«España ha cambiado mucho en los últimos años», me decía el filósofo Paul Kurtz en junio de 2007. Estábamos en Amsterdam, donde había convocado a una docena de escépticos y racionalistas europeos para intercambiar impresiones durante dos días. Las sesiones de trabajo empezaban a primera hora de la mañana y se prolongaban hasta después de la cena. A pesar de su avanzada edad, era difícil seguir su ritmo. Ya no volverá pasar. El corazón de Paul Kurtz dejó de latir ayer a los 86 años. Racionalistas, ateos y humanistas estamos de luto por la pérdida de una figura irrepetible, el impulsor del moderno movimiento escéptico. Y quienes tuvimos la fortuna de conocerle y tratarle lloramos la muerte de una gran persona.
Menos conocido que algunos de sus grandes amigos y colegas en la lucha contra la superstición, Kurtz nació en Newark (New Jersey) en 1925. Fue uno de los miles de soldados estadounidenses que liberaron a Europa de Hitler, y la experiencia le marcó. Los campos de concentración nazis y la esclavización de trabajadores por la Unión Soviética le abrieron los ojos sobre el peligro de las ideologías políticas. Defensor de los derechos humanos a ultranza -incluidos los de los homosexuales cuando en España todavía ningún político hablaba de ello-, fue el gran impulsor del humanismo secular y de la crítica científica a la pseudociencia. Puso en contacto a gente que, de otro modo, nunca se hubiera conocido y propició la creación de una comunidad internacional de librepensadores en una época en la que no existía Internet.
El cemento que nos unió
Kurtz fundó en 1976 del Comité para la Investigación Científica de los Supuestos Fenómenos Paranormales (CSICOP) -hoy, Comité para la Investigación Escéptica (CSI)– con sus amigos James Randi, Martin Gardner, Philip J. Klass, Carl Sagan e Isaac Asimov, entre otros. «Creí que había llegado la hora de que los científicos, que están normalmente centrados en su especialidad y no se preocupan de las creencias sociales, lo hicieran. Hasta que el CSICOP nació, nadie había investigado científicamente creencias como la astrología», me contaba en una entrevista en 1997.
Posteriormente, Kurtz creó el Consejo para el Humanismo Secular (CSH) y el Centro para la Investigación (CfI). Las ideas humanistas, ateas y escépticas se diseminaban a través de las revistas The Skeptical Inquirer y Free Inquiry, y de los libros publicados por Prometheus Books. Durante más de tres décadas, fue el hombre a cuya llamada acudían todos los grandes del pensamiento crítico, desde Richard Dawkins hasta John Maddox. Era, como ha escrito Benjamin Radford, «el cemento que mantuvo unidos» a quienes se embarcaron en la aventura de combatir la anticiencia. Hace dos años, se desvinculó del entramado de organizaciones que había creado por discrepancias con la nueva dirección, pero siguió en la brecha. «Soy un humanista secular porque no soy religioso. Saco mi inspiración no de la religión o la espiritualidad, sino de la ciencia, la ética, la filosofía y las artes», había dicho en 2007 al recibir el premio a la labor de toda una vida de la Asociación Humanista Estadounidense.
Personalmente, tengo con Kurtz una deuda que nunca le podría haber pagado. Nuestra relación empezó por carta en septiembre de 1985 cuando yo era todavía un estudiante. Me había suscrito poco antes al boletín de los Escépticos del Área de la Bahía, en San Francisco, y él me escribió desde el otro extremo de Estados Unidos poniéndose a mi disposición para lo que necesitara porque sus colegas californianos le habían informado de mi existencia. Poco después, en noviembre de aquel año, empezó a mandarme The Skeptical Inquirer y me dijo que no me preocupase por pagar la suscripción. Y hace once años me invitó a participar en el libro Skeptical odysseys. Personal accounts by the world’s leading paranormal inquirers (Odiseas escépticas. Reflexiones personales de los principales investigadores mundiales sobre lo paranormal. 2001).
Con el tiempo, nos encontramos varias veces en persona, casi siempre en coincidencia con algún congreso escéptico en el que Kurtz hacía gala de sus indiscutibles carisma y afabilidad. Gracias a él, conocí a muchos amigos y aprendí, y sigo aprendiendo, cosas. Tenía una vitalidad extraordinaria: me acuerdo de un día en el que Barry Karr, Alejandro J. Borgo y yo no podíamos seguir su ritmo de caminata a la búsqueda de un restaurante por Abano Terme. Íbamos con la lengua fuera tras el casi octogenario filósofo, ya profesor emérito de la Universidad del Estado de Nueva York, quien aquella noche decidió abrir el CfI Argentina.
Humanista y ateo
Kurtz y yo estábamos de acuerdo en muchas cosas; pero discrepábamos en algunas. En los últimos años, creía que había que dejar a un lado la denuncia de lo paranormal, porque eso ya no interesaba a nadie, y centrarse en la promoción del humanismo. Yo siempre le replicaba que no, que hay que hacer ambas cosas. Después supe que compartían mi punto de vista colegas a los que admiro, como Joe Nickell y Radford, y que la postura del filósofo había desembocado en intensos debates en los órganos ejecutivos del CfI y el CSI
Creía en el ser humano y abominaba de cualquier tipo de discriminación. Hace cinco años, nos reunió a una docena de humanistas en un hotel en Amsterdam para establecer las líneas maestras de la estrategia del CfI. Él quería marcar una línea, pero quedó claro desde el principio que los retos eran distintos en cada país: los alemanes consideraban prioritario luchar contra la homeopatía, los polacos soportaban una asfixiante opresión de la Iglesia católica, los estadounidenses padecían a George W. Bush.. En un descanso, nos fuimos a un rincón y le dije que en España debíamos seguir combatiendo la anticiencia y cómo, a diferencia de en EE UU, aquí el matrimonio homosexual era una realidad y se financiaba públicamente la investigación con embriones. Fue entonces cuando aquel hombre, que había combatido en Europa por la libertad, apoyado al incipiente movimiento escéptico español desde el principio y atendido siempre a mis peticiones por correo o teléfono, me respondió: «España ha cambiado mucho en los últimos años». Recuérdenlo cada vez que la actual coyuntura les deprima.
Paul Kurtz ha muerto, pero su legado pervive en su obra intelectual y en todas las organizaciones escépticas, en sus revistas, en sus congresos, en los blogs… Sin él, el escepticismo científico, el ateísmo y el humanismo modernos no serían lo que son.
¡Gracias, Paul!
Obituario publicado en Magonia el 22 de octubre de 2012.