El debate científico aún sigue abierto. Pero para la mayoría de los españoles ya es una certeza: los átomos son más pequeños que los electrones. Es lo que piensa el 69,6% de los 1.500 participantes de nuestro país en la encuesta del Estudio internacional de cultura científica de la Fundación BBVA.
El párrafo anterior es un disparate, aunque el dato es real: dos de cada tres españoles creen que los átomos son más pequeños que los electrones. Naturalmente, eso no significa que lo sean; únicamente, que mucha gente está confundida. Pues, bien, algo parecido al dislate que encabeza estas líneas ha hecho el diario El Mundo al informar de que el Tribunal Supremo italiano ha dictaminado que un ejecutivo que se pasaba muchas horas pegado al móvil y ahora padece un tumor cerebral tiene derecho a ser indemnizado porque, a juicio de los magistrados, el uso prolongado del móvil puede desembocar en cáncer y, por consiguiente, se trata en su caso de una enfermedad laboral. El primer párrafo de la información, titulada «El teléfono móvil llama al cáncer» y de la que me he enterado gracias al físico Juan Diego Lozano, dice:
El debate científico aún sigue abierto. Pero para el Tribunal Supremo italiano ya es una certeza: el uso prolongado del teléfono móvil puede provocar cáncer. La más alta corte italiana así lo ha establecido en una sentencia histórica que tiene como protagonista a un exdirectivo que se pasaba seis horas al día con el móvil pegado a la oreja y que ahora tiene un tumor cerebral.
Como en el caso del átomo y el electrón, de este párrafo del diario madrilleño -del que el primero de esta nota es una versión- únicamente se deduce que esos jueces italianos no tienen ni idea de lo que hablan ni han consultado a ningún científico especialista en la materia. Nadie ha encontrado ningún vínculo real entre ondas de telefonía y cáncer. No lo digo yo, sino los expertos.
La ciencia dice no
“Los resultados de estas investigaciones epidemiológicas (se refieren a las de los últimos veinte años) son muy consistentes y tranquilizadores, y han llevado a la Organización Mundial de la Salud (OMS) y al Instituto Nacional del Cáncer de Estados Unidos a decir que no hay evidencia concluyente o consistente de que la radiación no ionizante emitida por los teléfonos celulares esté asociada con un mayor riesgo de cáncer”, sentenciaban en julio del año pasado John D. Boice y Robert E. Tarone, del Instituto Internacional de Epidemiología de EE UU, en un editorial en el Journal of the National Cancer Institute, la revista de investigación contra el cáncer más importante del mundo. La publicación daba a conocer en ese número los resultados del primer estudio epidemiológico sobre móviles y cáncer cerebral en niños, según los cuales los pequeños que usan el teléfono celular habitualmente no corren un mayor riesgo de sufrir un tumor que los que no lo hacen. En los últimos doce meses, nada ha cambiado. Hasta en la información de El Mundo se admite que «prácticamente todos los estudios a gran escala han resultado inconcluyentes hasta la fecha». Entonces, ¿a qué vienen un titular y un texto que dicen prácticamente lo contrario? Ellos sabrán.
La autora también hace trampa a sus lectores al decir que, «desde 2011, la Agencia Internacional de Investigaciones contra el Cáncer (IARC) ha incluido a los teléfonos móviles entre los posibles agentes cancerígenos». Es cierto; pero la decisión de los expertos de la OMS -la IARC es una agencia de esa entidad- fue política y nunca ha habido pruebas científicas que la sustenten, como quedó demostrado cuando publicaron el corrrespondiente informe en la revista The Lancet Oncology. En nuestro país, el secretario general de Sanidad, José Martínez; la Asociación Española Contra el Cáncer (AECC); el presidente de la Sociedad Española de Oncología Médica (SEOM), Emilio Alba, y el presidente de la Fundación Instituto Valenciano de Oncología (IVO), Antonio Llombart, no dieron crédito alguno a ese dictamen. Los antes citados Boice y Tarone puntualizaron, un mes después, en su editorial del Journal of the National Cancer Institute que la decisión de la OMS se basaba en pruebas limitadas e inadecuadas, según habían reconocido los propios autores del informe de la IARC, y que varios miembros del grupo de trabajo consideraban la evidencia insuficiente para incluir la radiación de los móviles en el grupo de carcinogenicidad 2B, el mismo en el que está el café. Y concluían:
Visto en este contexto, «posiblemente cancerígenos» no es una señal para abandonar los teléfonos móviles y volver a los fijos. Más bien, es una señal de que hay muy poca evidencia científica en cuanto a la carcinogenicidad del uso del celular. Esto se refleja en un documento reciente de la Comisión Internacional de Protección contra la Radiación No Ionizante, que concluyó: «Aunque aún persiste cierta incertidumbre, la tendencia en la evidencia acumulada es cada vez más en contra de la hipótesis de que el uso de los móviles pueden causar tumores cerebrales en adultos».
El desgraciado caso del ejecutivo italiano es una anécdota. Que Innocente Marcolini, como se llama el enfermo, usara mucho el móvil durante años no prueba que éste fuera la causa de su tumor cerebral. Ningún científico ha demostrado en este caso, ni en ningún otro, una relación causa-efecto entre el uso del móvil y el cáncer, y que unos jueces dictaminen lo contrario tiene tanta validez como que casi el 70% de los españoles piense que los átomos son más pequeños que los electrones. Si mañana todos los jueces de todos los tribunales del mundo deciden derogar la ley de la gravedad y luego saltan desde lo alto de rascacielos, no flotarán en el aire. Pues lo mismo ocurre en este caso.
Que unos jueces sostengan que los móviles causan cáncer sólo prueba que los magistrados creen eso en contra de toda la evidencia científica existente. (Lo siento, pero no contemplo la otra posibilidad: que vayan a ganar en un futuro próximo el Nobel de Medicina). Que alguien aproveche ese evidente error judicial para unir en un titular móviles y cáncer es una muestra de periodismo gilipollas y dice mucho de su rigor. Los que estarán encantados serán quienes hacen negocio asesorando a los presuntos afectados, defendiéndoles legalmente y vendiéndoles todo tipo de inútiles cachivaches para protegerles de una amenaza que sólo existe en sus mentes.
Nota publicada en Magonia el 18 de octubre de 2012.