«El ser humano del planeta Tierra es un producto de seres inteligentes que poblaban el Universo o parte del mismo mucho antes de nuestra existencia. Estos seres nos han puesto en el planeta que hoy poblamos y siguen controlando de cerca nuestra evolución. Nunca han dejado de encauzar sutilmente el curso de nuestra historia». Lo dijo en 1985 el periodista y ufólogo español Andreas Faber-Kaiser en el Diario de Jerez cuando un reportero le pidió «una especie de testamento ufológico». Doce años después de la muerte de Faber-Kaiser, un artículo del último número de El Escéptico Digital reivindica la figura del que fue director de Mundo Desconocido, el equivalente en los años 70 y principios de los 80 de revistas como Año Cero y Más Allá.
«Lo cortés no quita lo valiente», titula Juan Antonio Paredes un texto en el que se autocalifica de escéptico «hasta la médula», para después alabar la trayectoria de Faber-Kaiser en comparación con la de algunos de sus colegas actuales. «En una sociedad en la que prima la hipocresía y apuntalarse junto al árbol que más y mejor sombra da, Andreas no tuvo reparos en enfrentarse al poder establecido, fuera éste el que fuese, para denunciar hechos que atentaban gravemente contra la dignidad humana», escribe el autor. Entre esos hechos, Paredes destaca las supuestas investigaciones del ufólogo sobre el escándalo del síndrome tóxico, detrás del cual veía «un ensayo químico», una conspiración en toda regla.
«Sé de primera mano que todo aquél que le conoció personalmente quedó maravillado por su talante humano. Hoy por hoy, es lo único que me interesa del tema. No siempre he estado de acuerdo con las teorías que Andreas promulgaba en sus libros y a través de las ondas, pero, como lo cortés no quita lo valiente, considero mucho más grave el hecho de que humanos como él vayan desapareciendo, hombres y mujeres que griten en el silencio de la noche aquello que los poderes fácticos no desean que sea escuchado, aquello que el poder en la sombra -nada misterioso, por ciergto, sino simplemente bien oculto- no considere oportuno para sus intereses», concluye el articulista. Aunque sé que los escépticos no estamos libres de caer en el pensamiento conspiranoico, nunca creí que fuera a leer una declaración como ésta en el boletín electrónico de ARP-Sociedad para el Avance del Pensamiento Crítico, un medio que dice abogar por la ciencia, el escepticismo y la crítica de la pseudociencia.
Andreas Faber-Kaiser nació en Barcelona en 1944 y saltó a la fama con libros como ¿Sacerdotes o cosmonautas? (1971) y Jesús vivió y murió en Cachemira (1976). Fundó en 1976 la revista Mundo Desconocido, que convirtió en la publicación de referencia de lo paranormal y dirigió hasta su desaparición en noviembre de 1982. Carente del mínimo espíritu crítico, dio cabida en su revista a artículos sobre la Tierra hueca, la convivencia del hombre con los dinosaurios, las expediciones de Erich von Däniken y las últimas invenciones del ufólogo de turno. Precursor, con Jesús vivió y murió en Cachemira, de la teología light que años después dio tanto dinero a Juan José Benítez, Faber-Kaiser fue autor de dos libros que son meras recopilaciones de documentación de la Agencia Central de Inteligencia (CIA): Ovnis: el archivo de la CIA. Documentación y memorandos (1980) y Ovnis: el archivo de la CIA. Informes de avistamientos (1980).
El cierre de Mundo Desconocido en l982 marcó el inicio del fin de sus años dorados como fabricante de paradojas. Sus últimas obras –Las nubes del engaño (1984), Fuera de control (1984) y Sobre el secreto (1985)- pasaron con rapidez del estante de novedades al de saldos. A finales de las 80, cambió con éxito la máquina de escribir por el micrófono. Su programa Sintonía Alfa se emitía cada domingo a partir de la medianoche en Catalunya Radio y tenía una audiencia media de 50.000 personas. Y en 1992, ya enfermo, intentó resucitar Mundo Desconocido; pero, al parecer, la campaña de captación de fondos no dio los resultados esperados y el proyecto pasó a mejor vida.
Las teorías de Faber-Kaiser tenían generalmente tanto fundamento como la fe que puso al final de su vida en el sanador espiritual André Malby. En su último artículo, publicado en el número 56 (octubre de 1993) de la revista Más Allá bajo el título de «Confesiones de Andreas Faber-Kaiser entre la vida y la muerte», el periodisla catalán culpó del sida que padecía a las tramas ocultas y conspiraciones que siempre le obsesionaron. «Un mes después de iniciar las investigación (sobre el síndrome tóxico), o sea, en junio de 1987, tras donar sangre para la madre de una amiga mía, el análisis rutinario siguiente muestra la existencia en mi sangre de anticuerpos contra el VIH. Me sumo a la serie de investigadores médicos y hasta autoridades (por poner un ejemplo, Juan José Rosón) que murieron o quedaron afectados por repentinos cánceres y otras dolencias durante la investigación que hacían del síndrome tóxico», escribió. A ese texto se sumaba otro -titulado «André Malby, el hombre que salvó mi vida»- en el que el periodista se mostraba convencido de que el curandero había conseguido que superara su enfermedad. No fue así. Andreas Faber-Kaiser murió el 14 de marzo de 1994, víctima del sida, en el hospital barcelonés de Can Ruti. Y en el mundillo del misterio se echó tierra sobre una «milagrosa recuperación» que nunca existió.
Paredes no cuenta casi nada de todo esto en El Escéptico Digital. Cita de pasada la semblanza anterior -que publiqué casi tal cual en 1994 en el número 32 de la La Alternativa Racional– y argumenta, como respuesta a mi apunte de que dos de los libros de Faber-Kaiser «son meras recopilaciones de documentación de la Agencia Central de Inteligencia (CIA)», que personalidades académicas también han incurrido en el arte del cortar y pegar. ¿Acaso justifica una actuación éticamente cuestionable que caiga en ella mucha gente? Además, el autor elude pronunciarse sobre si existe alguna prueba histórica que avale Jesús vivió y murió en Cachemira, libro en el que Faber-Kaiser postula que Jesús no murió en la cruz, que se recuperó de las heridas y que después fundó una familia en Cachemira. ¡Qué pena! Basta visitar la bitácora del historiador José Luis Calvo para comprobar que toda la historia de Jesús en Cachemira no es más que otra patraña difundida por los vendedores de misterios.
Sin embargo, en su panegírico, Paredes quita importancia a la falta de veracidad del libro de Faber-Kaiser y dice: «Había que ser muy valiente para publicar, en plena Transición española -más que Transición resultó una adaptación del Tardofranquismo a la incipiente democracia-, una obra titulada Jesús vivió y murió en Cachemira (1976). Para mí, el elemento fundamental de la cuestión no es la propia historia del personaje, sino la extrema osadía de dinamitar uno de los principios básicos del cristianismo, es decir, si el Jesús bíblico no murió en las circunstancias conocidas tampoco resucitó al tercer día, luego la base fundamental de todo lo que se formó posteriormente desaparece. Los que han calificado a Andreas de «precursor de la teología light«, ¿hubieran lanzado esta teoría al mercado convulso de una sociedad lamentablemente dominada en buena parte por el estamento eclesiástico? Yo no me hubiese arriesgado». Ni yo, porque esa teoría tiene el mismo fundamento que cualquiera de las tonterías que predica Iker Jiménez un domingo sí y otro también desde su púlpito de Cuatro. Y, además, ¿qué tiene que ver con la razón y el escepticismo que la fantasía cristológica de Faber-Kaiser pudiera molestar a la Iglesia católica?, ¿es que una mentira se legitima de algún modo por el hecho de resultar provocadora y molesta para un sector de la población?
El artículo con el que se abre el último número de El Escéptico Digital tiene muy poco de pensamiento crítico y mucho de nostalgia de esos tiempos pasados que, para algunos, siempre fueron mejores. Paredes sostiene que no ha lugar a la comparación entre el fallecido divulgador de misterios inexistentes y las actuales estrellas del gremio, que el primero profundizaba en los asuntos que trataba mientras que los segundos ofrecen paseos superficiales y no salen de «los tópicos comunes y sabidos». Es un sentimiento bastante extendido entre los que conocemos el mundillo de lo paranormal desde hace décadas ése de que la charlatanería no lo era tanto hace años. Sin embargo, si abriera cualquier ejemplar de Mundo Desconocido, la revista de Faber-Kaiser dirigió durante seis años, Paredes se encontraría con una sucesión de disparates equiparables a los que llegan cada mes a los quioscos en publicaciones como Año Cero, Enigmas y Más Allá. Fue el hombre al que admira quien, en su revista, facilitó a Prudencio Muguruza el medio para impulsar la leyenda de Ochate, promovió el falso misterio del triángulo de las Bermudas, la idea de que en el País Vasco hay tumbas de extraterrestres, la existencia de una máquina capaz de fotografiar el pasado, la autenticidad de la energía de las pirámides, la verosimilitud de la telepatía, las visitas extraterrestres en la Antigüedad, la existencia de gobiernos ocultos que dirigen el destino del mundo…
Me da igual si, al margen de su muy criticable faceta de explotador de la credulidad ajena -sobre la que Paredes pasa de puntillas-, Faber-Kaiser fue una buena o una mala persona. No es asunto mío; ni creo que debe serlo de una publicación dedicada al escepticismo y la divulgación científica. Que Faber Kaiser fuera un tipo genial, como defiende Paredes, no otorga ningún plus de credibilidad a lo que dijo y escribió en vida, ni a todas las supercherías que respaldó como director de Mundo Desconocido. Al igual que el hecho de que un científico o un artista genial haya sido un ser humano despreciable tampoco resta mérito a sus logros, ni el que un escéptico sea una mala persona invalida sus críticas. Por eso, el artículo sobre Andreas Faber-Kaiser publicado en El Escéptico Digital tiene tanto que ver con el pensamiento crítico como el último chisme sobre un actor que se propague desde Aquí hay tomate o cualquier otro espacio de telebasura, con el arte.
Nota publicada en Magonia el 15 de enero de 2006.