
El pasado 1 de abril, después de 850 días de recolección, la Génesis puso rumbo a casa con su preciosa carga: entre 10 y 20 microgramos de partículas solares, el equivalente a unos pocos granos de sal. Conseguirlas había costado 264 millones de dólares y no era cuestión de que, por cualquier accidente durante el aterrizaje, quedaran expuestas al medio ambiente terrestre y se echaran a perder. Así que dos pilotos de helicópteros que han participado en películas de acción como xXx y Un pueblo llamado Dante’s Peak se entrenaron durante meses para pescar en el aire la cápsula con un garfio de 6 metros. No pudo ser.
Por causas que de momento se ignoran, los paracaídas de la Génesis no se desplegaron y se estrelló el miércoles en Utah a 310 kilómetros por hora, veinte veces más rápido que lo previsto. Los técnicos de la NASA han dicho que la misión no ha fracasado porque creen que parte de la carga de la sonda puede haber llegado intacta al laboratorio. Por de pronto, el regreso de la Génesis ha sido lo más parecido a los ficticios accidentes de naves extraterrestres de los que hablan algunos ufólogos desde hace décadas; pero esta vez con luz y taquígrafos. Cualquiera puede ver cómo cayó este platillo volante de 200 kilos y el tamaño de una rueda de camión, cargado con material extraterrestre. Ni Chris Carter lo hubiera hecho mejor.