El horror no conoce límites. ¿Se acuerdan de los enanos de jardín, espantosos gnomos de los que todavía hay supervivientes en muchas urbanizaciones españolas? Pues, hace un año, viajaba en tren de Washington a Nueva York cuando, hojeando un catálogo de cortesía de SkyMall, una compañía de venta por correo, me di de narices con dos ejemplares de bigfoot. Se trataba de dos esculturas en resina, una para poner como si el ficticio pariente del también ficticio yeti se asomara por detrás de un árbol y otra que parece sacada de la famosa película de Patterson-Gimlin, un viejo fraude criptozoológico.
Esa filmación, en la que se ve en un claro del bosque a un peludo homínido caminando y que se vuelve hacia la cámara, fue rodada por los vaqueros Roger Patterson y Bob Gimlin en 1967 en Bluff Creek, California. Aunque los escépticos la consideraron fraudulenta desde el principio, los criptozoólogos defendieron su autenticidad hasta que en 2004 el periodista Greg Long identificó al ser humano que se ocultaba bajo el disfraz: era Bob Heironimus, un trabajador de Pepsi a quien Patterson había prometido por su interpretación mil dólares que nunca pagó. Bigfoot, el yeti de jardín, como se llama la correspondiente escultura, se fabrica en 31 y 50 centímetros de altura, y cuesta 89,95 y 125 dólares, repectivamente. Bigfoot, el yeti tímido mide, por su parte, 38 centímetros y tiene un precio de 69,95 dólares.
He encontrado en la web de SkyMall otra escultura del hombre salvaje norteamericano a tamaño real, apta para muy pocos jardines y bolsillos: mide 1,8 metros, pesa 66 kilos y cuesta 2.250 dólares. Y tienen también a la venta zombis, claro.
Nota publicada en Magonia el 6 de octubre de 2012.