
Nada más leer la noticia, me he sentido afortunado de vivir en una época en la que la creencia en esos monstruos chupansangres se limita a locos de atar; pero, minutos después, me he dado cuenta de que, desgraciadamente, muchos coetáneos nuestros no están mentalmente tan lejos de los campesinos que perforaron el pecho de los cadáveres de Sozopol. Me he acordado del pobre niño mexicano de 5 años al que sus padres sacaron los ojos durante un ritual para expulsar de él al demonio; del predicador evangélico Mack Wolford, que murió el 27 de mayo después de que le mordiera una víbora porque, en vez de salir corriendo al hospital más próximo, confío en que Dios le curaría por ser un auténtico creyente, tal como dice la Biblia; de la ministra española de Empleo, Fátima Báñez, encomendándose a la Virgen del Rocío para “salir de la crisis y volver al crecimiento”; y de los miles de ingenuos que en la noche de mañana buscarán en los cielos de España naves de visitantes de otros mundos durante una Alerta ovni organizada por la más importante emisora privada de radio del país.
Es posible que mucha gente ya no crea en vampiros, pero la hay que está convencida de que la divinidad que toque puede hacer milagros, de que hay personas capaces de comunicarse con los muertos y otras que ven el futuro, de que hay individuos que emiten energías curativas, de que nos visitan seres casi todopoderosos de otros mundos… La Edad Media está aquí; y no es para reírse. A mí, por lo menos, me preocupa y avergüenza que un político delegue su responsabilidad en una divinidad, la califique de «aliada privilegiada» y confíe en ella la solución de problemas. ¿Qué será lo próximo? ¿Echar la culpa de la crisis al Diablo?