AMC ha encargado una serie sobre el Área 51 a Gale Anne Hurd, productora de The walking dead, y a Todd Kessler, guionista de Los Soprano y Daños y perjuicios. La trama se basará en el libro Area 51. An uncensored history of America’s top secret military base (Área 51. Una historia sin censurar de la base militar más secreta de Estados Unidos), de Annie Jacobsen, periodista de Los Angeles Times. «Esto significa menos extraterrestres y más CIA», adelantó el jueves Linda Stasi en el New York Post. Aunque no implica que la serie vaya a ser realista, por mucho que Joel Stillerman, jefe de programación de AMC, haya asegurado que estará pegada al suelo.
«Gale nos trajo el libro y nos encantó el modo en que presenta una historia oral del lugar», ha indicado Stillerman. Su autora ha tenido acceso en los últimos años a antiguos trabajadores del Área 51, un lugar que considera «el santo grial para los teóricos de la conspiración, con ufólogos que postulan que el Pentágono ha practicado la ingeniería inversa a partir de restos de platillos volantes y que tiene extraterrestres mantiene almacenados en congeladores». Jacobsen no cree en marcianos ni en naves alienígenas accidentadas en el desierto, sino en proyectos militares ultrasecretos. Sin embargo, desbarra cuando se trata del caso de Roswell.
Si Gale y Kessler eluden a los extraterrestres, es muy posible que no hagan lo mismo con los rojos y los nazis. La acción de Área 51 se situaría en los años 50 y 60 del siglo pasado, y Jacobsen ofrece en su libro el pretexto ideal. Asegura que, según una de sus fuentes, lo que se estrelló en Roswell fue una aeronave soviética tripulada por «aviadores de tamaño infantil». «Eran conejillos de indias humanos. Demasiado pequeños para ser pilotos, parecían niños. Medían menos de metro y medio. Físicamente, los cuerpos de los aviadores parecían rompecabezas anatómicos. Estaban grotescamente deformados, pero todos siguiendo el mismo patrón. Tenían la cabeza extraordinariamente grande y ojos anormalmente grandes», escribe.
Jacobsen sostiene que eran el fruto de experimentos con humanos hechos por Josef Mengele para Stalin, que quería aterrorizar a los estadounidenses con el desembarco de unos marcianos de pega, y que, si EE UU guardó silencio, fue porque estaba haciendo las mismas salvajadas con «niños discapacitados y prisioneros». La periodista no ofrece ni una prueba -más allá de un testimonio anónimo- de que su teoría del caso de Roswell merezca mayor crédito que la de cualquier ufólogo. Que en Nuevo México se estrellaran extraterrestres en julio de 1947 es tan creíble como que lo hiciera un aeronave experimental soviética tripulada por niños modificados genéticamente para hacerse pasar por extraterrestres. O como que un comando soviético se mueva a sus anchas por EE UU en 1957 y entre sin mayores problemas en las ultrasecretas instalaciones del lago seco de Groom que conocemos como el Área 51, como pasa en Indiana Jones y el reino de la calavera de cristal.
De verdad, no hace falta que la AMC venda su futuro proyecto de ficción y conspiraciones como basado en hechos reales; basta con que sea divertido. Y eso que creo que la historia real, sin marcianos ni experimentos genéticos soviéticos, del Área 51 y de los EE UU de aquella época podía dar para una magnífica serie de televisión.
Información publicada en Magonia el 30 de julio de 2012.