El bigfoot nació el 27 de agosto de 1958; su padre se llamaba Ray Wallace

Jerry Crew, con el molde de una huella del bigfoot. Foto: 'The Humboldt Times'.
Jerry Crew, con el molde de una huella del bigfoot. Foto: ‘The Humboldt Times’.

Un contratista jubilado de 84 años falleció el 26 de noviembre de 2002 en Centralia (Washington, Estados Unidos) y con él murió el yeti norteamericano. «Ray Wallace era el bigfoot. La realidad es que el bigfoot ha muerto», sentenciaba su hijo Michael días después en The Seattle Times. «El hecho es que no existía el bigfoot en la conciencia popular antes de 1958. Estados Unidos consiguió su propio monstruo, su abominable hombre de las nieves, gracias a Ray Wallace», coincidía entonces Mark Chorvinsky, director de la Strange Magazine, publicación dedicada a los fenómenos paranormales.

Hasta hace 56 años, circulaban por la costa pacífica de Norteamérica leyendas indígenas sobre la existencia de un hombre salvaje similares a las de otras partes del mundo. Nada más. Nadie hablaba de un homínido de pie grande; eso quiere decir bigfoot. Este ser salió por primera vez del bosque el 27 de agosto de 1958. Jerry Crew, un conductor de excavadoras que trabajaba para Ray Wallace en las obras de una carretera en el condado californiano de Humboldt, descubrió aquella mañana huellas de grandes pies desnudos cerca de su excavadora. Alterado y creyendo que alguien quería tomarle el pelo, informó a Wilbur Wallace, capataz de la obra y hermano del contratista. El 21 de septiembre, la esposa de uno de los trabajadores mandó una carta a Andrew Genzoli, columnista de The Humboldt Times, el periódico de Eureka, contándole la historia de las misteriosas huellas. El 3 de octubre, Crew sacó moldes de nuevas huellas que habían aparecido junto a su vehículo de trabajo y, dos días después, The Humboldt Times publicaba en su portada una foto del trabajador con el molde y un artículo de Genzoli en el que bautizaba a la criatura autora de las huellas como bigfoot.

La del 27 de agosto de 1958 fue la primera de una larga lista de apariciones en las que el homínido de los bosques de Norteamérica ha demostrado la misma habilidad para evitar ser retratado con nitidez que el yeti y el monstruo del lago Ness. Sin embargo, Ray Wallace acumuló a lo largo de su vida gran número de fotos, películas y grabaciones sonoras de la criatura  obtenidas por él mismo, que hicieron sospechar a algunos. Pero no a los cazadores de monstruos, a quienes, en mayo de 1978, el constructor explicaba: «Los bigfoot son personas, tienen su lenguaje». «Recurría a varias personas para las  películas», explicaba Michael Wallace en 2002. El hijo del constructor añadía que su madre le confesó que había posado en sesiones fotográficas disfrazada de bigfoot.

El vaquero de rodeos Roger Patterson consiguió en 1967 la que se ha considerado la mejor prueba de que algo se oculta en la espesura de Norteamérica: una película en la que un ser de apariencia simiesca escapa de la cámara cerca de Bluff Creek, en California. Wallace, quien cooperó siempre con los cazadores de monstruos, había indicado al vaquero dónde tenía que ir para ver al bigfoot. «Ray me dijo que la película de Patterson era un engaño y que sabía quién estaba dentro del disfraz», aseguraba Chorvinsky hace doce años. Aunque los escépticos la consideraron fraudulenta desde el principio, los criptozoólogos han defendido la autenticidad de la grabación a capa y espada duranet décadas. En 2004, el periodista Greg Long identificó al ser humano que se ocultaba bajo el disfraz: era Bob Heironimus, un trabajador de Pepsi a quien Patterson había prometido por su interpretación mil dólares que nunca pagó.

Dale Lee Wallace, sobrino del contratista, guarda todavía las plantillas de madera que, atadas a la suela de las botas, empleó Ray Wallace para imprimir las grandes huellas en 1958. Para él, fue una broma que a su tío se le fue de las manos. John Auman, quien trabajaba en las obras, no negaba en 2002 que el contratista fuera un bromista; pero mantenía que el bigfoot había nacido por razones prácticas. Los vándalos solían cebarse con las herramientas y vehículos de obra que quedaban sobre el terreno. «Si dejabas los vehículos una noche, podías suponer que a la mañana siguiente no iban a tener ruedas», recordaba. Wallace inventó al bigfoot para espantar a los vándalos. Y nació una leyenda.

Nota publicada en Magonia el 1 de septiembre de 2014.


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