El periodista Manuel Calvo Hernando murió el jueves en Madrid, a los 88 años. Fue el pionero de la divulgación científica en España y deja un gran vacío no sólo por su empuje y entusiasmo, mantenido durante décadas en un entorno muchas veces hostil, sino también por la amabilidad y el cariño que siempre mostró hacia todos los que tuvimos la suerte de tratarle, aunque fuera sólo esporádicamente. Era el hombre afable que transmite la foto de mi compañero Luis Ángel Gómez, tomada en el palacio Euskalduna de Bilbao el 21 de junio de 2000, cuando le hice una pequeña entrevista. Tenía entonces 76 años, acababa de doctorarse y presidía la Asociación Española de Periodismo Científico, que él mismo había fundado en 1971.
Mi primer encuentro personal con Calvo Hernando se remonta a mediados de los años 90. Yo era -y sigo siendo- un aprendiz de todo; él era un ilustre veterano, alguien que, como recordaban sus hijos en el obituario publicado en El País, «siempre tenía palabras amables y siempre trató de ayudar a quienes se acercaron a él pidiendo consejo». Entre otras muchas responsabilidades, había sido subdirector del diario Ya y director de TVE a principios de los 80. Mantuvimos correspondencia y nos tuvimos al corriente de nuestras respectivas publicaciones. Además de su sencillez y simpatía, me llamó la atención desde el principio que, en un ecosistema, el de los divulgadores científicos, en el que lo habitual era mirar para otro lado cuando se trataba de la pseudociencia, él no lo hacía. También en eso fue un pionero en nuestro país.
Así me explicaba, por ejemplo, lo que decía cuando alguien le preguntaba por el fenómeno ovni. «Mi respuesta es, más o menos: creo en la vida inteligente fuera de la Tierra y creo en los ovnis, en su aceptción terminológica de objetos no identificados, pero la razón me obliga a no admitir una relación entre ambos hechos». Recuerdo cómo aprovechaba los artículos que escribía para la agencia Colpisa para denunciar la charlatanería y hacerse eco de las publicaciones escépticas, y cómo yo esperaba en la redacción de El Correo la llegada del teletipo semanal para ver de qué hablaba. Cuando escribo estas líneas, tengo delante algunos de esos textos en forma de despachos de agencia y recortes de periódico. Solía hacerse eco de lo que algunos escribíamos en boletines de pequeña tirada y también de las iniciativas de los miembros de lo que hoy es el Comité para la Investigación Escéptica (CSI), individuos como Isaac Asimov, Carl Sagan y Martin Gardner.
La responsabilidad del periodista
«Estamos peor que en la Edad Media, pero con una diferencia en contra nuestra. Entonces, se lavaba el cerebro a la gente en pequeñas dosis. Ahora, los engaños y las falsedades se multiplican a través de las ondas y llegan a millones de indefensos seres humanos que no han tenido acceso a una cultura que les permita rechazar estas mentiras, siempre en quebranto de su economía y, a veces, de su propia salud y hasta de su vida», escribía en enero de 1995. «Los medios tienen que ser críticos ante tanto engaño pseudociencífico», sentenciaba pocos meses después durante una mesa redonda que compartimos en el marco del Segundo Congreso Nacional sobre Pseudociencias, celebrado en Pamplona. En la capital navarra, dijo que «deberíamos tener, anualmente por lo menos, un curso para jóvenes periodistas dedicado exclusivamente al tema de las pseudociencias». Me he reencontrado con esta cita después de años de olvido y me alegro de haberla puesto en práctica, sin ser consciente de que era una idea de él, en mis clases del Máster de Periodismo Multimedia de El Correo y la Universidad del País Vasco.
Manuel Calvo Hernando creía que los periodistas tenemos «una responsabilidad, aunque sea moral», en un mundo en el que «el alimento intelectual» de mucha gente proviene exclusivamente de los medios de comunicación. Así, el principio octavo de su Decálogo del divulgador de la ciencia (1999) establecía que éste «denunciará la superchería de las falsas ciencias, que en muchas zonas de la humanidad siguen constituyendo obstáculos muy serios al desarrollo. Los curanderos están desacreditados, por lo menos en nuestras sociedades occidentales, pero hay que seguir combatiendo a sus equivalentes en otras ramas del conocimiento o de la actividad humana».
«La incultura científica abarca en España desde el bracero hasta el jefe del Gobierno. Y, si nuestros dirigentes no saben nada de ciencia ni les preocupa, mal lo vamos a pasar», lamentaba Calvo Hernando en la entrevista que le hice en 2000. Doce años y tres presidentes del Ejecutivo después, sus palabras suenan tristemente premonitorias. Autor de una cuarentena de libros e innumerables artículos, el periodista madrileño donó su cuerpo a la ciencia. Como escriben sus hijos en El País, «con él aprenderán ahora los estudiantes de Medicina como antes aprendieron los de Periodismo. Así se cierra un círculo que comenzó en 1955, cuando asistió al primer encuentro internacional Átomos para la Paz. Allí encontró su vocación periodística, de la que fue pionero en España y en Hispanoamérica».
Obituario publicado en Magonia el 20 de agosto de 2012.