«Continúa la moda inexplicable de la teosofía y del espiritismo. Pena da pensar que, en los absurdos de la moderna brujería, hayan caído hombres de ciencia como Crookes y Richet, y filósofos como Krause y W. James. Yo confieso, un poco avergonzado, mi irreductible escepticismo. Y me fundo, aparte ciertas razones serias (comprobación de las supercherías de los médiums e imposibilidad de demostrar la identidad de los aparecidos), en los siguientes frívolos motivos: en ninguna de las invocaciones de ultratumba publicadas en libros y revistas espiritistas he encontrado una suegra duende turbando la felicidad de su yerno, ni un espectro de poeta chirle infernando, con bromas pesadas, la vida de sus críticos», dejó escrito Santiago Ramón y Cajal en su libro Charlas de café. Pensamientos, anécdotas y confidencias (1920).
Cuenta Antonio Calvo Roy, en Cajal. Triunfar a toda costa (1999), que el neurocientífico investigó los fenómenos hoy llamados paranormales con los mismos resultados que Harry Houdini. «Bastaba que yo asistiera a una sesión de adivinación, de sugestión mental, de doble vista, comunicación con los espíritus, posesión demoniaca, etc., para que, a la luz de la más sencilla crítica, se disiparan cual humo todas las propiedades maravillosas de los médiums o de las histéricas zahoríes. Lo admirable de aquellas sesiones no eran los sujetos, sino la increíble ingenuidad de los asistentes«, escribió en Historia de mi labor científica (1905). Es lo que pasa cuando uno se acerca al mundo del misterio a examinar las pruebas.
El científico aragonés, de cuyo Nobel se cumple este año el centenario, fue un adelantado a la hora de tratar de comprobar qué había de cierto y de falso en la comunicación con el Más Allá, y también al abordar desde el humor las creencias paranormales, con su lamento sobre la inexplicable inocuidad del espíritu de la suegra. Años después, Houdini se convirtió en el azote de los espiritistas. Tras la muerte de la madre del ilusionista, Jean Leckie, médium y segunda esposa de Arthur Conan Doyle -el padre de Sherlock Holmes y amigo de Houdini-, pretendió entrar en contacto con ella. El supuesto espíritu de la madre del mago se comunicó a través de Doyle en inglés, cuando siempre hablaba con su hijo en yiddish, no recordó que el día de la sesión era el de su cumpleaños y olvidó mencionar a su también difunto marido. Para Houdini, aquello demostró que la mediumnidad de Jean Leckie era una patraña.
A partir de ese momento, el famoso escapista se dedicó a la denuncia de los engañabobos que se lucraban poniendo a los ingenuos en contacto con sus familiares muertos. Escribió un libro, A magician among the spirits (1924), en el que cuenta sus experiencias con los médiums y otro, Miracle mongers and their methods (1920), en el que desvela los trucos de otros charlatanes. El broche final de su labor escéptica se lo llevó a la tumba. Acordó en secreto con su esposa, Bess, un código mediante el que se comunicaría con ella después de muerto, si es que tal cosa era posible. La viuda del mago asistió a numerosas sesiones de espiritismo durante diez años; en ninguna se manifestó el auténtico Houdini. El ilusionista fue el precursor de una corriente de pensamiento que tiene ahora su máximo exponente como organización en el Comité para la Investigación Científica de las Afirmaciones de lo Paranormal (CSICOP) -integrado por destacados intelectuales y varios premios Nobel- y como individuo en James Randi, el mago que desenmascaró a Uri Geller.
Arthur Conan Doyle, que era un crédulo irredento, representa el reverso de la moneda. Creía que Houdini tenía poderes paranormales y que los utilizaba en sus espectáculos, y firmó un libro, El misterio de las hadas (1922), en el que dio por auténticas las fotos de las hadas de Cottingley, hechas por dos niñas con imágenes recortadas de revistas, según confesó una de ellas en 1982. La obra es tan disparatada que una reciente edición española lleva una faja con la siguiente leyenda: «Un libro sorprendente, y por momentos francamente tronchante, por el autor de Sherlock Holmes».
En España, lamentablemente, ningún científico ni pensador de prestigio ha cogido hasta ahora con decisión el testigo de de Santiago Ramón y Cajal en la lucha contra la superstición. Los hay, como Eudald Carbonell, codirector de las excavaciones de Atapuerca, que no dudan en criticar duramente la pseudociencia próxima a su especialidad -en el caso del investigador catalán, el creacionismo en todas sus variantes-; pero aún no existe en nuestro país un científico de renombre que plante cara a los vendedores de misterios en general, al estilo de Carl Sagan, Richard Dawkins y otros destacados miembros del CSICOP.
Nota publicada en Magonia el 8 de marzo de 2006.