Como el turrón a la mesa en Navidad, todos los años por estas fechas vuelve la sábana santa a hacerse un hueco en los medios de comunicación. Durante la pasada Semana Santa, José Manuel Fernández-Figares, catedrático de Biología Celular de la Universidad de Málaga y miembro del Centro Español de Sindonología (CES), decía que el reto al que ahora se enfrenta la ciencia es explicar cómo se formó la imagen del lienzo y afirmaba que se sabe que «surgió del cuerpo un tipo de energía que no se conoce, de muy alta intensidad, pero muy corta duración». Hoy, un grupo de destacados sindonólogos está reunido en Valencia para «analizar los últimos descubrimientos en torno a la reliquia», según un despacho de la agencia Europa Press. El encuentro se celebra en la Universidad Católica de Valencia y la información a los medios de comunicación la ha facilitado el Arzobispado, por si alguien tuviera alguna duda acerca de quién está detrás de todo.
La prueba del carbono 14 dejó claro, hace dieciocho años, que el sudario de Turín data en del siglo XIV, así que difícilmente pudo envolver el cuerpo de Jesús en su sepulcro. Los análisis hechos en tres laboratorios de Estados Unidos, Reino Unido y Suiza dataron «el lino del sudario de Turín entre 1260 y 1390 (±10 años), con una fiabilidad del 95%». Ese resultado se publicó en la revista Nature en febrero de 1989 y hasta hoy nadie ha demostrado que sea erróneo. Pero eso da igual a los sindonólogos y a los vendedores de misterios. Los primeros han llegado a inventarse declaraciones de un premio Nobel para desacreditar las pruebas de 1988; las afirmaciones de los segundos se cuentan por mentiras.
Celestino Cano, presidente del CES en 1989, dijo entonces que la prueba del radiocarbono no se había hecho bien, «como más tarde ratificó el propio inventor del sistema». Willard F. Libby, Nobel de Química en 1960 por el descubrimiento de este sistema de fechación, quería -según Cano y sus colegas- comprobar la metodología seguida por los laboratorios que realizaron la medición, lamentaba que toda la tela a analizar procediera de un mismo lugar y sospechaba que la muestra podía estar contaminada. El problema, ay, es que Libby había muerto nueve años antes, cuando nadie contemplaba la posibilidad de que la Iglesia permitiera ese tipo de prueba destructiva. A no ser, claro, que los miembros del CES supieran de la opinión del científico gracias a una sesión de espiritismo.
A primeros de abril pasado, Fernández-Figares, también del CES, le vendió a la agencia Efe la idea de que «no hay absolutamente ningún trabajo científico serio en el que se pueda uno apoyar para decir que es falsa» y de que «todos los estudios actuales indican que la sábana es del siglo I». ¿Acaso el de Nature y los trabajos del microanalista forense Walter McCrone, que descartó la presencia de sangre en la tela, no fueron serios? No, lo que pasa es que no dieron los resultados deseados por la comunidad de creyentes, que sigue dejando caer cada dos por tres la mentira de que hace treinta años la NASA examinó la presunta reliquia, patraña que explotó durante años Juan José Benítez.
La verdad es que, aunque tanta mentira cansa, no hay que dejar pasar ni una. Porque el timo de la sábana santa es tan evidente como el del Lignum Crucis y otras reliquias que están ahí y forman parte del cristianismo folclórico tan del gusto de algunos. Por cierto, si quieren ver varios trozos de madera de la cruz de Jesús -que debió de ser la más grande del mundo, dada la cantidad de astillas que quedan- pueden contemplarlos en el Santuario de la Santísima y Vera Cruz de Caravaca, adonde llegó recientemente un pedazo procedente de Jerusalén. Al acto de entrega de la reliquia en Jerusalén por parte del custodio de los Santos Lugares, Perbattista Pizzabala, acudió nada más y nada menos que el cónsul de España en la ciudad. Una prueba más de lo serio del asunto.
Nota publicada en Magonia el 30 de abril de 2006.