Siempre ha habido negacionistas de los alunizajes. En junio de 1970, once meses después de la hazaña del Apolo 11, una encuesta revelaba en Estados Unidos que los incrédulos suponían el 2% de la población en Detroit y el 5% en Miami, pero se disparaban hasta el 54% en un gueto negro de Washington. Sospechaba esa gente que los paseos lunares se habían escenificado en una instalación secreta. «He oído que tienen un sitio en algún lugar que parece la Luna», decía una joven en un periódico. Tenía razón.
La NASA contó desde 1963 con varias instalaciones donde los astronautas se entrenaron para las excursiones lunares. La primera fue una pequeña habitación que con el tiempo dio paso a un hangar y a una zona rocosa al aire libre. En esos lugares, los astronautas ensayaron los movimientos que harían en la Luna. Todos. Desde el primer paso hasta la recogida de muestras y el regreso al módulo lunar.
A principios de los años 70, la incredulidad respecto a los alunizajes afectaba a un pequeño porcentaje de estadounidenses, pero era muy alta en la comunidad negra. Roger Launius, exhistoriador jefe de la NASA, cree que esto último se debía a la desconexión de esa parte de la población del reto que supuso para el país la conquista de la Luna, en la que trabajaron más de 430.000 personas y se invirtieron más de 215.000 millones de dólares de hoy en día.
La marginalidad, cuantitativa y social, del negacionismo primigenio fue muy posiblemente la causa de que, cuando en 1974 escribió la considerada Biblia de los conspiranoicos, We never went to the Moon (Nunca fuimos a la Luna), Bill Kaysing tuviera que recurrir a la autopublicación. Un cuarto de siglo después, un documental de televisión le lanzó a la fama e impulsó la conspiración lunar hasta los índices de aceptación actuales, en torno al 25% en EE UU y Reino Unido.
Titulado Conspiracy theory: did we land on the Moon? (Teoría de la conspiración: ¿aterrizamos en la Luna?), lo emitió la cadena Fox el 14 de febrero de 2001. Defendía que los alunizajes se habían rodado en el Área 51 después de que la NASA se diera cuenta de que no iba a poder poner a un hombre en la Luna antes de que acabara la década, como había prometido Kennedy en 1962.
La ausencia de estrellas en el cielo lunar y que la bandera ondeara eran pruebas de cargo contra la autenticidad de los alunizajes, según Kaysing. Decía, además, que la muerte de los tripulantes del Apolo 1 en enero de 1967 al declararse un incendio en la cápsula durante una simulación de despegue no fue accidental, sino un montaje de la NASA para eliminar a Virgil Grissom, el comandante de la misión, ya que quería denunciar el engaño.
No hay estrellas en las fotos y la bandera parece ondear. Es cierto, pero todo tiene su explicación. Debido a la intensa luz del Sol y su reflejo en la superficie lunar y los trajes de los astronautas, la cámara se programó con un tiempo de exposición tan corto que el débil brillo de las estrellas no podía impresionar los negativos. La otra opción era mostrar el cielo estrellado y ‘quemados’ a los astronautas. Y la bandera parece ondear porque cuelga de un travesaño y, además, Armstrong y Aldrin la desplegaron arrugada, y así se quedó dada la ausencia de atmósfera. A favor de los alunizajes hay decenas de miles de fotos, 382 kilos de rocas lunares autentificadas por geólogos de todo el mundo e imágenes de los restos en el satélite, pero la mejor prueba es política.
Si se llegó en 1969, ¿por qué no se ha vuelto?, suelen preguntar los negacionistas, insinuando que todo fue un engaño. Simplemente, porque no ha habido una razón para hacerlo. Los alunizajes fueron el final de una costosa carrera por la supremacía espacial entre dos superpotencias que arrancó con el lanzamiento del Sputnik en 1957. Una vez que EE UU cruzó la meta, y la URSS admitió la derrota –si hubo un fraude, ¿cómo no lo denunció?–, carecía de sentido seguir corriendo.
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Kubrick y el Apolo 11
La idea de que Stanley Kubrick falsificó el primer alunizaje surgió en 1995 como una broma en un foro de humor de internet, y en torno a ella gira ‘Operación Luna’ (2002), un falso documental en el que participa el propio Buzz Aldrin.
Reportaje publicado en el suplemento Territorios del diario El Correo y en Magonia el 1 de junio de 2019.