¿Hay alguien ahí?

Ilustración: Iker Ayestarán.
Ilustración: Iker Ayestarán.

El Universo es muy grande. Hay cientos de miles de millones de galaxias, cada una de ellas formada por cientos de miles de millones de estrellas. En un hipotético reparto de la Vía Láctea -una de esas muchas galaxias, aunque especial porque es la nuestra- entre los 6.500 millones de seres humanos, tocaríamos a más de 15 estrellas por cabeza. Hay muchos soles y, seguramente, muchos tienen planetas alrededor, algunos de ellos como la Tierra. Así pues, ¿por qué no puede haber miles, si no millones, de civilizaciones avanzadas únicamente en nuestra galaxia?

Lo mismo que nosotros estamos aquí, es posible que haya otra gente ahí fuera; aunque de momento carezcamos de pruebas. Estamos a la expectativa de que un día aparezcan en el cielo -como en la película Independence day y en la serie V, aunque esperemos que con mejores pulgas- o de captar sus señales de televisión -confiemos en que sus programadores tengan mejor gusto que los terrícolas-. Nosotros dimos ya el primer paso en esa dirección hace más de 70 años, con la transmisión televisiva de la ceremonia de apertura de los Juegos Olímpicos de Berlín de 1936. La inauguración de las Olimpiadas del nazismo fue la primera emisión con suficiente potencia como para traspasar la atmósfera terrestre y es, nos guste o no, nuestra tarjeta de visita ante posibles telespectadores de otros mundos, como refleja el fallecido Carl Sagan en su novela Contacto (1985).

Falsas alarmas

Las estrellas están tan alejadas unas de otras que la unidad de medida utilizada es el año luz, la distancia que recorre la luz en un año a 300.000 kilómetros por segundo: unos apabullantes 10 billones de kilómetros. La estrella más cercana al Sol es Próxima Centauri; está a sólo 4,2 años luz. De ir en esa dirección, las sondas Voyager, que viajan a unos 60.000 kilómetros por hora, tardarían 76.000 años en llegar allí. Frente a esa lentitud, las ondas de radio viajan a la velocidad de la luz. Por eso, ya en 1928 se intentaba conectar por radio con los habitantes de Marte, planeta que en aquel entonces se consideraba hogar de una avanzada civilización. La exploración espacial ha descartado, sin embargo, la existencia de vida inteligente en otros mundos del Sistema Solar, por lo que desde hace décadas la búsqueda de otras civilizaciones apunta a otras estrellas.

El primer rastreo del cielo a la escucha de señales alienígenas fue el proyecto Ozma, llamado así en honor a la princesa del país de Oz. Lo puso en marcha el astrónomo estadounidense Frank Drake el 8 de abril de 1960, cuando apuntó la antena del radiotelescopio de Green Bank a Epsilon Eridani y Tau Ceti, estrellas como el Sol distantes 10,5 y 12 años luz, respectivamente. Ozma duró 200 horas y no captó ninguna señal de otro mundo. Medio siglo y cientos de miles de horas de escucha después, el silencio sigue siendo total, aunque haya habido falsas alarmas, presuntas emisiones inteligentes que luego no han sido tales.

Dos astrónomos soviéticos anunciaron en 1963 la detección de una rara señal procedente de CTA-102. Sospechaban que había sido enviada por una inteligencia alienígena. Al final, CTA-102 resultó ser un cuásar, un objeto que emite enormes cantidades de energía. Cuatro años después, científicos británicos captaron otra señal que bautizaron como LGM-1, de Little Green Men (pequeños hombres verdes). LGM-1 era un púlsar, los restos de una estrella colapsada.

Recién llegados

La más famosa de todas las emisiones recibidas es la señal Wow!. La captó el 15 de agosto de 1977 un radiotelescopio de la Universidad del Estado de Ohio. Cuando Jerry Ehman, investigador del proyecto de Búsqueda de Inteligencia Extraterrestre (SETI), revisaba los registros en papel de impresora de lo captado aquel día descubrió una señal anormalmente intensa, la enmarcó con el bolígrafo y escribió al margen una sola palabra: Wow! (¡vaya!). Duró sólo 72 segundos, llegó a ser 30 veces más intensa que el ruido de fondo, no parecía de origen terrestre y no ha vuelto a escucharse.

El primer saludo humano dirigido a las estrellas es el llamado mensaje de Arecibo. Contiene información sobre la química de la vida, la estructura del ADN, nuestra especie y nuestra situación en el Sistema Solar. Fue enviado en 1974 desde el radiotelescopio de Arecibo (Puerto Rico) hacia M13, un cúmulo de estrellas situado a 25.000 años luz en lo que se trató más de una demostración de capacidad tecnológica que de un intento de comunicación con extraterrestres. Porque el cúmulo M13 ya no estará dentro de 25.000 años en el lugar del cielo hacia donde se dirige nuestro mensaje. Nadie sabe cuándo puede producirse el primer contacto, si es que ocurre alguna vez. El Universo es inmenso; pero eso, por sí solo, no es una razón a favor de la existencia de otras civilizaciones. Puede que la vida inteligente no sea rara, pero esté condenada a la autodestrucción, amenaza que pende sobre el ser humano desde la bomba atómica de Hiroshima. O puede ser que llevemos aquí demasiado poco tiempo.

La historia humana es una mínima fracción de la del Universo, que nació hace unos 13.700 millones de años. Los primeros homínidos aparecieron en África hace sólo entre 6 y 7 millones de años. Si reducimos toda la vida del Cosmos a un año y situamos el Big Bang en el primer segundo del 1 de enero, los homínidos no habrían aparecido hasta entre las siete y las ocho de la tarde del 31 de diciembre, y en el último segundo del año habría pasado todo lo ocurrido en los últimos cuatro siglos. Hace menos de cincuenta años que empezamos a escuchar al cielo y un poco más que comenzamos a enviar señales de televisión. Quizás nuestras emisiones involuntarias, como la de los Juegos Olímpicos de 1936, hayan llegado a alguien y no se haya dado cuenta, las esté descifrando, las respuestas estén en camino o tengamos sintonizado el canal equivocado. Nadie lo sabe. Pero merece la pena seguir escuchando porque igual no estamos solos.

El libro

Misterios a la luz de la ciencia (2008): el astrofísico Agustín Sánchez Lavega explora la posibilidad de vida extraterrestre en un volumen en el que científicos y divulgadores hablan con rigor de monstruos, témporas y pensamiento mágico en general.

Reportaje publicado en el diario El Correo y en Magonia el 30 de agosto de 2008.