James Stewart y la mano del yeti

Ilustración: Iker Ayestarán.
Ilustración: Iker Ayestarán.

«Si mi padre estuviera vivo y le preguntaras si cree en la existencia del yeti, probablemente te diría que sí», me explicaba hace unas semanas la antropóloga estadounidense Kelly Stewart, experta en los gorilas de montaña. Sus progenitores, el actor James Stewart y su esposa, Gloria McLean, participaron en un extraordinario episodio tras los pasos del abominable hombre de las nieves. La aventura, de película, ocurrió a finales de los años 50, en la edad dorada de las expediciones al Himalaya, cuando el Gobierno nepalí otorgaba licencias de caza a quienes quisieran capturar al homínido a un precio de 400 libras por ejemplar.

«Fue en esa época cuando los cuentos populares se apoderaron de la imaginación del público en Occidente y cuando, sospecho, el folclore empezó a degenerar en falso folclore», apunta el primatólogo John Napier en su libro Bigfoot, the yeti and sasquatch in myth and reality (Mito y realidad del bigfoot, el yeti y el sasquatch, 1973). Fueron los años en los que montañeros y exploradores fotografiaron huellas de enormes pies en la nieve del Himalaya y creyeron que los monjes budistas guardaban reliquias de un ser para ellos escurridizo. Uno de esos aventureros fue Tom Slick, un heredero texano obsesionado con el yeti.

Slick, cuyo padre había hecho fortuna con el petróleo, organizó en 1959 una expedición a Nepal para cazar al homínido y concluyó que la prueba definitiva de su existencia podía ser una mano que guardaban los monjes del monasterio de Pangboche. Pero los lamas no querían saber nada de ceder la reliquia para un estudio científico, ante lo cual Peter Byrne, su hombre de confianza, dio el cambiazo al pulgar y la falange proximal del índice por huesos humanos. Byrne pasó los restos de Nepal a India sin problemas; pero temía que los hubiera al sacarlos de este segundo país. Ahí entró en escena el matrimonio Stewart.

Encuentro en Calcuta

El actor estaba en India de viaje con su esposa y era amigo de Kirk Johnson, empresario petrolero y copatrocinador de la expedición de Slick. Byrne se encontró con él en el Grand Hotel de Calcuta y le dio los huesos para que los llevara a Reino Unido, ya que presumía que los agentes de aduanas no iban a molestar a una estrella de Hollywood. Acertó. Los restos del yeti volaron a Londres entre la ropa interior de la mujer del actor, según cuenta en el cazador de monstruos Loren Coleman, quien rescató esta historia del olvido en los años 80 mientras preparaba una biografía de Slick.

Los análisis de los restos de la mano de Pangboche realizados en 1960 y en 1991 por dos criptozoólogos -buscadores de seres legendarios- apuntan a que son parecidos a huesos humanos, pero no son humanos. Nada concluyente. Otras reliquias del yeti han resultado ser huesos de leopardo, piel de oso… Kelly Stewart carece de pruebas de que la historia ocurriera como han contado en sendos libros Byrne y Coleman, aunque añade que su «falta de información» no implica que no sucediera. «Me imagino a mi padre haciendo algo así», admite. Coleman asegura, por su parte, que tiene una carta del actor, fechada el 18 de junio de 1989, confirmando los hechos.

Reportaje publicado en el diario El Correo y en Magonia el 30 de agosto de 2009.


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