El astrónomo Seth Shostak aseguró el 21 de mayo de 2014, ante el Comité de Ciencia, Espacio y Tecnología del Congreso de Estados Unidos, que en veinte años tendremos pruebas de la existencia de vida fuera de la Tierra. «Sería raro que estuviéramos solos», apuntilló su colega Dan Wethimer. Ambos trabajan en el proyecto SETI, el intento de detectar señales de radio de otras civilizaciones, y trataban de convencer a los legisladores de que destinaran más fondos a ese tipo de iniciativas.
Dada la inmensidad del Cosmos -se calcula que hay 100.000 millones de galaxias, cada una con una media de 100.000 millones de estrellas-, es muy probable que haya vida inteligente ahí fuera. Sin embargo, debido a las enormes distancias cósmicas, nadie cree que el primer contacto sea cara a cara, al estilo de Star trek. Lo más probable es que captemos una emisión de radio, como ellos pueden captar las nuestras.
La NASA publicó en mayo del año pasado -se puede descargar gratis en varios formatos- el libro Archaeology, anthropology and interstellar communication. En la obra, antropólogos, arqueólogos, lingüistas, psicólogos y otros expertos reflexionan sobre el día después de la recepción del primer mensaje alienígena. ¿Podremos entablar un diálogo con una civilización lejana que no tenga nada que ver ni biológica ni culturalmente con nosotros?
Sin piedra de Rosetta
La ciencia ficción nos ha acostumbrado a que los radiotelescopios reciban hoy un mensaje inteligente de Vega, como en el libro y la película Contact, y los científicos lo descifren en unas semanas, a lo sumo meses. Algo que tiene tanto fundamento como que los habitantes de otros mundos sean humanoides que se diferencien de nosotros por tener escamas u orejas puntiagudas. Sabríamos desde el primer momento que ya no estamos solos, pero no lo que dice el mensaje. Descifrarlo, advierten los expertos, podría ser una misión imposible.
«Como los arqueólogos que reconstruyen civilizaciones distantes en el tiempo a partir de evidencia fragmentaria, los investigadores de SETI esperan reconstruir civilizaciones lejanas separadas de nosotros por un abismo de espacio y tiempo. Y, como los antropólogos, que intentan entender otras culturas a pesar de las diferencias del lenguaje y las costumbres sociales, deberemos comprender la mentalidad de una especie que es radicalmente el Otro», apunta Douglas Vakoch, psicólogo del Instituto SETI y coordinador de la obra. El otro es más otro que nunca en este caso, puesto que no habremos compartido con él una historia evolutiva, como nos pasa con el resto de las especies de la Tierra. Aún así, hasta los casos más ‘alienígenas’ de nuestro planeta resultan desconsoladores.
Los expertos suelen citar los jeroglíficos egipcios como ejemplo equiparable a un mensaje extraterrestre. Fueron un enigma durante centurias hasta que Jean-François Champollion los descifró en el siglo XIX gracias a la piedra de Rosetta, una estela con un texto escrito en antiguos jeroglíficos egipcios, egipcio demótico y griego antiguo. Esta última lengua dio la clave para la lectura de los jeroglíficos. Sin embargo, no es factible que un mensaje de las estrellas nos llegue en forma de piedra Rosetta y contemos en él con una traducción simultánea del idioma alienígena a una lengua terrestre.
¿Lenguajes universales?
Para la arqueóloga y antropóloga Kathryn Denning, de la Universidad de York, los mejores análogos de mensajes alienígenas serían aquellos que, tras décadas y hasta siglos de estudio, siguen siendo un enigma, como la escritura rongorongo de la isla de Pascua y la lineal A cretense. «El problema con las analogías -escribe- es que son muy persuasivas, inherentemente limitadas y se difunden fácilmente. Por tanto, constituyen una importante fuente de error en la comprensión cultural. Por ejemplo, las personas a menudo asumen que los Otros son muy similares a ellos mismos». Y si eso ya es una presunción arriesgada en el caso de las culturas humanas, ¡qué decir en el de seres extraterrestres!
Denning recuerda que, en su libro Cosmos, el astrofísico Carl Sagan «argumentaba que las matemáticas, la física y la química podían constituir una especie de Rosetta cósmica: «Creemos que hay un lenguaje común que han de tener las civilizaciones técnicas, por diferentes que sean. Este lenguaje común es la ciencia y las matemáticas. Las leyes de la naturaleza son idénticas en todas partes»». Ella, sin embargo, es escéptica respecto a que eso garantice la comunicación interestelar porque, al igual que el lenguaje, las matemáticas tienen su propio contexto cultural que las moldea.
«Si no hemos sido capaces de traducir antiguas escrituras humanas sin algún conocimiento de la lengua hablada que representan, ¿qué perspectivas tenemos de ser capaces de comprender las transmisiones de radio procedentes de otros mundos para las que no tenemos ni piedras Rosettas ni ningún conocimiento de las lenguas que codifican?», preguntan el antropólogo Ben Finney y el historiador Jerry Bentley, ambos de la Universidad de Hawái. «¿Qué esperanza tenemos de comunicarnos con los extraterrestres si tenemos tantas dificultades para entender la imaginería simbólica producida en Europa tan recientemente como hace 12.000 años por los miembros de nuestra propia especie», coincide el antropólogo Paul K. Wason en referencia al arte rupestre paleolítico.
Para el experto en inteligencia artificial William Edmonston, la historia nos ha demostrado que «la comunicación con seres terrestres inteligentes alejados de nosotros en el tiempo es profundamente problemática» porque somos incapaces de entender el objetivo de muchas de sus creaciones. Desde algunos geoglifos hasta el llamado manuscrito de Voynich, un bello libro ilustrado del siglo XV que todavía no se sabe si contiene un mensaje real o es un cúmulo de signos sin sentido, que es lo que sospechan la mayoría de los expertos. A juicio de Edmonson, el manuscrito de Voynich ilustra cómo la lingüística «puede presentar un problema insoluble para la interpretación debido a su arbitrariedad y opacidad semiótica».
Demasiados supuestos
Como apunta Denning, hemos dado tradicionalmente demasiadas cosas por supuestas respecto a unas inteligencias con las que, de existir, tendremos pocas cosas en común. «No sabemos si los extraterrestres perciben y conceptualizan su realidad de manera similar a la nuestra, con las mismas categorías cognitivas, o incluso si se comunican a través de canales visuales y sonoros», advierte Richard Saint-Gelais, profesor de literatura en la Universidad Laval de Quebec. El espectro visual y sonoro que captan nuestros sentidos es limitado, fruto de cientos de millones de años de evolución en la Tierra, y es la base de nuestra visión de la realidad. Como lo serán sus sentidos de la concepción del Cosmos de nuestros desconocidos interlocutores.
«¿Cómo puede establecerse comunicación entre dos grupos de seres vivos que 1) tienen evoluciones biológicas independientes, 2) tienen historias culturales independientes y 3) nunca han interactuado antes?», se pregunta el filósofo y etólogo Dominique Lestel. Él no tiene respuesta a esa pregunta y hasta cree que los humanos podríamos tener «muy buenas razones -políticas, psicológicas y hasta metafísicas- para evitar establecer contacto con una civilización extraterrestre».
Reportaje publicado en Magonia el 24 de agosto de 2015.