El poder de los zahorís: creer en algo no implica que exista

Un zahorí en Gales, a finales del siglo XVIII. Imagen del libro 'A tour in Wales', de Thomas Pennant.
Un zahorí en Gales, a finales del siglo XVIII. Imagen del libro ‘A tour in Wales’, de Thomas Pennant.

Suponga que mañana se ponen de acuerdo la mitad más uno de los humanos en que la fuerza de la gravedad no existe. Suponga que mañana la mitad más uno de sus congéneres decide que la teoría de la evolución no es cierta y que fuimos creados en un laboratorio alienígena, o que el cáncer y el sida no existen. La gravedad tiraría igualmente de los cuerpos hacia abajo y seguiríamos sin pruebas de visitas alienígenas, seguiríamos siendo el producto de la evolución de especies anteriores y no un producto de laboratorio, y el cáncer y el sida seguirían matando millones de seres humanos. Que no creamos en algo, o que creamos en algo, no implica que no exista, o que exista. Por eso, cuando José María Íñigo defendió el domingo en Radio Nacional de España la posibilidad de que el hombre no haya pisado la Luna basándose en que hay mucha gente que así lo cree, estaba diciendo una tontería.

Ese mismo argumento -el de hay mucha gente que…- es al que ayer recurría la autora de «Los magos del péndulo», un reportaje publicado en El Correo, para intentar apoyar la idea de que el zahorismo funciona. «¿Pseudocientíficos? Puede ser. Pero los contratan. Eso es incontestable. Para buscar agua o para examinar la disposición de las mesas en una oficina, como han hecho los funcionarios del departamento vasco de Industria, alarmados por el incremento de casos de cáncer entre los compañeros. El zahorí que inspeccionó la zona prefiere no hablar. Se sabe que cogió el péndulo, lo paseó por la quinta planta del edificio Lakua I de Vitoria-Gasteiz, analizó los campos electromagnéticos y aconsejó cambiar la ubicación de las mesas para mejorar el bienestar de quienes en ellas se sientan. Y vale. A sus 80 años, y con muchos de experiencia y éxitos, no está para debates kafkianos, contrarrestar suspicacias o rebatir las teorías (doctores tiene la medicina) que achacan los tumores a la media de edad alta de los empleados públicos».

También hay gente que contrata a brujos, videntes y curanderos, pero eso no demuestra que los poderes de esos personajes sean reales; sólo que hay quien cree en ellos. Hay engañabobos porque hay bobos. Así de claro. La segunda falacia consiste en poner al mismo nivel a un zahorí, que nunca ha demostrado sus poderes, que a los científicos. No todas las opiniones son respetables: la de un zahorí respecto a la influencia de los campos electromagnéticos en el desarrollo del cáncer es tan digna de tomarse en serio como la de un niño sobre el hombre del saco o el ratoncito Pérez. Y no importa que, en el segundo de los casos, el niño encuentre una moneda donde dejó el diente que se le había caído. Lo mismo pasa con los zahorís. ¿Que encuentran agua? Claro, pero no es achacable a sus poderes extraordinarios ni a sus varitas mágicas, sino a su conocimiento del terreno y a que, en muchos sitios, dar con agua sólo depende de la profundidad a la que excaves.

Una tontería peligrosa

El zahorismo -en todas sus variantes, desde la tradicional hasta la moderna geobiología, pasando por la radiestesia- es pseudociencia y, como tal, que alguien crea en ella o se gaste el dinero en ella no le otorga un plus de credibilidad. No hay redes de energía desconocida esperando que individuos con varitas las detecten. Es posible que algunos zahorís-radiestesistas-geobiólogos crean que sienten corrientes de agua o misteriosos flujos energéticos sólo a su alcance, pero eso no significa que lo hagan; sólo que lo creen. Otros seguramente no creen en nada; pero es que, mientras haya bobos, habrá engañabobos. Lo único cierto es que ningún experimento científico ha confirmado las habilidades de estos supuestos dotados o, por mirarlo desde otro punto de vista, todos han demostrado que el zahorismo es tan real como los secuestros por extraterrestres.

La radiestesia tiene tanto fundamento como la cartomancia y la existencia de las líneas Hatmann es tan cierta como la del País de Oz. El problema es que la tontería de los magos del péndulo se convierte en un peligro cuando se empieza a creer que nuestra salud puede depender de energías misteriosas, porque eso abre la puerta, como indica la reportera, a que los radiestesistas comiencen a diagnosticar enfermedades. Da miedo sólo imaginarse lo que puede ocurrir a un enfermo de cáncer que crea que la solución a su mal pasa por cambiar de lugar de residencia o de lado la cabecera de la cama, o poner un sofá aquí o allá. ¿Pseudociencia? Seguro y, a veces, más que un simple timo. Y me da igual que crea en ella mucha gente. También hay mucha gente que cree que el hombre no llegó a la Luna y no por eso tienen razón. Y ha habido, a lo largo de la historia, mucha gente que ha creído en brujas, hadas, sirenas, centauros, dragones… y todo tipo de dioses.

Nota publicada en Magonia el 21 de junio de 2011.


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