Con la muerte de Juan Pablo II, 110 papas de los listados en la profecía de san Malaquías son ya historia. Sólo quedan dos. Y durante el mandato del último, Pedro el Romano, «la ciudad de las siete colinas (Roma) será destruida, y el juez tremendo juzgará al pueblo». Los seguidores de la profecía creen que augura el fin del mundo. ¿Pero hay motivos reales para la inquietud? ¿Es cierto que una relación de lemas redactada por un monje en el siglo XII predice la identidad de todos los pontífices elegidos desde entonces?
Malaquías O’Morgair nació en Armagh (Irlanda) en 1094 y fue ordenado sacerdote en 1120. Cinco años después, fue nombrado obispo. Murió en Claraval (Francia) en 1148, y Clemente III le canonizó en 1190. Según su amigo san Bernardo, en cuyos brazos murió, gozaba de los dones de la levitación, la sanación por imposición de manos y la clarividencia. Y es famoso por la llamada profecía de los papas, aunque san Bernardo ni la menciona en su biografía de san Malaquías.
Cuatro siglos de silencio
Cuenta el abad François Cucherat en Profecías sobre la sucesión de los papas (1871) que, cuando san Malaquías viajó a Roma en 1139 para informar de los asuntos de su diócesis a Inocencio II, tuvo una visión de la lista de pontífices que gobernarían la Iglesia hasta el final de los tiempos. Cucherat dice que el obispo entregó al papa la profecía y que ésta permaneció oculta en los archivos vaticanos durante más de cuatro siglos. Así explica el religioso que el mundo no supiera de los augurios de san Malaquías hasta 1595, cuando Arnoldo de Wyon los incluyó en su libro El árbol de la vida.
La profecía consiste en 111 lemas y un último comentario más amplio que pretenden definir a 112 papas entre Celestino II, elegido en 1143, y Pedro el Romano, el último de los reyes de la Iglesia. «Los dísticos casan perfectamente hasta 1590 con escudos, lugares de nacimiento y sedes desde las que accedieron al papado los pontífices; pero después empiezan los problemas. Desde Gregorio XIV, los malaquistas tienen que recurrir a casi cualquier aspecto de la vida del papa o de la sociedad en la que vivió para intentar que cuadre con su divisa, y ni aún así lo consiguen», indica el historiador palentino José Luis Calvo.
El filósofo español Benito Jerónimo Feijoo ya llamaba la atención sobre este particular en el segundo tomo de su Teatro crítico universal (1728): «Estos motes se ajustan con gran propiedad a todos los papas que hubo por espacio de 447 años, contando desde Celestino II hasta Gregorio XIV inclusive; pero es menester interpretar los que se siguen con suma violencia para acomodarlos a los papas que hubo desde Gregorio XIV hasta Benedicto XIII, que al presente reina».
Feijoo considera determinantes el silencio de 450 años desde la muerte del monje hasta la primera publicación de la profecía por Arnoldo de Wyon, y la claridad de los lemas anteriores a 1590 frente a la oscuridad de los posteriores. Y concluye que «se fabricaron estas profecías» hacia 1590 y, «como el impostor que las fraguó sabía quiénes habían sido los papas antecedentes e ignoraba los venideros, para aquéllos dispuso los motes e modo que viniesen con propiedad; pero para éstos fue preciso echarlos al azar».
El ilustrado español coincidía en su dictamen sobre la autenticidad de la lista de futuros pontífices asignada al santo irlandés con el jesuita Claude-François Menestrier, autor de la Refutación de las profecías, falsamente atribuidas a san Malaquías, sobre la elección de los papas (1669). Este historiador y otros de su época apuntan una razón terrenal para la confección de los augurios hacia 1590: la intención de dirigir la elección del sustituto de Urbano VII, el último papa que casa perfectamente con el lema que le corresponde. Y señalan como beneficiario de la profecía al cardenal Girolamo Simoncelli.
El origen de la profecía
«El autor de la lista quería forzar la elección de un pontífice determinado y al cónclave concurría el cardenal Girolamo Simoncelli, que era de Orvieto. El nombre de esa ciudad italiana deriva de urbs vetus, que significa en latín ciudad vieja. Curiosamente, según la profecía, el lema del sucesor de Urbano VII es Ex antiquitate urbis (de la antigüedad de la ciudad)», explica Calvo. El dístico encajaría como anillo al dedo con Simoncelli; pero salió elegido Niccolò Sfondrati, nacido en Milán y que adoptaría el nombre de Gregorio XIV. «A partir de esa fecha, la perfecta adecuación entre lemas y papas hace aguas por todas partes», señala el estudioso palentino.
La correspondencia de los pontífices anteriores a 1590 con los lemas del texto publicado por Arnoldo de Wyon no es tal después, por lo que los partidarios de la profecía se ven obligados a hacer juegos malabares para mantenerla a flote. Así, en el caso de Karol Wojtyla, las explicaciones al lema que le corresponde –De labore Solis (del trabajo del Sol)- van desde la coincidencia de su nacimiento con un eclipse solar que tuvo lugar sobre el sur del Índico y el Pacífico hasta su carácter viajero, pasando porque fue un pontífice originario del Este, por donde sale el Sol.
La atribución de la profecía a san Malaquías fue una treta para conferir credibilidad a la relación de lemas, dada la fama de vidente que había tenido en vida el santo irlandés. San Bernardo -«su gran valedor», recalca Calvo- dice, por ejemplo, que el monje predijo con acierto el día de su propia muerte. Aunque no se pueda saber a ciencia cierta quién fue el fabricante de la profecía, sí hay pruebas indirectas de cuándo lo hizo: después de 1568.
La pista de los antipapas
En la lista de san Malaquías aparecen mezclados los papas con ocho antipapas, de los que sólo dos son presentados como tales: Nicolás V (Corvus schismaticus, el cuervo cismático) y Clemente VIII (Schisma Barcinorum, el cisma de los barceloneses). Lo mismo había hecho el veronés Onofrio Panvinio (1530-1568), corregidor y revisor de la Biblioteca Vaticana, en su historia de los papas, en la cual de los ocho antipapas sólo identificaba a dos, los mismos que en la lista presuntamente escrita por san Malaquías: Nicolás V y Clemente VIII. «No parece posible que un autor movido por Dios haya introducido en la lista de los papas a antipapas como Víctor IV (1159-64), Pascual III (1164-68), Calixto III (1168-78), Nicolás V (1328-30), Clemente VII (1378-94), Benedicto XIII (1394-1423), Clemente VIII (1424-39) y Félix V (1439-49)», dice el sacerdote Miguel Ángel Fuentes en el portal de Internet Catholic.net.
«Además, a la hora de justificar los dísticos de algunos de los pontífices, el autor de la profecía de san Malaquías comete exactamente los mismos errores que Panvinio sobre la orden a la que pertenecía Eugenio IV, la profesión de la familia de Juan XXII (1316-34) y el motivo heráldico del escudo de Clemente IV (1265-68)», indica Calvo. Tanto en la obra de Panvinio como en la profecía se atribuye a Juan XXII el lema De surore Osseo (del zapatero de Ossa) y, aunque la familia del pontífice es Duesse, no hay en ella ningún zapatero. A Clemente IV, ambos le ponen un dragón en el escudo familiar, cuando lo que hay es un águila. «El autor de la profecía fusiló la historia de Panvinio sin pararse a pensar», concluye el historiador español. El falso Malaquías puso a partir de 1590 lemas al azar, que desde entonces se han metido a los papas con calzador.
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Lemas y pontífices
León XI (1605). Undosus vir (el varón ondulado). Murió a los veintisiete días de ser elegido, de un resfriado. Su papado «se agotó como una ola», dicen los creyentes en la profecía.
Inocencio XI (1676-1689). Bellua insatiabilis (la bestia insaciable). Tenía un león en su escudo. El felino sería la bestia insaciable.
Benedicto XIV (1740-1758). Animal rurale (el animal rural): Fue un erudito; el más sabio de los papas. «Hablar de él como El animal rural es ridículo. Se justifica diciendo que era muy trabajador», indica José Luis Calvo.
León XII (1823-1829). Canis et coluber (el perro y la serpiente). Según los partidarios de la autenticidad de la profecía, el can hace referencia a la actitud vigilante y la serpiente, a la prudencia. «El problema -apunta Calvo- es que, en el cristianismo, el perro es la impudicia y la serpiente, símbolo del pecado».
Juan XXIII (1958-1963). Pastor et nauta (pastor y navegante). Lo de pastor, que va bien a cualquier papa, se vincula a la convocatoria del Concilio Vaticano II y lo de navegante, a que fue cardenal y patriarca de Venecia, ciudad de las góndolas.
Juan Pablo I (1978). De meditate Lunae (de la mitad de la Luna). Su pontificado duró veintiocho días, de una media luna a otra. Otra explicación recurre al significado de su nombre: Albino (blanco) y Luciani (luz) se referirían a la luz de la Luna, que es blanca.
Juan Pablo II (1978-2005). De labore Solis (del trabajo del Sol). Unos recuerdan que nació durante un eclipse solar. Es cierto, pero el eclipse fue parcial y visible en el Índico y el Pacífico meridional, no en Polonia. Otros destacan que es un papa llegado del Este, donde nace el Sol. Y no faltan quienes apuntan que el lema se refiere a su incansable labor al frente de la Iglesia.
? (2005-). De gloria olivae (de la gloria del olivo). Puede ser un pontífice de un país productor de aceite -hay muchos-, un benedictino -la orden olivetana-, de origen judío -el olivo simboliza al pueblo elegido-…
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¿Cuenta el papa del Palmar?
La mezcla en la profecía de san Malaquías de papas y antipapas impide asegurar cuántos pontífices faltan para el Juicio Final. Porque ahí estaba el recientemente fallecido Clemente Domínguez, papa del Palmar de Troya, a quien han ignorado sistemáticamente los partidarios de los augurios del monje irlandés. Autoproclamado Gregorio XVII a la muerte de Pablo VI, le correspondería el lema De meditate Lunae, mientras que De labore Solis sería para Juan Pablo I y De gloria olivae, para Juan Pablo II.
En el Palmar de Troya ya han elegido papa: se llama Manuel Alonso Corral. Sería Pedro el Romano y ya no habría tiempo para nada más. Porque la profecía dice: «En la última persecución de la santa Iglesia romana tendrá su sede Pedro el Romano, que hará pacer a sus ovejas entre muchas tribulaciones; tras la cuales, la ciudad de las siete colinas será destruida, y el juez tremendo juzgará al pueblo».
Claro que, si no se cuenta al papa Clemente y los suyos, quedarían todavía dos papas: el que se elegirá en cónclave en Roma a partir de 18 de abril será el penúltimo. ¿Qué pasará cuando pase el tiempo y el Juicio Final no se celebre? Los profetas y sus partidarios siempre han sabido echar tierra sobre sus errores. Basta recordar que, según sus exégetas, Nostradamus vaticinó el fin del mundo para 1999 y aquí estamos, a pesar de lo cual la credibilidad de esos intérpretes no se ha visto afectada. Los malaquistas hablan ya no del Apocalipsis, sino de una nueva época para la Iglesia, aunque lo del ‘juez tremendo’ deja lugar a pocas dudas.
Reportaje publicado en el diario El Correo y en Magonia el 10 de abril de 2005.