libro o visto otra película, es que él es así, siempre capaz de ver más allá. En su época, estaba convencido de que El péndulo de Foucault (1988), la novela de Umberto Eco que la mayoría interpretamos como una sátira del esoterismo, era una obra a favor de lo paranormal. Y años antes interpretaba una humorada de Arthur C. Clarke en The Skeptical Inquirer como una demostración de que el autor de ciencia ficción creía en la existencia de una civilización marciana actual que había borrado a todo correr todo rastro de su existencia al ver que viajaban hacia su mundo las sondas robot Viking. Así que su interpretación de Los hombres que miraban fijamente a las cabras entra dentro de su lógica, aunque chirríe a quienes no podemos atravesar paredes, disolver nubes o matar cabras con la mirada. Como entra dentro de su proceder habitual ocultar a sus lectores la verdad y, en este caso, qué llevó en realidad a EE UU y la URSS a investigar sobre los posibles usos militares de los poderes paranormales. Tampoco han hablado del experimento del Nautilus, por cierto, ni en Más Allá ni en Enigmas. Y luego acusarán a otros de encubridores…
Reportaje publicado en Magonia el 5 de abril de 2010.