
«Es obviamente una hembra, con grandes y peludos pechos que se muestran claramente en varios momentos del metraje, especialmente cuando se vuelve a la derecha para mirar a Patterson», apunta Darren Naish, paleontólogo de la Universidad de Southampton, en Hunting monsters (2017). La película tiene, a juicio de Naish, varios problemas ajenos a lo que se ve en la filmación: Patterson había publicado un año antes un libro titulado Do abominable snowmen of America really exist? (1966), había anunciado que quería obtener una grabación de un bigfoot y, además, el escenario de los hechos, Bluff Creek, había sido el sitio donde había debutado la criatura nueve años antes. Tres motivos para la sospecha.
Pies de 38 centímetros
Jerry Crew trabajaba en la construcción de una carretera en Bluff Creek cuando, en la mañana del 27 de agosto de 1958, al subir a su excavadora vio en el terreno huellas muy grandes de apariencia humana. Se lo contó a sus compañeros de tajo, y uno dijo que habían encontrado un rastro similar en otra obra cercana a cargo del mismo contratista, Ray Wallace, cuya reputación como bromista era por todos conocida. El contratista negó reiteradamente tener algo que ver con las huellas, y los obreros bautizaron al misterioso ser como Big Foot (Pie Grande). Desde ese momento, achacaron a la criatura todo acto vandálico.

Las preguntas de Genzoli tardaron 44 años en recibir respuesta, y fue demoledora. «Ray Wallace era el bigfoot. La realidad es que el bigfoot ha muerto», sentenció Michael Wallace, hijo del contratista de las obras de Bluff Creek, en diciembre de 2002, días después de la muerte de su padre a los 84 años. Un sobrino del empresario guardaba las plantillas de madera que su tío ataba a la suela de sus botas para imprimir las huellas que, según un compañero de trabajo, no hizo porque sí, sino para asustar a los vándalos que les destrozaban herramientas y les robaban material de obra. El hijo del contratista explicó que su madre había posado varias veces disfrazada de bigfoot para su padre, que tenía una gran colección de fotos de la criatura sacadas por él mismo.
«El bigfoot no existía en el imaginario popular antes de 1958. Estados Unidos tiene su propio monstruo, su propio abominable hombre de las nieves, gracias a Ray Wallace», declaró Mark Chorvinsky, director de Strange Magazine, al diario The Seattle Times en diciembre de 2002. Para Chorvinsky, que ya había apuntado en los 90 a Wallace como posible padre del bigfoot, la confesión de la familia ponía la existencia del homínido en entredicho porque, además de ser el artífice de las huellas de 1958, el contratista había sido quien había indicado a Patterson dónde ir para filmar a la criatura. «Ray me dijo que la película de Patterson era un fraude y que sabía quién estaba dentro del disfraz», aseguraba Chorvinsky.
Que el caso que dio nombre al homínido americano fuera un fraude y que la principal incógnita a día de hoy sobre la película de 1967 sea quién interpretó al monstruo no afecta a la popularidad de bigfoot, que cuenta con una legión de fieles y seguirá disfrutando de ella mientras haya sombras entre la maleza porque la ciencia no puede probar que algo no exista. Sea ese algo el bigfoot o el Ratoncito Pérez.
Cuando la ciencia mata a los monstruos
En un mundo con un número apabullante de cámaras de fotos, el bigfoot es hoy igual de esquivo que en los años 60, como Nessie, el abominable hombre de las nieves, los fantasmas y los platillos volantes, de los cuales sigue sin haber una imagen decente. Como los grandes felinos que desde hace unos años se dejan ver fugazmente por los campos de España y de los que, sin embargo, no hay ni orina, ni heces, ni pelo, ni restos de sus presas, ni nada de nada. De vez en cuando alguien anuncia que ha encontrado pelos del bigfoot, algo que debería ser habitual dadas las características del animal. Y en algunos casos esos pelos se han podido someter a análisis genético, con resultados frustrantes para quienes creen en la existencia del homínido americano. En julio de 2005, los testigos de un aparición en Teslin (Yukón, Canadá) recogieron un mechón de pelo del bigfoot. David Coltman, genetista de la Universidad de Alberta, hizo los análisis pertinentes para ver si se trataba de restos de un animal conocido o de algo «potencialmente interesante». «El perfil de ADN de la muestra de pelo que recibimos de Yukón encaja con el de referencia del bisonte norteamericano, Bison bison«, concluyó el científico, cuyo trabajo se publicó en la revista Trends in Ecology and Evolution.