Reducidos a la literalidad, los principios de cualquier religión son tan poco defendibles desde la razón como los de la cienciología, ya se trate de reencarnaciones, inundaciones planetarias, concepciones virginales, gigantescos harenes en el Más Allá… En el alegato final del caso citado, Shore aboga por la desacralización de la religión en Estados Unidos, por defender que cada uno sea libre de creer en lo que quiera, de adorar al dios que le dé la gana; pero que nadie tenga derecho ni a imponer a los demás su divinidad ni a causarles daño alguno en su nombre.
Mientras tanto, en nuestro querido país, los funerales de Estado siguen imponiendo el dios cristiano a todos -recuerden el accidente de aviación de Barajas y el 11-M- y en algunos tanatorios -no sé si en todos- la sala para despedir públicamente al difunto no sólo se llama capilla, sino que además los símbolos cristianos forman parte de su decoración permanente, aunque la ceremonia sea laica. ¡Viva la imposición religiosa!