El misterio del triángulo de las Bermudas se ha reanimado esta semana con el estreno en Canal Plus de The triangle, una teleserie ideada por Bryan Singer, el director de X Men, y Dean Devlin, coproductor de Stargate e Independence Day. The triangle es un producto bien hecho y divertido, aunque, para los aficionados a la ciencia ficción, la explicación al enigma elegida por los guionistas resulte obvia casi desde el principio.
El punto de partida de la historia concebida por Singer y Devlin es un clásico paranormal contemporáneo: que en aguas del Atlántico -en la región delimitada por Puerto Rico, Florida y Bermudas- se han esfumado cientos de barcos y aviones misteriosamente. Hay en la serie referencias a las desapariciones del Cyclops y del famoso Vuelo 19, enigmáticas sólo en la mente de Charles Berlitz y compañía, porque el bibliotecario Lawrence David Kusche hace tiempo que las explicó en sus obras El misterio del triángulo de las Bermudas solucionado (1975) y The disappearance of Flight 19 (1980). En el segundo libro, demostró que fue un cúmulo de infortunios lo que llevó a la muerte, el 5 de diciembre de 1945, a la tripulación de una patrulla de aviones torpederos mientras volaba sobre el mar para adiestrarse en la orientación sin instrumental ni referencias.
«Es ficción», dirán algunos sobre The triangle. Tendrán razón; pero no está de más recordar que lo que se presenta en la serie como verdad histórica no lo es, que la leyenda del triángulo de las Bermudas es un invento y que lo que sostiene, por ejemplo, Iker Jiménez en la revista de Digital + es, simple y llanamente, mentira. Recuerda el director de Cuarto milenio en la guía mensual de la plataforma de televisión de pago que el mito alcanzó su clímax con la publicación de El triángulo de las Bermudas, obra que dice que Charles Berlitz escribió en 1975, algo prodigioso porque el libro se publicó en 1974. «Ahí comienza todo, con una recopilación de las desapariciones, hundimientos y, sobre todo, la falta de datos en torno a aviones y barcos que se habían esfumado sin dejar rastro», dice.
Lo que no cuenta Jiménez es que, un año después de ponerse a la venta el libro de Berlitz, Kusche -entonces bibliotecario de la Universidad de Arizona- dio carpetazo al asunto. El misterio del triángulo de las Bermudas solucionado es un catálogo de las trapacerías de Berlitz, que incluyen barcos inventados -como el inexistente Stavenger al que hace desaparecer en 1931-, otros cuyo naufragio situó cerca las Bermudas cuando sucedió en el Pacífico -como el Freya en 1902- o en el Atlántico Norte -como el Raifuku Maru en 1925-, navíos que en realidad fueron hundidos en acciones de guerra -como el Proteus y el Nereus en 1941-, algunos víctimas de tormentas -como el Cotopaxi en 1925 y el Sandra en 1950-…
«La leyenda del triángulo de las Bermudas es un misterio manufacturado. Empezó a causa de una investigación descuidada y fue elaborada y perpetuada por escritores que, consciente o inconscientemente, se sirvieron de errores, razonamientos incorrectos o simple sensacionalismo. Y tantas veces se repitió el relato que éste empezó a ser envuelto por un aura de verdad», concluyó Kusche en una obra cuya vigencia es la misma que hace más de tres decenios. Jiménez, sin embargo, no les dice nada esto a los lectores de la revista de Digital +. Sería desmontar un enigma y eso no es propio de quien vive desde hace años de explotar misterios inexistentes. Por eso, el director de Cuarto milenio sentencia que «la falta de respuesta hundió al propio tema (se refiere al enigma del triángulo de las Bermudas). Pero, sin embargo, hay que reconocer que nadie pudo poner en claro lo que sucedió realmente. Descubrirlo, tanto tiempo después, sigue siendo el gran desafío».
En la misma onda, está su colega Bruno Cardeñosa, ufólogo reconvertido a conspiranoico después de los atentados del 11-S. Este periodista es autor de una antología del disparate paleoantropológico, titulada El código secreto (2001), en la que sostiene que «los mecanismos primigenios que dieron origen a la vida estuvieron regidos por unas leyes ajenas a la evolución» y «aquellas primitivas formas de vida tenían en su soporte interno algo parecido a una orden: evolucionar hacia formas más complejas. Disponían, en suma, de un código secreto que señala que el objetivo último de la evolución es el Homo sapiens«. Puro diseño inteligente, vamos. Cardeñosa es capaz de ver un fantasma en donde hay una figura de cartón en la película Tres hombres y un bebé (1987) y mantiene que «el enigma del triángulo de las Bermudas está vivo, diría que más vivo que nunca. Todas las explicaciones que han propuesto algunos escépticos se han demostrado como vulgares cuando no sencillamente estúpidas». No es que desconozca el libro de Kusche, es que, sencillamente, tampoco está por la labor de matar la gallina de los huevos de oro en un negocio de lo paranormal en el que el prestigio se labra a golpe de tontería.
Descubrir lo que no pasa ni ha pasado nunca en esa zona del Atlántico es tan difícil -diga lo que digan los misteriólogos– como abrir el libro de Kusche y pararse a pensar unos minutos en que la región maldita registra un gran tráfico aéreo y marítimo. ¿De la desaparición de cuántos aviones de línea, de los cientos que vuelan sobre el triángulo de las Bermudas a diario, tiene usted, lector, un recuerdo directo? Quizá de ninguno, a pesar de la gran atención que prestan los medios a los accidentes aéreos y naufragios. Ése es el auténtico misterio, cómo mucha gente bien informada que nunca ha tenido noticia por la prensa, la radio y la televisión de algo terrible ocurrido en esa región es, sin embargo, seducida por las patrañas del charlatán de turno.
A mí me encantaría navegar por el triángulo de las Bermudas. Si pudiera, lo haría este próximo verano en un minicrucero programado por James Randi, el ilusionista que desenmascaró a Uri Geller. El mago emitirá a cada participante en el viaje turístico un certificado en el que quedará constancia de que el intrépido viajero ha atravesado el triángulo de las Bermudas y no le ha pasado nada. Es lo que hacen cada día miles de personas; lo que ocurre es que no son conscientes de ello. Recuérdelo la próxima vez que le inviten a subirse a la nave del misterio.
Nota publicada en Magonia el 19 de marzo de 2008.