Naves de otra galaxia aterrizaron repetidamente en Gallarta (Vizcaya) entre febrero y abril de 1977. Sus tripulantes venían a ayudarnos. La Tierra se estaba saliendo de su órbita e inclinando demasiado, le contaron a Juan Sillero, un ebanista de 50 años del barrio de La Florida. Los encuentros entre el hombre y los visitantes protagonizan el expediente ovni 770213 del Ejército del Aire, desclasificado en 1995 y que ahora puede consultarse en la Biblioteca Virtual del Ministerio de Defensa.
La Gaceta del Norte informaba el 24 de marzo de 1977 del hallazgo de «numerosas huellas de posibles aterrizajes de ovnis» en una escombrera de Gallarta. El ingeniero naval José Luis Lozón, director técnico de un astillero de Bilbao, aseguraba haber visto una nave de más de 20 metros de diámetro «cuando se elevaba a gran velocidad» desde el lugar. «Era como un hongo. Y tenía un tremendo brillo. Era similar al acero inoxidable», le explicó a Juan José Benítez. El testigo no había escuchado ningún ruido según ascendía el ovni. «¿Qué tecnología pueden tener estos seres para alcanzar semejantes velocidades y en absoluto silencio?», se preguntaba. El reportero destacaba que por las noches los vecinos de la zona eran «súbitamente despertados por unos intensos ruidos, tales como zumbidos», procedentes de la escombrera.
Los aterrizajes
La información periodística llevó al Ejército del Aire a abrir un expediente con la numeración 770213, por el 13 de febrero de 1977, cuando Lozón había visto el objeto. Los militares descubrieron pronto que el avistamiento del ingeniero naval no era nada comparado con las vivencias de su suegro, Juan Sillero, que vivía cerca de la escombrera con su esposa y varios de sus ocho hijos. En su primera entrevista con el hombre, de más de dos horas, a los investigadores del Ejército del Aire les sorprendió el «tono fantástico de su relato», que se interrumpía «muy a menudo, según él, porque ellos le impedían seguir hablando». Su yerno les dijo que Sillero había sido una persona «completamente normal» hasta los encuentros con los alienígenas, pero que desde entonces dudaba de su salud mental.
El ebanista vio a los visitantes cinco veces. La primera, a mediados de febrero, dormía cuando sintió que una voz le llamaba por su nombre. Sus animales estaban agitados, salió de casa, ascendió por la loma hacia la escombrera, atravesó un bosquecillo, se asomó al borde del talud y, desde lo alto, vio cómo «un platillo estaba dando zumbidos y balanceándose, como buscando posición para aterrizar». Cuando se posó, salieron de él dos seres altos enfundados en monos que dejaban al aire solo manos y cara. Estaba aterrorizado. Le dijeron que no temiera y, poco después, el ovni despegó a gran velocidad.
La noche del segundo aterrizaje, tras los mismos preliminares, los visitantes le invitan a subir a la nave. La luz «sale de las paredes». En el puente de mando, hay enormes pantallas. El jefe le explica telepáticamente que vienen de otra galaxia y quieren ayudarnos porque la Tierra «se estaba saliendo de su órbita y se estaba inclinando demasiado». A Sillero le llama la atención una tripulante. «¡Qué tía más buena! ¡Qué pechos tiene!”, piensa. Los visitantes se van rápidamente después de decir que les han detectado y se acercan aviones militares. En el tercer encuentro, el ovni es más grande. Ve con el jefe cómo desciende una tanquetilla de exploración. A los visitantes les interesan las piedras de la escombrera. La última noche, el platillo volante sobrevuela la casa de la familia a tan baja altura que él, desde el balcón, cree que va a chocar con el edificio. Ya en tierra, los extraterrestres le prometen un regalo que le dan un mes después: es una piedra que deslumbra a quien la mira, excepto a él.
La investigación
Benítez cuenta las andanzas de Sillero en el diario Ya el 15 de mayo de 1977. Las da por buenas. No así los militares. El juez informador atribuye el 27 de junio los hechos a la imaginación del ebanista, quien parece estar «algo fuera de lo normal». En agosto, el jefe de la 3ª Región Aérea comunica al Estado Mayor del Aire que la información proporcionada por Lozón y Sillero no es creíble, y que el estado del segundo «no ofrece garantías de equilibrio mental». Es la conclusión a la que llega también el colectivo Iván, un grupo de investigadores del fenómeno ovni dirigido por el ingeniero de telecomunicaciones Félix Ares.
En las nueve veces que visitan al testigo -“siempre estaba de baja laboral» por úlceras de estómago–, los miembros del colectivo Iván detectan contradicciones en su relato. Lo que más les extraña, sin embargo, es que nadie más ha visto nada. Ni la mujer y los hijos de Sillero -aunque los platillos volantes han llegado a sobrevolar su hogar-, ni ningún vecino. «Si hubiera ocurrido algo así, lo habrían visto desde alguna de las casas próximas», apunta Ares, sorprendido por tener que volver a hablar del caso tantos años después. Tampoco vieron nada los conductores de los camiones de transporte de escombros que, día y noche, pasaban al lado del lugar de los aterrizajes ininterrumpidamente. Los hijos del ebanista achacaban los encuentros con extraterrestres de su progenitor a fabulaciones consecuencia de sus problemas con el alcohol. «Mi padre nunca ha visto nada», dijo uno a los investigadores. Tampoco Sillero enseñó nunca a Ares y su equipo la piedra que le habían regalado los visitantes porque, decía, les dejaría ciegos. ¿Y las huellas?
«Las supuestas huellas de naves extraterrestres no eran tales. Eran irregulares y, al lado de muchas, había piedras cuya forma coincidía con la del agujero», recuerda Ares. Preguntando por el vecindario, dieron con Adrián Tramón, un operario de una retroexcavadora que les explicó que las había hecho él al extraer piedras de mineral. Sillero acabó admitiendo por escrito el 18 de mayo de 1980 que las huellas cuyas fotos había publicado Benítez en La Gaceta del Norte y Ya eran obra de Tramón. Ingenuamente, añadió que las auténticas las había borrado él.
Aunque los militares y el colectivo Iván, cada uno por su cuenta, dieron carpetazo al caso como una invención del principal protagonista, Benítez se negó a aceptar esa conclusión. Cuando Ares y su equipo la publicaron en la revista Stendek, del Centro de Estudios Interplanetarios (CEI) de Barcelona, les respondió airadamente en Mundo Desconocido, acusándoles de investigar de oídas y «confundir el tocino con la velocidad». El colectivo Iván replicó a Benítez, quien al final presentó como prueba de los aterrizajes de Gallarta una carta del jefe de la 3ª Región Aérea en la que el militar le decía que, en tres noches de febrero y marzo de 1977, se habían detectado ecos de radar no identificados sobre Vizcaya y cazas habían salido dos veces en misión de interceptación. Aunque Sillero nunca precisó las fechas de sus encuentros con los visitantes y a pesar de que los investigadores militares consideraron siempre su relato producto de la imaginación, para Benítez los ecos de radar y las salidas de los cazas demostraban la realidad de los hechos. Todavía hoy, cierto sector de la ufología española, que ha ocultado siempre a su público la delicada situación mental del testigo, considera las vivencias de Juan Sillero auténticas.
«El caso Gallarta es el único encuentro en la tercera fase del País Vasco, y la investigación dirigida por Ares dejó claro en 1980 que fue un fraude», dice el estudioso del tema Juan Carlos Victorio, autor del blog Misterios del Aire. Para el ufólogo valenciano Vicente-Juan Ballester Olmos, impulsor de la desclasificación ovni en España, lo llamativo es que todavía haya «gente que explota este caso de forma sensacionalista» cuando se sabe casi desde el principio que fue «fruto de una mente poco equilibrada». Lozón, por su parte, era miembro del Centro Estudios Fraternidad Cósmica, un grupo de adoradores de los extraterrestres fundado por el contactado italiano Eugenio Siragusa. Por eso, no era un testigo fiable y la realidad de su avistamiento hay que ponerla más que en cuarentena. ¿Qué llevó a Sillero a inventarse su increíble historia? Posiblemente, la notoriedad que alcanzó su yerno al salir en los medios con la observación del despegue de un ovni fue lo que animó al ebanista a intentar superarle con sus encuentros en la tercera fase. Ése fue el origen del único expediente X ovni vasco.
Reportaje publicado en Magonia el 7 de noviembre de 2016.