
Los hombres de negro (MIB, por sus siglas en inglés) nacieron en 1956 en They knew too much about flying saucers (Ellos sabían demasiado de los platillos volantes), un libro de Gray Barker, escritor que de puertas afuera iba de ufólogo, aunque no creía en lo paranormal ni en las visitas extraterrestres y consideraba sus obras sobre esos temas «libros demenciales». Contaba cómo, tres años antes, el ufólogo Albert K. Bender había suspendido la publicación de la revista sobre ovnis que dirigía, Space Review, tras recibir la visita de tres hombres vestidos de negro después de haber anunciado que iba a hacer importantes revelaciones sobre la naturaleza de los platillos volantes.
Barker apuntaba que, probablemente, los MIB eran miembros de una agencia secreta del Gobierno que quería impedir que la gente de la calle llegara a saber la verdad sobre los ovnis. Si así era, creía que posiblemente podían justificarse sus acciones, reservándose el juicio sobre sus métodos. «Quizás el futuro nos demuestre que éstos han estado justificados», escribía. Y añadía: «Si estos extraños visitantes no representan autoridades gubernamentales, entonces, ¿qué fantástico patrocinador es el responsable de sus acciones?». Seis años después, en 1962, Bender publicó un libro, Flying saucers and the three men (Los platillos volantes y los tres hombres), en el que respondía a esa pregunta: los hombres de negro eran, en realidad, extraterrestres.
Ufólogos amenazados y muertos

Keel creía en los años 60 que los hombres de negro eran «los propios ocupantes de los ovnis». «Sea lo que sea lo que los objetos volantes no identificados estén haciendo aquí en la Tierra, parece que quieren hacerlo lo más secretamente posible durante el mayor tiempo posible. El Gobierno estadounidense ha tenido la amabilidad los obligaba y les ayudó, ya sea voluntariamente o por una ignorancia increíble», escribía en su reportaje «Agentes del terror ovni». Con el paso de los años, el padre del hombre polilla acabó identificando a los extraños visitantes enlutados con los seres de otras realidades que en otras culturas y épocas se identificaban como demonios y hadas.
Los ufólogos más sensacionalistas acogieron a los MIB con los brazos abiertos. No podía ser de otro modo. Si había unos malos, estaba claro quiénes eran los buenos de la historia: ellos. Así que, con el paso del tiempo, cada vez más ufólogos de quiosco se apuntaron a la moda de haber sido víctimas de los silenciadores, de haber sufrido misteriosas llamadas telefónicas y visitas intimidatorias. La amenaza de los hombres de negro daba pedigrí. Y no dudaban, por supuesto, en achacar la desaparición de cualquier colega a los misteriosos individuos. Así, la literatura ufológica suele atribuir a los MIB las muertes del astrónomo Morris K. Jessup y el capitán Edward Ruppelt, director de uno de los proyectos militares de investigación ovni de las Fuerzas Aéreas de EE UU, aunque, en realidad, el cáncer mató al primero y el segundo se suicidó como consecuencia de una grave depresión. En círculos ufológicos, llegó a ser habitual culpar del fallecimiento de cualquier colega a los MIB; siempre sin pruebas, claro.
Todos los ufólogos que se han presentado alguna vez como víctimas de los MIB tienen una cosa en común: mienten. Todo fue una trola desde el principio. Bender cerró Space Review por razones económicas -la revista había perdido el apoyo de un grupo editorial-, y los hombres de negro le fueron de perlas para enmascarar su fracaso. Barker era un pícaro que se ganaba la vida con misterios inventados y vio potencial en toda la historia de los MIB. Después, llegaron otros ufólogos a los que ser amenazados por seres misteriosos les sirvió para darse importancia ante los aficionados. Más tarde, los cómics de Lowell Cunningham y el cine convirtieron a los MIB en agentes especiales que vigilan la actividad alienígena en nuestro planeta. Y, ahora, el ministro Montoro identifica a los funcionarios de la CE, el BCE y el FMI con los hombres de negro, que tampoco en este caso me parece que sean los malos. Me explico.
Los MIB de Montoro

Si los hombres de negro de Montoro vienen a España no será porque sí, sino por gente como él, que en 2002, cuando era ministro de Hacienda, estaba encantado con el alto endeudamiento familiar para la compra de pisos y consideraba que había que agradecer a la construcción el crecimiento de España. «Estamos creciendo cuatro veces más que la media europea y hemos recortado distancia a los países más desarrollados. Todo esto es gracias al comportamiento de la construcción, que ejerce de motor económico», decía hace diez años también como ministro de Hacienda. El tiempo ha demostrado que muchas familias se hipotecaron muy por encima de sus posibilidades -algo que hasta el más ingenuo era capaz de ver; pero no Montoro-, la construcción nos ha llevado a la ruina y el sistema bancario –hasta hace dos días, sólido como una roca– ha puesto el último clavo en el ataúd. Echar la culpa de lo que nos pase a partir de ahora a los hombres de negro es hacer lo mismo que hizo Albert K. Bender en los años 50, intentar disfrazar un fracaso; en nuestro caso, como país. Al igual que muchos ufólogos, muchos políticos y sindicalistas llevan mintiendo demasiado tiempo para esquivar sus culpas.
Como escribía el martes el periodista Ignacio Escolar, «hace falta un rescate moral de este país si no queremos que se hunda en un pantano». Sinceramente, a estas alturas y vista nuestra clase política, se me antoja algo mucho más complejo que el más complejo rescate económico. Ojalá me confunda.