Lo han comprobado veintiséis alumnos del Máster de Periodismo de El Correo y la Universidad del País Vasco (UPV) esta semana: ¡la astrología funciona! Y todo gracias a que un astrólogo que no les conocía hizo a cada uno de ellos la carta astral personalizada a partir de la fecha y el lugar de nacimiento. Junto al gráfico con la situación de los planetas en su cielo natal, cada uno recibió una interpretación de su personalidad. A la hora de calificar el acierto de la descripción de sus rasgos personales, sólo dos suspendieron al astrólogo -le dieron una nota de 3 sobre 10-; cinco le otorgaron un 5; cuatro, un 6; tres, un 7; cinco, un 8; seis, un 9; y uno, un 10. Quince de los veintiséis consideraron, por tanto, que la carta astral les describía notable o sobresalientemente. La sorpresa y las risas llegaron cuando los jóvenes periodistas constataron que todos los textos eran iguales -una colección de generalidades que se adapta a cualquiera, como las que se publican a diario en los horóscopos de los periódicos- y que el astrólogo en realidad no existía, que había sido yo quien había hecho las cartas astrales.
El experimento formó parte de la primera sesión de dos que estoy dedicando a los misterios de lo paranormal dentro de un seminario sobre la informaicón científica que este año hemos organizado por primera vez en el Máster de Periodismo de El Correo y la UPV. La iniciativa surgió de los alumnos. Después de una clase de introducción al periodismo científico, me preguntaron por la Atlántida, la no llegada del hombre a la Luna y la idea de que sólo usemos el 10% del cerebro, entre otras cosas. Mi respuesta fue clara: si querían que habláramos de esos temas en serio, necesitaba al menos un par de horas en las que podrían preguntar lo que quisieran. Al final han renunciado a parte de su tiempo libre para saciar la curiosidad que tienen acerca de lo que hay de verdad y de mentira en lo llamado paranormal.
La primera sesión la hemos dedicado a la astrología, el espiritismo -vieron a John Edward en acción y descubrieron sus trampas-, la lectura fría -de la mano de Ray Hyman- y los trucos básicos de dotados como Uri Geller expuestos por ilusionistas como Ian Rowland y James Randi. El material de apoyo estaba compuesto por fragmentos de documentales cuidadosamente seleccionados. La prueba en carne propia de la falsedad de las cartas astrales resulta reveladora para quien se expone a ella. Después, cuando ve a Edward hablando con los muertos o recuerda al tarotista que en la televisión local de turno echa las cartas, se da inmediatamente cuenta del engaño.
El objetivo de estas sesiones -en la segunda haremos un experimento de telepatía y hablaremos de la Atlántida, los ovnis, los círculos de las cosechas, la sábana santa, la reencarnación y otros asuntos- es que los jóvenes periodistas cuenten con anticuerpos cuando, el próximo verano, empiecen a trabajar en un medio. Si alguien les cuenta algo extraordinario, espero que le pidan las pruebas correspondientes y, si lo necesitan, que consulten con quienes llevamos años nadando en las aguas de la sinrazón. Para esto último, les doy una corta bibliografía, varias direcciones claves de Internet y algunas revistas escépticas. Son gente curiosa a inteligente: tuve que pedirles que calificaran la carta astral con sinceridad y se olvidaran de si había gato encerrado o no, porque nada más empezarla a leer comenzaron a sospechar. Al final, vieron que lo que dicen los astrólogos es cierto; pero que cualquiera puede hacer lo mismo, que no hay nada sorprendente en ello y que sólo es una estafa. Y se dieron cuenta de que cualquiera, empezando por ellos mismos, puede ser engañado y de que el hecho de que no sepamos cómo se hace algo no quiere decir que sea inexplicable.
Nota publicada en Magonia el 10 de marzo de 2005.