El bigfoot no levanta cabeza. En diciembre de 2002, se supo que Ray Wallace, un constructor de la costa oeste de Estados Unidos, había creado en 1958 las más famosas huellas del homínido americano para ahuyentar a los vándalos que destrozaban por las noches la maquinaria con la que construía carreteras en California. El año pasado, un libro desveló la identidad del hombre que se metió en 1967 en el disfraz de la mejor filmación del Yeti de los bosques de EE UU y Canadá: era Bob Heironimous, un embotellador de Pepsi al que los autores de la cinta prometieron 1.000 dólares que no pagaron. Ahora, el ADN ha demostrado que pelo atribuido al Sasquatch -como también se conoce al monstruo- corresponde a un bisonte.
El mechón llegó el 18 de julio a la Universidad de Alberta, en Canadá. Lo habían recogido, a principios de mes en Teslin (Yukon), los testigos de una aparición de un homínido peludo de tres metros. El ser había dejado en el barro huellas dos veces más grandes que las de un humano, haciendo honor al nombre popular de bigfoot (pie grande). Y el genetista David Coltman se ofreció a hacer los análisis pertinentes para ver si se trataba de restos de un animal conocido -sospechaba de un oso o un bisonte- o de algo «potencialmente interesante».
El trabajo de los científicos no ha sido fácil. La muestra de ADN estaba tan degradada y era de tan poca calidad que tuvieron que hacer varios intentos antes de disponer del material genético necesario, lo que, según Coltman, no casa con la idea de que el propietario del mechón lo había perdido recientemente. «Por nuestra experiencia, sabemos que los mechones de pelo recogidos en el campo son una fuente fiable de ADN mitocondrial, aunque hayan estado semanas expuestos a condiciones ambientales».
«El perfil de ADN de la muestra de pelo que recibimos de Yukon encaja con el de referencia del bisonte norteamericano, el Bison bison«, indica Coltman. Un jarro de agua fría para los creyentes en el bigfoot, que, sin embargo, seguro que no darán su brazo a torcer. «Aunque hemos probado que este mechón no es de una especie desconocida como el Sasquatch, los fieles pueden consolarse con que este descubrimiento no demuestra que tal especie no exista», concluye el biólogo.
Que las huellas de Pies Grandes de 1958 fueran prefabricadas, que el protagonista de la película de 1967 fuera un hombre vestido de gorila y que el pelo de Yukon sea de bisonte no prueban que el bigfoot no exista, del mismo modo que que un niño sorprenda a sus padres cambiando un diente por una moneda no demuestra que el Ratoncito Pérez sea un ser de ficción. Probar la inexistencia de algo es imposible. Por eso, la carga de la prueba recae siempre en quien afirma que algo existe: desde el bigfoot hasta los extraterrestres, pasando por los ángeles, los videntes y la vida después de la vida.
Reportaje publicado en el diario El Correo y en Magonia el 31 de julio de 2005.