Tutankamon gobernó Egipto durante un decenio y murió a los dieciocho años. Enterrado en el Valle de los Reyes hace más de 3.000 años, su última morada se salvó de los saqueadores que vaciaron el complejo funerario de Luxor. Gracias a eso, el británico Howard Carter escribió, con el hallazgo de su tumba en noviembre de 1922, una de las páginas más brillantes de la arqueología del siglo XX. El tesoro del monarca fue la recompensa; el castigo, una maldición que, según la leyenda, acabó con la vida de quienes perturbaron el reposo del faraón.
Ochenta años después del descubrimiento de la tumba de Tutankamon, un artículo publicado en diciembre de 2002 en la prestigiosa revista British Medical Journal (BMJ) dio el tiro de gracia a la maldición. Agonizaba desde hace décadas, alimentada únicamente por las revistas esotéricas, en las que también se defiende que seres extraterrestres enseñaron a los antiguos egipcios a construir las pirámides. «No era necesario que fuera refutada científicamente porque es una tontería, pero es la primera vez que he visto que se haya afrontado el tema de una manera científica», dijo sobre el estudio Neal Spencer, egiptólogo del Museo Británico.
La maldición nació en 1923, cuando Lord Carnarvon, quien había financiado las excavaciones, falleció en Egipto a los 57 años víctima de una infección provocada por la picadura de un mosquito. Según la leyenda, en aquel instante, El Cairo sufrió un apagón eléctrico y el perro del noble inglés murió en Londres. Buena parte de la prensa empezó entonces a hablar de la maldición de la momia: toda muerte de alguien vinculado, aunque fuera remotamente, al hallazgo de Luxor se achacó a la ira de Tutankamon.
El estudio del epidemiólogo Mark R. Nelson, de la Universidad Monash de Australia, publicado en BMJ se centra en los 25 occidentales que, de los 44 citados por Carter en sus diarios, presenciaron las roturas de los sellos sagrados, la apertura de la tercera puerta de la tumba y de los sarcófagos, y el examen de la momia. Parte de que, si hubiera existido una maldición, se habrían expuesto a ella en esos momentos. Nelson ha comprobado que quienes se expusieron a la ira del faraón murieron a una edad media de 70 años, frente a los 75 de los once que no corrieron el riesgo y cuya fecha de fallecimiento ha podido determinar. «La exposición no tuvo efectos en la supervivencia», sentencia. La realidad confirma así lo que Howard Carter, quien murió en 1939, dijo de la maldición: «Todas las personas cuerdas deberían rechazar con desprecio estas invenciones».
Sin embargo, siempre hay espacio para revender el misterio inexistente e ignorar las pruebas molestas para remoldear la realidad a gusto de uno, como hizo el pasado domingo la misterióloga Gloria Garrido en las páginas de El Semanal. La autora es una firma habitual de Más Allá y Año Cero, revistas que compiten cada mes por la publicación del mayor disparate paranormal. El último número de Año Cero incluye, por ejemplo, un reportaje de Garrido sobre «Dante esotérico» en el que desentraña las «claves ocultas de La divina comedia«, a vuelta de página de otro texto sobre las «terapias alternativas contra el cáncer» en el que se alaba el Bio-Bac, entre otros productos milagrosos.
Reportaje publicado en el diario El Correo el 21 de diciembre de 2002, con la excepción del último párrafo, incorporado, tras la lectura del reportaje de El Semanal, a esta versión publicada en Magonia el 5 de julio de 2005.