«¡Hemos contactado con Humanidades extragalácticas!», anunciaba Sebastián Fontrodona en Karma.7 en febrero de 1975. Sorprendentemente, la revista no sacaba el tema a portada, a pesar de que la noticia procedía de una fuente de gran credibilidad de la que el autor copiaba «literalmente» el comunicado oficial que había hecho el 14 de octubre anterior:
La Academia [Sueca] acuerda conceder el Premio Nobel de Física correspondiente al año de 1974 al físico y astrónomo señor Antony Hewish, profesor del Laboratorio Cavendish de la Universidad de Cambridge (Inglaterra), por su papel decisivo en el descubrimiento de los púlsares, en los cuales se observa por primera vez que las señales que emiten indican la existencia de seres inteligentes.
El descubrimiento de los púlsares suponía «la constancia indiscutible que le faltaba a la Humanidad para saber que no estamos solos en el Universo» al «haber sintonizado ya con las ondas que nos lanzan desde millones de años luz de distancia», explicaba Fontrodona. A su juicio, a pesar de las pruebas del hallazgo, «fuerte y enconada fue la lucha que tuvo que mantener Hewish antes de dar a conocer sus descubrimientos, pues se exponía a ser internado en cualquier centro psiquiátrico». El autor era partidario de la existencia de inteligencias extraterrestres, pero no creía que nos visitaran. «A los defensores de los ovnis, esta ciencia oficial, que tan sobradamente atacábais, os acaba de dar la puntilla -como generalmente se dice- pues reconociendo los méritos y trabajos de un investigador oficial le ha dicho ¡sí! en el Universo hay vida, pero, por la constancia de su contactación y por las pruebas más enfáticamente, ¡no! a la existencia de los visitantes», escribía.Fontrodona. ¿Pero realmente dijo la Academia Sueca lo que él decía que dijo?
Púlsares y alienígenas
Hoy algo así es fácil de comprobar. Basta con visitar la web de los Premios Nobel y leer la nota de prensa del reconocimiento a Hewish. No hay ni rastro de nada parecido a la subordinada final del comunicado oficial que copiaba «literalmente» el autor de Karma.7. El comunicado de prensa dice que la Academia premia a Hewish «por su papel decisivo en el descubrimiento de los púlsares», fuentes de radio que emiten «señales -pulsos- muy regularmente a intervalos de un segundo o menos. Como resultado de este descubrimiento, ha sido posible establecer la presencia de las llamadas estrellas de neutrones en el Universo, algo sobre lo que los científicos habían estado especulando desde los años 30». No hay mención a «seres inteligentes» ni nada que pueda tomarse indirectamente como tal.
Por si acaso, he buscado en los archivos de dos de los principales diarios de la época –Abc y La Vanguardia– y tampoco he encontrado referencia alguna a alienígenas. Ambos periódicos reproducen prácticamente el contenido de la nota de prensa, si bien el barcelonés incluye una cita del astrónomo sueco Per Olof Lindblad en la cual habla de inteligencias extraterrestres:
Por su parte, el profesor Per Olof Lindblad, miembro también de la Academia Sueca de Ciencias, ha declarado que el descubrimiento por Hewish de fuentes de radio hasta entonces desconocidas, llamadas ahora pulsars, fue una casualidad: «Hewish quedó altamente sorprendido cuando observó por primera vez las señales que emiten dichas fuentes de radio y hasta se echó a temblar ante la posibilidad de que esas señales indicaran la existencia de seres inteligentes».
¿Fue esta puntualización la que llevó a Fontrodona a concluir, erróneamente, que la ciencia oficial había reconocido con el Nobel a Antony Hewish por descubrir que no estamos solos en el Cosmos? Es imposible saberlo.
En 1977, Jocelyn Bell, coautora del hallazgo del primer púlsar en noviembre de 1967, explicaba cómo Hewish temió en un primer momento que, dada la regularidad de la señal, el que luego sería el primer púlsar -CP 1919- fuera algo de origen humano. Poco después, eliminaron todas las posibles fuentes artificiales conocidas y localizaron el origen de la señal fuera del Sistema Solar, pero dentro de nuestra galaxia, y surgió la hipótesis extraterrestre. «¿Y si estas pulsaciones eran artificiales, pero hechas por humanos de otra civilización? Si así fuera, los pulsos deberían mostrar desplazamientos Doppler según el planeta de los pequeños hombres verdes orbitara su sol», especulaba diez años después la astrofísica, a quien 1974 no dieron el Nobel, a pesar de haber sido ella la descubridora de la señal, por ser estudiante de doctorado de Hewish.
Provisional y coloquialmente, Hewish y Bell llamaron a la fuente LGM-1 (de little green men). «Es evidente que la idea [del origen inteligente de la señal] pasó por nuestras cabezas y que no teníamos pruebas de que se tratara de una emisión de radio totalmente natural», recuerda ella, molesta entonces, en plena realización de la tesis doctoral, porque «unos tontos pequeños hombres verdes» hubieran elegido «para comunicarse con nosotros» la frecuencia que escuchaba para su trabajo. Los incómodos alienígenas desaparecieron «poco antes de Navidad» cuando Bell detectó una segunda señal similar con pulsos cada 1,2 segundos -los de LGM-1 tenían una periodicidad de 1,3- procedente de otro punto del cielo. «Era muy poco probable que dos grupos de pequeños hombres verdes hubieran elegido la misma e improbable frecuencia y al mismo tiempo para intentar mandar señales al mismo planeta», concluyó Bell. Y los extraterrestres se esfumaron… menos para Sebastián Fontrodona y los lectores de Karma.7, para quienes los púlsares serían «radiofaros que, emitiendo en la profundidad del Universo, nos certifican esta constancia que nos faltaba para saber que no estamos solos».
Nota publicada en Magonia el 2 de marzo de 2015.