«¡Uri Geller! En España ha sido donde la ciencia le ha tratado peor», lamentaba Karma.7 en su portada de noviembre de 1975 (nº 36). Dos meses después, la polémica sobre los poderes sobrenaturales del israelí ascendía a conflicto territorial: «Enfrentamiento Madrid-Barcelona… ¡y no por el fútbol! Por Uri Geller», alertaba la revista esotérica (nº 38). Hace cuarenta años, el mundillo parapsicológico español sufría por estas fechas la resaca de la visita a nuestro país de Uri Geller y su espectáculo ante los asombrados ojos de José María Íñigo en Directísimo (TVE) el 6 de septiembre.
Uri Geller (Tel Aviv, 1946) empezó a actuar como mago en clubes nocturnos de Israel a principios de los años 70. Poco después, saltó a la fama en Estados Unidos y Europa por su capacidad para doblar cucharas, arreglar relojes mecánicos, mover las agujas de brújulas y adivinar dibujos metidos en sobres gracias a sus poderes paranormales. En 1973, fue desenmascado en el Tonight show de Johnny Carson, donde no hizo ninguno de sus prodigios porque el presentador, ilusionista aficionado, le sometió a estrictos controles ayudado por el mago James Randi. Fracasó ante 40 millones de estadounidenses. Sin embargo, cuando en septiembre de 1975 acudió a Directísimo para promocionar su libro Mi fantástica vida, Íñigo le dejó hacer, y Geller pasmó a millones de españoles con sus trucos de magia disfrazados de dones sobrenaturales. Pero no engañó a ningún ilusionista ni a los pocos parapsicólogos críticos que había entonces en nuestro país.
Como cuento en mi libro El peligro de creer, el prestigitador José Luis Ballesteros exhibió las mismas habilidades que Geller ante un grupo de periodistas en una cafetería de Madrid el 28 de octubre de 1975. Y les explicó que no eran más que trucos de magia, en su caso y en el del israelí. Aquel día tenía que haberse presentado en la capital el libro Uri Geller al descubierto, en el que Ramos Perera, presidente de la Sociedad Española de Parapsicología (SEP), desenmascaraba a Geller, pero el acto se suspendió porque Franco agonizaba y se limitó a la demostración de magia de Ballesteros.
«Hombre indudablemente dotado»
La existencia de científicos e incluso parapsicólogos que denunciaron en España desde el principio el fraude de Geller indignó a los responsables de Karma.7. Así, el director de la revista, Josep Maria Armengou, firmaba en noviembre un articulo titulado «Inexplicable… y vergonzosa reacción contra Uri Geller». Defendía a capa y espada al joven dotado, y concluía diciendo: «Sólo los parapsicólogos barceloneses, por boca del señor Rovatti hicieron unas declaraciones positivas situando a Uri Geller en su justa medida como hombre indudablemente dotado de unos poderes paranormales dignos de estudio».
Armengou recogía en su informe testimonios entresacados de los «miles de recortes de prensa» que había recopilado, ya que «hasta el comentador político de cualquier periódico se metió con Uri (en bien o en mal)». Así, en una entrevista en La Vanguardia, Geller aseguraba que, en contra de lo que algunos decían, ningún parapsicólogo español le había invitado a demostrar sus poderes en un entorno controlados. «Pero, si el reto antes aludido hubiera llegado hasta usted, ¿habría aceptado?», le preguntaba el periodista esotérico. «No, rotundamente, no. Deben comprender que yo no puedo trabajar con cualquier persona y en cualquier parte», respondía Geller, quien se jactaba de poder desintegrar la materia, aunque no a voluntad. «No está bajo mi control. No puedo controlar ese poder», decía Geller, y recomendaba a Armengou que leyera lo que sobre sus poderes había publicado la revista Nature.
El director de Karma.7 incluía en su texto un carta abierta a Íñigo firmada por nueve investigadores del Instituto de Química Orgánica del Patronato Juan de la Cierva del CSIC que llamaban la atención sobre el hecho de que Geller había estudiado magia y decían que era sólo «un charlatán». «En su primera tournée por Alemania -explicaban los químicos-, era simplemente un ilusionista, pero todo cambió en Estados Unidos, donde Geller encontró al astuto manager Andrija Puharich». Pere Sola, Ángel Messeguer, Miguel Pericas, Josep Maria Moret, Consol Blanch, Xavier Guardino, Joan Casas, Montserrat Rull, María Rosa Cuberes y Adela Agelet destacaban que «el ilusionista inglés Romark le ofreció 5.000 libras para realizar sus hazañas sin utilizar los trucos de los prestidigitadores. Geller ignoró este ofrecimiento». Los firmantes consideraban el contenido de Directísimo «una triste manifestación del subdesarrolo intelectual que sufre nuestro país». (¿Qué dirían ahora ante el supersticioso Cuarto mileniocon el que compadrean sin vergüenza algunos científicos y divulgadores?) Armengou sentenciaba que era la opinión esperable de «asociados a un organismo científico oficial».
La versión de la carta de los químicos que publicó Karma.7 procedía de El Correo Catalán, pero la de La Vanguardia era más larga y en un párrafo desmontaba las afirmaciones sobre Nature hechas por Geller en TVE. Los autores explicaban que Nature consideraba el artículo de Harold Puthoff y Russell Targ que recogía sus experiencias con Geller «flojo en el diseño y en la presentación… El experimento (de visión remota) se llevó a cabo de modo desconcertadamente vago… Los detalles dados de varias precauciones introducidas con el objeto deprevenir fraudes, conscientes e inconscientes, (eran) desgraciadamente vagos». La dirección de Nature puntualizaba que «el artículo, contrariamente al rumor extendido, no presenta ninguna evidencia de la habilidad de Geller para doblar barras de metal acariciándolas, influenciar imanes a distancia o poner de neuvo en marcha relojes con ayuda de cierta psicoquinesia». El editorial de Nature (vol, 251; 18 de octubre de 1974) citado por los científicos españoles recordaba que “publicar en una revista científica no equivale a recibir un sello de aprobación de la comunidad científica; más bien, sirve de aviso a la comunidad (científica) de que hay algo digno de su atención y escrutinio”. ¿Por qué el director de la revista esotérica española optó por la versión recortada de la carta de los científicos en vez de la larga?
Armengou continuaba con una serie de opiniones negativas, como la del psiquiatra Joan Obiols, decano de la Facultad de Medicina de Barcelona, que consideraba a Geller «un buen ilusionista»; la de Juan Tamariz, que explicaba cómo doblaba las cucharas; la de José Mallart, secretario de la SEP, para quien, a pesar de ser muy crédulo, lo del dotado era pura superchería… Además, el periodista informaba de que el israelí no estaba dispuesto a someterse al juicio de ilusionistas, ya que había declarado a L’Express: «Ni aquí (por Francia) ni en ninguna parte me enfrentaré con los magos». Lógico porque, cuando, sin él saberlo, prestidigitadores habían presenciado sus demostraciones, habían descubierto sus artimañas. «Uri Geller sólo sabe cuatro trucos. Cualquier buen ilusionista conoce entre treinta y cuarenta que hace extraordinariamente bien», me decía hace cuatro años el gran Randi.
Un ‘contactado’ en defensa de Geller
Un mes después, Armengou defendía a Geller en el editorial de Karma.7 (núm. 37), y J. Roca Muntañola contestaba en un amplio reportaje a las críticas contra Geller y, de paso, revindicaba a otros apóstoles de lo paranormal como Nina Kulagina, Peter Hurkos, Ted Serios y Edgar Cayce. Pero fue en enero de 1976 (nº 38) cuando la revista echó el resto. Armengou llevó al editorial, titulado «¡Un científico que dice sí a Uri Geller!», una misiva del historiador Francisco Aguilar Pilar, quien consideraba «imprudentes y resentidas» las manifestaciones de algunos de sus colegas y acusaba a los químicos del CSIC de no ser científicos por limitarse a «negar la posibilidad de hechos que no se ajustan a las leyes de la física conocidas. El verdadero científico ha de estar en disposición de aceptar la duda razonable en todos los fenómenos que escapan a sus actuales conocimientos». «Afortunadamente, no todos los científicos españoles son ortodoxos, retrógados, conservadores y aún ineptos», decía el director de la revista.
En las páginas interiores, Armengou contraponía el no de los parapsicólogos madrileños a Geller con el sí de los barceloneses. De ahí el ridículo titular de la portada de la revista sobre eel «enfrentamiento» entre ambas ciudades. Reconocía que el libro de Ramos Perera «es un informe exhaustivo, diríamos completo, el clásico buscarle tres pies al gato… ¡Sí!, el libro nos demuestra, y bien palpablemente, que Uri Geller puede ser -eso dice el libro-, un farsante, que no tiene dotes paranormales, pero… luego escuchas a las parapsicólogos barceloneses y también dices ¡si!, U. G. es un paranormal. ¿Quién tiene razón? Muy particularmente, amigo Ramos Perera, diremos que creemos -el firmante de estas líneas, claro- en las dotes paranormales de U. G.». Fe. Todo era cuestión de fe. Y los parapsicólogos catalanes la tenían en mayor cantidad que los madrileños. Así, Francesc A. de Rovatti, presidente del comité organizador del Congreso Nacional de Parapsicología, se quejaba de haber recibido amenazas de Perera por creer en la autenticidad del llamado efecto Geller.
En el colmo del disparate, el grueso de la defensa del israelí en ese número de Karma.7, corría a cargo de Fernando Sesma, un español que desde mediados de los años 60 creía estar en contacto con seres del planeta Ummo. «Yo no necesito ninguna prueba directa para creer lo que Geller afirma en su libro», decía Sesma. Normal. Geller también era un convencido -o decia serlo- del contacto alienígena: sostenía que sus poderes se los dieron los extraterrestres cuando tenía 3 o 4 años. La puntilla la daba el grafólogo Pedro Germán Belda González (Mauricio Xandró), quien interpretaba la firma de Geller y veía en ella un «optimista, triunfador potencial, seguro de sí mismo hasta el exceso», y una «persona excelente, pero débil a los aplausos y los elogios, orgullosa, exhibicionista, que no se resigna a no ser admirado por multitudes a cualquier precio».
Cuarenta años después, estos viejos números de Karma.7 son la prueba patente de la inutilidad de la investigación paranormal. Nada, absolutamente nada, de lo que anunciaba la revista en sus portadas se ha hecho realidad. La acupuntura no ha pasado de ser una pseudoterapia ni se fabrica «oro alquímico» -eso decían en el núm. 37- y sabemos que la civilización de las piedras de Ica y los poderes de Uri Geller son sendos engaños. Lo inquietante no es que hace cuatro décadas muchos españoles y parapsicólogos se tragaran los trucos del avispado israelí como si de algo sobrenatural se tratara, sino que todavía hoy en día los supuestos expertos en lo oculto prefieren creer a Geller a confiar en los magos, los mejores aliados a la hora de luchar contra los fraudes paranormales.
Reportaje publicado en Magonia el 13 de enero de 2016.