
El Defensor del Lector de El País no está por la labor de que el diario quede en evidencia ante sus lectores y no se ha dignado a comentar en su columna dominical las numerosas quejas que ha recibido a raíz del coleccionable de Cuarto milenio. Cuando no lo hizo la semana pasada, pensé que podía deberse a problemas de agenda; pero hoy tampoco hay en el periódico ni línea dedicada al asunto porque no se publica esa sección.José Miguel Larraya podía haber dicho algo así como que ha recibido cartas al respecto, pero que no es asunto suyo -lo que ha dicho en privado-. Sin embargo, ha preferido escabullirse para no tener que reconocer que todo es cuestión de pasta, que los principios editoriales no valen tanto como para renunciar al negocio de poner la marca El País como aval de las tan efectistas como falsas historias de fantasmas, ovnis, espíritus, maldiciones y demás supercherías que son la seña de identidad de programa de Iker Jiménez. Tampoco he encontrado quejas al respecto en la sección de Cartas al director, a pesar de que me consta que han sido numerosas las comunicaciones de lectores en ese sentido. El diario de Prisa ha optado por echar tierra sobre el asunto y seguir vendiendo mentiras paranormales cada lunes.
Para prueba, lo que el vendedor de misterios de Cuatro y su equipo entienden por informar sobre las llamadas calaveras de cristal. No es cierto, como dijeron en su programa, que estemos ante «calaveras para las que no se tiene una explicación» (Carmen Porter); que la descubierta por F.A Mitchell-Hedges proceda de Belice (José Luis Cardero) y fuera encontrada en una pirámide maya (Nacho Ares); que no se sepa con qué maquinaria se han tallado y pulido (Porter); que se haya demostrado que el cráneo del Museo Británico y otras dos piezas similares, a escala microscópica, «no tienen marcas de herramientas», «es como si la piedra hubiese cristalizado así» (Santiago Camacho)… Y no hablemos de las propiedades mágicas de los cráneos: ¿dónde están las pruebas, expertos de Cuarto milenio? La verdad es que lo que los arqueólogos e historiadores saben de las calaveras de cristal es mucho: saben que son un fraude, que no hay constancia de que ninguna se haya descubierto jamás en un yacimiento arqueológico, que no tienen nada que ver con los mayas, que fueron talladas mecánicamente y que se hicieron en Europa en el siglo XIX. ¿A que no han escuchado nada de esto en los cinco minutos que el coleccionable de El País dedica al presunto enigma? Bienvenidos a la nave del misterio.
No esperaba, por otro lado, mucho de la aventura de Javier Sierra en TVE, pero aún así Enigmas me defraudó. Se limitó a ser que una sucesión de microrreportajes a los que el misteriólogo y novelista daba entrada desde un plató que parecía salido de la Noche de fiesta de Jose Luis Moreno. El potaje de enigmas tocó casi todos los palos, siempre de una forma tramposa, porque Sierra y su equipo han contado la verdad de los misterios expuestos, pero no toda la verdad. Por poner un ejemplo, en el reportaje dedicado a las hermanas Fox -inventoras del espiritismo en los Estados Unidos del siglo XIX- les faltó incluir un dato: la confesión pública de las protagonistas de que toda su carrera mediúmnica había sido un fraude. Ya saben, una minucia, aunque entonces el misterio inexplicado no lo sea tanto. Las historias de reencarnaciones -con una niña india hábilmente recolocada por sus padres como reencarnación de una pequeña de una familia con posibles y un Osel que ha renegado del budismo- resultaban de un cutre impresionante y la del cirujano psíquico de rigor, sin contar que ese tipo de curanderos hace tiempo que han sido desenmascarados, impresionante porque juega con la esperanza de personas con graves enfermedades. La recreación de las apariciones de la Virgen de Unbe -que ni siquiera acepta la Iglesia católica, así que imagínense cómo son- me recordaba a una hecha hace ya muchos años por la misma cadena pública que pasa de divulgar cultura, pero no falsos misterios.
Cuarto milenio y Enigmas son dos ejemplos de productos televisivos cuyos responsables tienen alergia a la información veraz. Me ocurre con estos programas lo mismo que con los llamados del corazón, que no entiendo la pasividad de la gente. Respecto al chismorreo, creo que los afectados, los famosos por su trabajo -no los famosos porque sí-, podrían hacer mucho por acabar con ello: que la cadena X tiene un programa de esas características, pues no se conceden entrevistas a esa cadena ni se permite la entrada de sus profesionales -no del programa en cuestion, sino de toda la cadena- a los actos que uno organice. De ese modo, ya verían qué pronto las televisiones adecentarían la parrilla. Las organizaciones de espectadores también lo tendrían fácil: bastaría con que publicasen periódicamente una lista de las firmas que se anuncian antes, durante o después de esos espacios -o que colaboran en el vestuario, por ejemplo- para que la gente pudiera tomar nota de quienes financian y apoyan la telebasura y obrara en consecuencia.
«Me fascina que se tolere algo semejante [se refiere a la telebasura] y la sociedad civil no reaccione ante eso», dice Antonio Garrigues Walker en la interesante entrevista que le ha hecho César Coca, vecino de Divergencias, y que hoy publica El Correo. El abogado e intelectual madrileño recuerda que del auge de la bazofia televisiva «todos somos culpables» porque tenemos en nuestra mano luchar contra ello. «Si a alguien no le gustan, tendría que escribir sobre ellos o, como harían en EE UU, crear un lobby en su contra». ¿Acaso no podrían hacer algo en esa línea todos -científicos y no científicos- los que están contra la promoción de la pseudociencia y la superchería, contra la telebasura, radiobasura y prensabasura pseudocientífica, más allá de firmar cartas y manifiestos? ¿Qué piensan ustedes?
Nota publicada en Magonia el 10 de febrero de 2008.