Sensacionalismo climático

Nueva Orleans, inundada tras el paso del huracán Katrina en septiembre de 2005. Foto: Comandante Mark Moran, teniente Phil Eastman y teniente Dave Demers / NOAA.
Nueva Orleans, inundada tras el paso del huracán Katrina en septiembre de 2005. Foto: Comandante Mark Moran, teniente Phil Eastman y teniente Dave Demers / NOAA.

El Katrina, que arrasó Nueva Orleans en 2005, era un síntoma del cambio climático, según puede leerse en muchos sitios de Internet, porque «el calentamiento del planeta favorece tormentas tropicales cada vez más intensas y frecuentes». La temporada de huracanes del año pasado no confirmó esa tendencia, pero qué importa. Hace unos meses, hubo inundaciones en España -no me acuerdo dónde- y en los informativos de Telecinco se achacaron al cambio climático. Ahora, en un invierno realmente raro desde el punto de vista meteorológico, vuelve a hablarse del cambio climático, al que se culpa de las altas temperaturas y de la escasez de precipitaciones. «El cambio climático afecta a las conductas de los animales en los zoológicos», sentenciaba el lunes Antena 3 en una noticia que ya no puede leerse en la web, pero de la que conservo copia en papel. El cambio climático se ha convertido en el perfecto comodín para justificarlo todo, incluido el fuerte temporal que no tardará en llegar y esas temperaturas que acabarán bajando y nos obligarán a sacar la bufanda, el abrigo y los guantes del armario.

La ola de sensacionalismo climático me embistió el lunes cuando un colega llamó mi atención sobre una noticia destacada en la primera página de El Mundo. «En Nueva York florecen los cerezos, los osos no hibernan en Moscú y falta nieve en Suiza», decía el titular de una información según la cual esos fenómenos eran «el último síntoma que ha reavivado el debate sobre el calentamiento global». ¿El debate entre quiénes? «El calentamiento global empieza a ser algo más que una simple charla de café en el Hemisferio Norte. Ya en 2006 se vivió un invierno atípico. El otoño se retrasó más de la cuenta y la primavera llegó más pronto. Pero esta situación se ha visto notablemente superada en este curso meteorológico», comenzaba el texto. El reportaje -una doble página de crónicas de corresponsales del diario- era una colección de anécdotas puestas una detrás de otra: que si los osos no hibernan en Moscú, que si los cerezos florecen en Nueva York, que si las mariquitas, las moscas y las ranas belgas andan desorientadas por el tiempo, que si los italianos toman capuccinos bajo el sol… Una muestra del periodismo débil tan en boga, basado en contar curiosidades o historias humanas sin ir más allá.

El sentido común lo ponía Manuel Toharia en una columna en la que advertía de la confusión entre el tiempo y el clima, de que sólo, «si cambian los promedios en el futuro, porque estas cosas [un enero cálido y seco] se repitan con mayor frecuencia que en el pasado, entonces sí podremos referirinos a un cambio climático. A ese cambio climático aluden los científicos cuando lo predicen para finales del siglo XXI. No a que el año 2006 haya sido 1,3 grados más caluroso que la media… ¿Qué media? ¿De dónde sale el dato? ¿Con qué media se compara, con la temperatura media del siglo XX o con qué?», se preguntaba el meteorólogo antes de recordar lo fluctuante de las temperaturas medias a lo largo de la pasada centuria y que, cuando los vikingos descubrieron Groenlandia, era una tierra verde, como su nombre indica.

Pero no importa. No importa lo que digan Mario Picazo y José Antonio Maldonado, que expliquen que la situación es rara, pero que ya se ha dado otros años. Multitud de medios repiten a día de hoy la misma cantinela que El Mundo. No sé ustedes, pero yo he oído que el tiempo está loco desde que era niño. Así se justificaba hasta hace poco un verano lluvioso y más frío que lo habitual, un otoño em>veraniego o cualquier fenómeno meteorológico inusual. Ahora todo lo explica el cambio climático, culpable de la tragedia de Nueva Orleans, de que no llueva, de que haya inundaciones, de que haya temperaturas suaves, de que sean extremas… Esperen, si no, a que acabe la bonanza meteorológica y llegue el temporal. Seguro que también se achaca al cambio climático, porque sirve para todo.

Nota publicada en Magonia el 19 de enero de 2007.


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