Tuesday Lobsang Rampa descubrió en 1956 el mundo de los lamas a millones de occidentales con su libro El tercer ojo. Decía ser un monje tibetano, «uno de los pocos que han llegado a este extraño mundo occidental», y advertía a los lectores de que algunas de sus afirmaciones podían provocar incredulidad. La obra narraba la vida de un niño nacido en Tíbet a principios del siglo XX, educado como lama, estudiante de Medicina en China y prisionero en campos de concentración rusos y japoneses. Alcanzaba el clímax cuando a los 8 años le abrían el tercer ojo.
La escena sobrecoge aún hoy. Un monje coloca la cabeza del novicio Rampa entre sus rodillas, el maestro le previene contra el sufrimiento -«Esto es muy doloroso»- y otro lama le perfora el centro de la frente con una lezna. «De pronto, hubo un ruido y el instrumento penetró en el hueso», recuerda. Después, le meten en el agujero una pequeña cuña de madera «con infinitas precauciones». Y su visión del mundo cambia. «Fue para mí una extraña experiencia ver a aquellos hombres como envueltos en una llama dorada. Hasta más adelante no supe que sus auras eran doradas a causa de la vida tan pura que llevaban y que las de la mayoría de la gente tenían un aspecto muy diferente». Según su maestro, con el tercer ojo ve «a las personas como son y no como pretenden ellas ser».
Prodigios en el Himalaya
La apertura de esa ventana a lo más íntimo del ser humano era sólo uno de los prodigios de la vida de Rampa, tal como descubrieron los lectores de la veintena de libros que publicó hasta 1980. Las aventuras del lama incluyen encuentros con el abominable hombre de las nieves -«he visto yetis y crías de yetis, y también esqueletos de estos seres casi fabulosos»- y otro, más turbador si cabe, con la momia de una de sus reencarnaciones anteriores. Sus millones de seguidores saben que los monjes tibetanos practican amputaciones sin anestesia, con hipnosis y enseñando a los pacientes a controlar la repiración; comen todos juntos escuchando las escrituras sagradas; son vegetarianos; y sólo montan caballos blancos.
Rampa les enseñó, además, que la cordillera del Himalaya se formó por el choque de otro planeta contra la Tierra y que hay lamas que practican viajes astrales -se trasladan en espíritu allá donde quieren-, se comunican telepáticamente y ven el futuro. «El tercer ojo ha sido considerado, incluso por los especialistas en cuestiones tibetanas, como el más impresionante testimonio de la vida y las raíces espirituales de aquel misterioso país», puede leerse en la contraportada de una de las últimas ediciones españolas del libro. Originalmente publicada en inglés, la obra fue inmediatamente traducida a otros idiomas y tuvo un gran éxito de público, pero no entre la crítica especializada.
«Las primeras dos páginas me convencieron de que el escritor no era tibetano; las diez siguientes, de que nunca había estado en Tíbet o India y de que no sabía absolutamente nada del budismo en cualquiera de sus variantes», escribía Agehananda Bharati en 1974 en el Tibet Society Bulletin. Bharati había sido uno de los orientalistas a quienes la editorial Secker & Warburg había mandado en 1956 el manuscrito de Rampa antes de su publicación. Otros expertos consultados fueron el alpinista Marco Pallis, Heinrich Harrer, autor de Siete años en el Tíbet, y Hugh Richardson, representante del Gobierno británico en Lhasa. En contra de lo que sostiene aún su editorial española, el dictamen de todos ellos fue concluyente ya hace cincuenta años: El tercer ojo es un fraude.
Encarnado en fontanero
En una crítica publicada en The Daily Telegraph and Morning Post en noviembre de 1956, Richardson destacó que el escritor jugaba con la ventaja de que poca gente tenía en Occidente los conocimientos necesarios para refutar sus afirmaciones. «Pero cualquiera que haya vivido en Tíbet sentirá después de leer unas pocas páginas de El tercer ojo que su autor, T. Lobsang Rampa, no es tibetano». Si llegaba el caso, el diplomático estaba dispuesto a presentar sus excusas al autor «en persona y en tibetano», idioma en el que el presunto monje budista no le habría entendido ni palabra.
Porque Rampa no sólo no era lama, sino que tampoco era tibetano. Un detective privado contratado por un grupo de orientalistas averiguó en enero de 1957 que El tercer ojo había sido escrito por un tal Cyril Henry Hoskin. Era hijo de un fontanero de Devon, Inglaterra, y nunca había visitado Tíbet ni hablado una palabra de tibetano. A pesar de que la prensa se hizo eco del engaño, ni las ventas de la ópera prima de Rampa ni las de sus secuelas se resintieron. Y es que Hoskin adaptó su ficticia aventura a la realidad de su vida con una maestría digna de un guionista de culebrones. Ya no se presentó más como un lama emigrado a Occidente, sino como un monje que se había apoderado del cuerpo de Hoskin. Lo hizo, decía, después de que su anfitrión se cayó de un árbol en su jardín de Surrey el 13 de junio de 1949. A partir de ese momento, el hijo del fontanero inglés olvidó su gris vida anterior y recordó las hazañas de un monje tibetano desde su nacimiento.
Una de las cosas que nunca recordó, sin embargo, fue su idioma natal y algunas de las que le vinieron a la cabeza eran ficticias, como el tercer ojo, las capacidades paranormales de los lamas, sus habilidades quirúrgicas, y sus costumbres ecuestres y alimenticias. Los orientalistas y los lamas auténticos saben que Lobsang Rampa era un mentiroso y que su historia es tan digna de crédito como la de Viviendo con un lama (1966), libro que le dictó telepáticamente su gata siamesa la Señorita Fifi Greywhiskers, y su predicción de la Tercera Guerra Mundial, que tenía que haber estallado en 1985. Menos mal que cuatro años antes Hoskin murió en Canadá, adonde había emigrado para pagar menos impuestos.
El libro
Prisoners of Shangri-La (1998): el orientalista Donald S. Lopez examina la visión mítica occidental de Tíbet, y analiza las razones que han llevado a la tergiversación de la realidad.
Reportaje publicado en el diario El Correo y en Magonia el 24 de julio de 2008.