Arthur Conan Doyle: el campeón del espiritismo

Información de 'The New York Times' sobre la presentación por Doyle de una película protagonizada por dinosaurios ante la Asociación de Magos de Estados Unidos.
Información de ‘The New York Times’ sobre la presentación por Doyle de una película protagonizada por dinosaurios ante la Asociación de Magos de Estados Unidos.

«Los dinosaurios retozan en el cine para Doyle. El espiritista desconcierta a magos de fama mundial con imágenes de bestias prehistóricas», rezaba un titular de The New York Times del sábado 3 de junio de 1922. El padre de Sherlock Holmes había asombrado la noche anterior a los asistentes al encuentro anual de la Sociedad de Magos de Estados Unidos, presidida por Harry Houdini, con una película de «monstruos de hace millones de años» jugando, apareándose y matándose. «Sean esas imágenes una broma del famoso autor y campeón del espiritismo a los magos o auténticas como sus fotos de hadas es algo que no se reveló», apuntaba el diario.

El espiritismo nació en 1848 en Hydesville (Nueva York, EE UU) cuando dos niñas de 11 y 14 años, Kate y Maggie Fox, empezaron a recibir mensajes del Más Allá en forma de golpes, que en realidad hacían con una manzana atada a un cordón y con los nudillos de los dedos de los pies para tomar el pelo a su madre. Se hicieron famosas y pronto tuvieron competencia. A mediados de la década de 1850, había en EE UU unos 40.000 médiums, intermediarios entre este mundo y el de los muertos que celebraban sesiones en gabinetes a oscuras donde las mesas se movían, se materializaba ectoplasma y los espíritus consolaban a los vivos. En 1860, en una sociedad con una altísima mortalidad infantil, superaban el millón y medio los estadounidenses fieles del nuevo credo, que ya se había extendido por Europa.

De familia católica y médico, Arthur Conan Doyle (1859-1930) se adhirió a la naciente religión cuando todavía no era un escritor de éxito. Había leído sendas obras del juez y legislador estadounidense John Edmonds y del naturalista inglés Alfred Russel Wallace, ambos devotos espiritistas, y le habían convencido. «Después de sopesar la evidencia, no podía dudar más de la existencia de los fenómenos [mediúmnicos] de lo que podía dudar de la de leones en África, a pesar de que he estado en ese continente y nunca he tenido oportunidad de ver uno», escribía en una carta a la revista espiritista Light el 2 de julio de 1887.

Una médium por esposa

Doyle ha asistido días antes a una sesión espiritista y dice estar «absolutamente seguro de que la inteligencia puede existir al margen del cuerpo». En noviembre de ese mismo año, llega a las librerías Estudio en escarlata, la primera novela de Sherlock Holmes, el detective racional por excelencia. El escritor participa en incontables sesiones mediúmnicas e investiga fenómenos extraños como miembro de la Sociedad para la Investigación Psíquica (SPR), la primera organización parapsicológica del mundo. Pero mantiene sus creencias en un discreto segundo plano durante más de treinta años, hasta que una sucesión de muertes le lleva a sacarlas a la luz. En 1918, fallece su hijo Kingsley, al que sigue en 1919 su hermano Inner y, poco después, dos cuñados y dos sobrinos. El espiritismo vive un boom a consecuencia de la Primera Guerra Mundial y sus más de 16 millones de muertos, y Doyle se convierte en su principal apóstol.

Casado en segundas nupcias con la médium Jean Leckie en 1907, un año después del fallecimiento de su primera esposa por tuberculosis, el ya famoso escritor expone su credo en dos opúsculos: La Nueva Revelación (1918) y El mensaje vital (1919). Confiesa que en su juventud había sido «un ferviente deísta», convencido de que la muerte es el final de todo. «Tal era mi estado de espíritu cuando los fenómenos espiritistas atrajeron mi atención. Siempre había considerado este tema perfectamente absurdo; había leído sobre el desenmascaramiento de los médiums falsarios y me preguntaba cómo podía prestar fe un hombre sensato a semejantes cosas», dice en La Nueva Revelación. Él, que «consideraba el espiritismo como una vulgar ilusión de los ignorantes», cambia de opinión tras comprobar que «hombres cuyos nombres constituían un galardón en las ciencias» -como Wallace, el químico William Crookes y el astrónomo Camille Flammarion- creen en la vida después de la muerte.

Sir Arthur Conan Doyle con un espíritu. Foto: Ada Deane.
Sir Arthur Conan Doyle con un espíritu. Foto: Ada Deane.

Otros sabios, como el naturalista Charles Darwin y el neurocientífico español Santiago Ramón y Cajal, no comparten ese entusiasmo. «Pena da pensar que, en los absurdos de la moderna brujería, hayan caído hombres de ciencia como Crookes y Richet, y filósofos como Krause y William James. Yo confieso, un poco avergonzado, mi irreductible escepticismo», dice el Nobel aragonés en Charlas de café. Pensamientos, anécdotas y confidencias (1920).

Ramón y Cajal asiste a exhibiciones mediúmnicas y le sorprende lo que ve: «Lo admirable en aquellas sesiones no eran los sujetos, sino la increíble ingenuidad de los asistentes, que tomaban cual manifestaciones sobrenaturales ciertos fenómenos nerviosos (autosugestión sobre todo) de los médiums, o la mera coincidencia de hechos, o los efectos del hábito mental, o, en fin, los fáciles y conocidos ardides del cumberlandismo, tan exhibido después en los teatros», sentencia en Historia de mi labor científica (1905).

Doyle participa en sesiones de mesas parlantes, un fenómeno que hizo furor en EE UU y Europa Occidental en la segunda mitad del siglo XIX. Consistía en que un grupo de personas se sentaba alrededor de una mesa con las manos apoyadas en ella y se concentraba para que se tambaleara o girara en un sentido determinado, después de establecer un código de comunicación con el supuesto espíritu. En la década de 1890, por ese medio, un espíritu femenino cuenta al novelista y a dos mujeres que le acompañan que Marte está habitado por una especie mucho más avanzada que la nuestra y que los canales son artificiales. En aquella época, los canales marcianos eran tan reales para mucha gente como el de Suez, abierto en 1869, y el de Panamá, que se había empezado a construir en 1880. Hoy sabemos que nunca existieron más que en la mente de quienes los querían ver.

El escritor y el mago

«Sir Arthur cree de verdad. En su gran mente, no hay ninguna duda», admite su amigo Harry Houdini (1874-1926) en su libro A magician among the spirits (Un mago entre los espíritus, 1924). El novelista atribuye algunas proezas del mago húngaro-estadounidense a que tiene poderes paranormales, algo que Houdini niega. «Sería difícil determinar cuándo fue la primera vez que sir Arthur Conan Doyle y yo hablamos sobre espiritismo, pero, desde esa primera charla hasta ahora, nunca hemos estado de acuerdo». A pesar de sus discrepancias, se admiran mutuamente, aunque eso no impide que se enfrenten en la Prensa a través de cartas al director en las cuales Doyle defiende su fe y su amigo americano la ataca. Para el escritor, el espiritismo es una religión compatible con todas las demás, pero con mayores pruebas a favor de su realidad; para el maestro de la ilusión, un engaño.

Houdini fue el mago más famoso de su tiempo. Al principio de su carrera, como parte de su repertorio, actuó como médium. «En aquel tiempo, apreciaba el hecho de que sorprendía a mis clientes y, aunque era consciente de que les engañaba, no veía ni entendía la gravedad de trivializar tal sentimiento sagrado [el duelo] y el resultado funesto que inevitablemente seguía. Para mí, era una broma». Al morir su madre el 17 de julio de 1913 mientras él estaba de gira por Europa, fue tal el dolor que le invadió que se sintió culpable de haber simulado en sus inicios hablar con los muertos: «Me di cuenta de que rayaba lo criminal». Hasta entonces, no había visto en ninguna sesión espiritista nada que desafiara a la razón; pero creía en la existencia de un ser superior y de otra vida después de la muerte, e idolatraba a su madre. Y fue de médium en médium intentando conectar con ella. En vano. Sólo descubrió los trucos con los que engañan a la gente y cómo ésta se engaña a sí misma.

Arthur Conan Doyle y Harry Houdini con sus respectivas esposas y los hijos del escritor, en la playa de Atlantic City el 17 de junio de 1922.
Arthur Conan Doyle y Harry Houdini con sus respectivas esposas y los hijos del escritor, en la playa de Atlantic City el 17 de junio de 1922.

Doyle y Houdini se conocieron en abril de 1920, cuando el ilusionista actuaba en Brighton (Reino Unido). Dos años después, durante la gira americana que le llevó a intervenir ante los miembros Sociedad de Magos de Estados Unidos, el escritor y su esposa invitaron al matrimonio Houdini a visitarles en Atlantic City. El 17 de junio de 1922, tras pasar las dos familias el día en la playa, Jean Leckie, el novelista y el mago se sentaron alrededor de una mesa en la habitación de los Doyle del hotel Ambassador. Ella iba a invocar a un espíritu.

La sesión empezó con una plegaria del escritor, tras la cual a la médium «las manos le temblaban y golpeaban la mesa, le vibraba la voz y pidió a los espíritus que le dieran un mensaje». La mujer escribió un mensaje de la madre de Houdini, repleto de frases cariñosas y tranquilizadoras. «Estaba dispuesto a creer, incluso quería creer», reconocía años después el mago. No pudo. Su madre se había comunicado con él en inglés, cuando nunca lo había hablado ni leído; había garabateado una cruz al principio del mensaje, cuando era judía; y, además, no había hecho ninguna referencia a que aquel día era su  cumpleaños.

El incidente marca el principio del fin de la amistad de Doyle y Houdini. Para el mago, Jean Leckie no es diferente de los otros dotados de poderes paranormales que ha desenmascarado. El novelista admite que los intermediarios con el mundo espiritual hacen trampas, pero sólo a veces. «Muchos médiums -como Eusapia Palladino– han podido incurrir en fraude cuando les faltaban sus facultades, mientras que en otros momentos no puede ponerse en duda la autenticidad de su talento», escribe. Que cazaran a un médium haciendo trampas no implica que las hiciera siempre, a ojos del inocente Doyle.

Encuentro con las hadas

Una hada ofrece un ramillete de campanillas a Elsie. Foto: Museo Nacional de la Ciencia y los Medios de Comunicación (Bradford).
Una hada ofrece un ramillete de campanillas a Elsie. Foto: Museo Nacional de la Ciencia y los Medios de Comunicación (Bradford).

El padre de Sherlock Holmes tenía poderosas razones para creer. Frente a quienes desde la teología consideraban el espiritismo algo demoniaco, replicaba: «Es difícil admitir que quienes expresan semejantes opiniones hayan tenido alguna vez una experiencia personal de los efectos consoladores y verdaderamente elevados de estas comunicaciones sobre aquellos a quienes benefician». Consuelo es la palabra que explicaba entonces, y ahora, el éxito de los médiums.

La otra vida del escritor no era el Cielo cristiano, pero casi. «El Más Allá es un mundo dominado por la simpatía. Sólo se reúnen en él aquellos a quienes ésta une. El marido intratable y la esposa frívola no están presentes ni dominan esa inocente sociedad. Todo allí es paz y ternura. Es la larga cura de reposo después de la tensión nerviosa de la vida terrestre y antes de los nuevos acontecimientos futuros. La existencia es sencilla y familiar». Doyle predica este credo en 1920 y 1921 en un viaje por Australia y Nueva Zelanda, en 1922 y 1923 por EE UU y Canadá, y en 1928 por África.

Cuando el escritor le dice que ha sacrificado muchas cosas por la divulgación de su fe, el escapista es tajante: «En mi opinión, no es ningún sacrificio convencer a la gente que ha sufrido recientemente una pérdida de la posibilidad y realidad de comunicarse con sus seres queridos. Para mí, los pobres seguidores que sufren y buscan con ansia un alivio a ese dolor del corazón que sigue al deceso de un ser querido son el sacrificio«.

La ingenuidad del creador de Sherlock Holmes no conoce límites. Cree en las hadas y, cuando Elsie Wright y su prima Frances Griffiths, de 16 y 10 años, respectivamente, se fotografían con varias en el bosque inglés de Cottingley, dedica al fenómeno un libro entusiasta, El misterio de las hadas (1920). «Habrá cada vez más cámaras fotográficas. Aparecerán otros casos bien autentificados. Estos pequeños seres que parecen vivir a nuestro lado, que no se distinguen de nosotros más que por una ligera diferencia de vibración, nos resultarán familiares», escribe. En 1983, ya ancianas, las protagonistas, confiesan que los seres del bosque eran siluetas de hadas que una había copiado del Princess Mary’s gift book (1914) -libro que incluye un relato de Doyle-, que habían recortado, reforzado con cartón y sujetado a la vegetación y al suelo con agujas para el pelo.

Después de sorprender a Houdini y sus colegas en Nueva York con las primeras imágenes de la película El mundo perdido presentándolas como si fueran de origen psíquico, Doyle funda una editorial dedicada a lo esotérico, The Psychic Press, abre una librería paranormal en Londres, The psychic bookstore, y en 1927 publica su gran obra sobre la comunicación con los muertos, El espiritismo. Su historia. Sus doctrinas. Sus hechos. Houdini no la lee; muere un año antes y pasa a la historia como el más grande de los magos y la bestia negra de los espiritistas.

Reportaje publicado en el suplemento Territorios del diario El Correo el 21 de junio de 2014 y en Magonia el 24 de junio de 2014.


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