
El precio de cada dispositivo de ATSC oscila entre 11.000 y 40.000 euros. La compañía asegura que pueden detectar «todas las drogas conocidas y sustancias que contengan explosivos» basándose en «la atracción electrostática de largo alcance de iones altamente cargados». Según el fabricante, el dispositivo, llamado ADE 651, consiste en una empuñadura y una varilla, carece de batería u otra fuente de energía y de componentes electrónicos, se carga al caminar el operador y, si hay explosivos cerca, la varilla apunta a ellos. A partir de esos principios, cabe concluir que se trata de simples varillas de zahorí disfrazadas de equipo de alta tecnología. El problema es que lo que está en juego aquí no es que le saquen los cuartos al ingenuo de turno, sino vidas humanas.
El ADE 651 no ha demostrado que funcione en ninguna prueba de laboratorio. Al contrario. El fabricante se ha negado a que lo examine el ilusionista y experto en fraudes científicos James Randi, quien se comprometió en octubre de 2008 a pagar un millón de dólares a ATSC si demostraba que su producto hace lo que dice. Y The Times lo ha probado y es incapaz de detectar material pirotécnico dentro de una bolsa de papel a unos metros de distancia. Sin embargo, el responsable iraquí para el control de explosivos, general Jehad al-Jabiri, prefiere recurrir a este aparato mágico antes que a los perros adiestrados porque las inspecciones se hacen con más rapidez. No le importa, al parecer, que eso implique que las bombas atraviesen los controles de seguridad sin problemas. ¿Se estará llevando alguien en el Ministerio del Interior iraquí una jugosa comisión de ATSC? Sólo cabe esperar ahora que la Justicia británica actúe con contundencia contra quien hace negocio a costa de muertes ajenas.