Una gran obra puede estar a la vista y que, sin embargo, nadie la vea. Es lo que pasó con las pistas de Nazca durante siglos. Pedro de Cieza de León vio en el siglo XVI «señales en algunas partes del desierto que circunda Nazca», pero la ciencia no las descubrió hasta que el hombre empezó a volar. Aunque se ven parcialmente desde las colinas próximas, los primeros en distinguirlas fueron pilotos militares y civiles peruanos, y arqueólogos como Toribio Mejía Xesspe, quien ya las investigó en 1927. Luego llegaron el historiador estadounidense Paul Kosok, quien se encontró en 1939 con un enigma que le entusiasmó hasta su muerte en 1959, y su discípula la matemática alemana Maria Reiche (1903-1998), que dedicó 60 años al estudio de los geoglifos.
Las líneas y figuras de Nazca ocupan más de 500 kilómetros cuadrados del desierto peruano, a unos 350 kilómetros al sureste de Lima. Casi sólo las conocían los historiadores hasta que el escritor suizo Erich von Däniken llamó en 1968 la atención sobre ellas en Recuerdos del futuro, libro del cual vendió millones de ejemplares. Las consideraba una de las pruebas de que el hombre había recibido en la Antigüedad la visita de extraterrestres que habían influido en la Historia. En esa visión del mundo y del pasado, Nazca era un complejo para el aterrizaje de las naves de unos visitantes que el ser humano había después convertido en dioses.
Guiados desde el aire
«Si uno vuela sobre la llanura de Nazca, divisará unas líneas gigantescas de trazo geométrico; algunas corren paralelamente, otras se entrecruzan o dibujan grandes figuras trapezoidales. La arqueología dice que son carreteras incas. Absurda lógica. ¿Para qué hubieran necesitado los incas carreteras paralelas y entrecruzadas cuyo trazado comienza y termina inopinadamente en una planicie?», se preguntaba Von Däniken antes de concluir que el conjunto «sugiere la idea de un aeródromo». Contemplaba la posibilidad de que se hubieran dibujado mediante el traslado a un «gigantesco plano» de modelos a escala; pero también apuntaba a que podían haber sido trazadas «siguiendo instrucciones transmitidas desde una aeronave». Había nacido el aeropuerto prehistórico de Nazca.
La idea fue pronto refutada. Y es que no cuadraba con unos visitantes prodigiosos que sus naves necesitaran de largas pistas, algo propio de los vulgares aviones terrestres. Como recuerda el historiador William Stiebing en su obra Astronautas en la Antigüedad, Von Däniken alude «a los aparatos de despegue vertical» en su interpretación de la visión del profeta Ezequiel como de la de una nave de otro mundo, pero se olvida de ese tipo de vehículos en Nazca (¿será que la tecnología alienígena sufrió entre tanto una involución?). Además, tampoco las pistas podían garantizar aterrizajes seguros, porque se hicieron retirando a un lado las piedras superficiales abrasadas por el sol durante millones de años y dejando al aire el suelo de debajo, más claro. Las rocas sobrantes están amontonadas todavía cerca de las líneas que forman las pistas y figuras.
Tras demostrarse lo descabellado de su idea, Von Däniken –de profesión, hostelero– reculó, pero sólo parcialmente. Dijo que nunca había sostenido que Nazca fuera un aeródromo y pasó a defender que se trataba de una obra indígena concebida con el objeto de propiciar la vuelta de los dioses extraterrestres. Así se explicaba que las pistas -hechas, según él, a imitación de las rodadas dejadas por las naves alienígenas– compartieran espacio con figuras como el mono, el colibrí, la araña, la ballena, el cóndor y el resto de animales inmortalizados en la llanura. Porque parece bastante difícil presentar como una pista de aterrizaje la espiral de la cola de un mono, por mucho que el simio mida 135 metros, o el zigzagueante cuello de un gigantesco pájaro de 300 metros.
Dibujos en peligro
La coincidencia de los motivos de la cerámica nazca con las figuras dibujadas en la llanura ha llevado a lo arqueólogos a concluir que las líneas fueron hechas entre 200 antes de Cristo (aC) y 600. Los nazcas pudieron usar cuerdas para no desviarse en el trazo de las cerca de 1.000 rectas –algunas de varios kilómetros de largo– y dibujaron las cerca de 800 figuras animales mediante la traslación de modelos realizados a escala a grandes cuadrículas hechas con estacas y cordeles. Luego, el excepcional clima de la región –donde prácticamente no llueve– premió el ingenio de aquellos humanos preservando su obra. Hoy en día, sigue casi sin llover en Nazca, pero los dibujos, que fueron declarados Patrimonio de la Humanidad en 1994, pueden acabar desapareciendo.
«Lo que se ha conservado por tantos siglos ahora está en peligro de borrarse. Las pampas son cruzadas por camiones que muelen la tierra compacta hasta convertirla en fino polvo que se levanta en altas columnas blancas producidas por los ventarrones, destruyéndose así el fondo sobre el que los dibujos pueden distinguirse», lamentaba en su día Reiche. La autopista panamericana cortó en los años 70 la cola del lagarto y, en los últimos treinta años, las rodadas de todoterrenos han destrozado también la del mono y la figura del pez. El hombre está destruyendo información que puede ser clave para explicar este misterio; porque, aunque sin extraterrestres, el enigma de Nazca existe.
Nadie sabe con qué fin se crearon las líneas. Se han propuesto muchas teorías, desde la de Mejía Xesspe de que estaríamos ante caminos rituales hasta la de Kosok y Reiche de que podía tratarse de un gigantesco calendario, pasando por la del telar de Henri Stierlin. Ninguna ha sido probada. Curiosamente, a pesar de lo que afirma Von Däniken, los arqueólogos descartaron desde el principio que se tratara de carreteras y que fueran incas nunca lo han contemplado, porque los incas todavía no existían cuando fueron hechas. Es posible que los nazcas sólo quisieran que su obra se viera desde el cielo porque consideraban las alturas el lugar donde está la morada de los dioses, idea que han compartido muchos humanos.
El libro
Nazca. La solución de un enigma arqueológico (1983): Henri Stierlin plantea que las rectas funcionaban como telares y las figuras tenían un carácter protector. Aunque la hipótesis no ha sido demostrada, la obra es una aproximación seria al enigma de Nazca.
Reportaje publicado en el diario El Correo y en Magonia el 21 de julio de 2008.