Hubo en los años 70 del siglo pasado una fiebre piramidiota, consecuencia de la publicación de El poder mágico de las pirámides (1974), de Max Toth y Greg Nielsen. El libro incluía una pequeña pirámide roja de cartón que el lector podía poner debajo de la cama para descansar mejor, en la que podía meter cuchillas de afeitar para que duraran más tiempo afiladas o que podía usar para incrementar su poder sexual (¡tiembla, viagra!). Al menos, eso es lo que aseguraban los autores, para quienes, «sin duda alguna, los próximos años han de aportar un gran avance en la recuperación de la sabiduría extensiva e intensiva de las pirámides. Para quienes hemos consagrado nuestras vidas a dicha sabiduría, el futuro encierra una de las fuerzas más misteriosas, uno de los mayores misterios que nos legaron los Antiguos: el poder mágico de las pirámides».
La fiebre y «los próximos años» pasaron sin el boom de las pirámides; pero en el saber popular quedó anclada la idea de que la forma piramidal propicia algún tipo de energía misteriosa que la ciencia no ha llegado a detectar. ¿Nunca? Bueno, según un artículo publicado en el número 2 de Muy Historia -que acaba de llegar a los quioscos-, el poder mágico de las pirámides funciona con las cuchillas de afeitar y eso está demostrado. ¿De verdad?
La revista ha dedicado su última entrega a 10 incógnitas de la Historia y Alberto Porlan es el encargado de informarnos de «El secreto de la Pirámide». Recuerda lo más desquiciado de la piramidiotología y que, hace tres décadas, «hasta se habló de una escuela tántrica que practicaba sus ritos sexuales en el interior de una cámara piramidal». Hasta ahí parece que va por el buen camino, pero inmediatamente da un giro a lo Más Allá.
«En la misma época -dice- los rusos le daban un uso mucho más exotérico (práctico) a la estructura: guardaban sus hojas de afeitar bajo pequeñas pirámides de baquelita. Habían comprobado que, de ese modo, podían afeitarse con la misma hoja durante seis meses». Seguidamente, Porlan nos informa de que un investigador checo, Karel Drbal, «tardó diez años en poder explicarlo científicamente». Y nos ofrece la típica explicación esotérica: «Al parecer, la estructura piramidal actúa por sí sola como un resonador energético o un potente deshidratador que, en el caso de las hojas de afeitar, contribuye a preservar la estructura metalo-cristalina de su filo. Actúa también sobre la materia orgánica, facilitando su deshidratación y, por lo tanto, su conservación». Amén.
Sólo cabe decir una cosa ante tal conjunto de afirmaciones: que son una tontería, falsas de principio a fin, que el poder mágico de las pirámides no está demostrado y que tiene tanto fundamento real como lo que el autor presenta como excentricidades. Los fabricantes de cuchillas de afeitar pueden dormir tranquilos.
Nota publicada en Magonia el 7 de noviembre de 2006.