¿Dónde están las pruebas de que las ondas nos enferman? Notas a un reportaje de ‘XL Semanal’

Titular del reportaje "¿Nos están enfermando las ondas?" de 'XL Semanal'.
Titular del reportaje «¿Nos están enfermando las ondas?» de ‘XL Semanal’.

XL Semanal, la revista dominical que se distribuye con El Correo y otros diarios, dedica este fin de semana un amplio reportaje a los efectos de las radiaciones de teléfonos móviles y electrodomésticos sobre la salud. Son cinco páginas cuya lectura puede llevar a la equivocada idea de que la respuesta a la pregunta planteada en el título, «¿Nos están enfermando las ondas?», es un o, en el caso más prudente, un quizás. No es así, no hay ninguna prueba que apoye esa idea, ni de que haya que tomar unas medidas preventivas como las que se recomiendan en el reportaje, algunas de ellas de risa como no podía ser menos en material procedente de la Fundación para la Salud Geoambiental (FSG), montada para fomentar el pánico electromagnético y favorecer la venta de productos supuestamente protectores de las radiaciones de los electrodomésticos.

El autor, Francisco Javier Alonso, indica al principio que, «hasta la fecha, según la Organización Mundial de la Salud (OMS), no se han confirmado efectos adversos (de las ondas no ionizantes) para la salud, pero tampoco se han descartado por completo». Es verdad tanto lo primero como lo segundo. Después de décadas de estudios, no hay ninguna prueba de que las ondas de telefonía provoquen cáncer. Pero también, después de décadas de estudios, lo que no hará ningún científico será descartar nada «por completo» porque la ciencia no lo sabe todo, aunque sabe cada vez más. Los científicos sí pueden, y lo hacen, pronunciarse sobre este presunto peligro basándose en los conocimientos actuales de las disciplinas implicadas, en lo que sabemos de los campos electromagnéticos y la biología.

«El riesgo de las antenas para la salud es cero o lo más parecido a cero. Son tan peligrosas como escuchar la radio. No hay ningún estudio publicado en una revista científica en el que se haya demostrado algún efecto nocivo. Si lo hubiera, sería de premio Nobel. Significaría que toda la física del siglo XX está confundida y, entonces, ¿cómo se explica que el hombre haya llegado a la Luna y los aviones sigan volando y no se caigan?», me suele decir cuando hablamos del asunto Féix Goñi, director de la Unidad de Biofísica de la Universidad el País Vasco (UPV) y el Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC). «¿Dónde están, después de tres generaciones de móviles, todos los casos de cáncer de los que hablan quienes se oponen a ellas? Las ondas de telefonía no causan enfermedades, más allá de las psicosomáticas. Esto no es cuestión de fe ni de opinión. Es así y punto. Igual que dos más dos suman cuatro», sentenciaba hace tres años el físico Joseba Zubia, también de la UPV.

No vale hablar de legislaciones restrictivas -como la austriaca, que recomienda que los niños no usen móviles- porque todo el mundo sabe que los políticos en este tipo de asuntos legislan lo que creen que les va a beneficiar más en las urnas, no lo que recomienda el conocimiento científico. Basta con observar la política del Gobierno español respecto a los transgénicos y la energía nuclear, por citar sólo dos ejemplos en los que el Ejecutivo central ha ignorado sistemáticamente a los científicos y tecnólogos, pero ha escuchado atentamente a quienes arman más ruido.

Conspiración a gran escala

El reportaje del XL Semanal alimenta la idea de que, aunque por ahora no haya pruebas, puede que en un futuro sí. Es bastante más probable que no, claro; pero esta segunda posibilidad es menos llamativa desde un punto de vista periodístico y no da para hacer un par de cuadros alarmistas como los que acompañan al texto. En uno de ellos, se presentan como «síntomas que podrían tener algo que ver con las ondas» que uno tenga sueño inquieto, pesadillas, se sienta mejor o peor desde que ha cambiado de casa, duerma mejor de vacaciones, tenga dolores de cabeza frecuentes, sufra alguna patología que no mejora con los tratamientos, se le marchiten las plantas en alguna zona de la casa… Y, entre las «medidas para curarse en salud», mi preferida es no tener los electrodomésticos «en la pared contigua a la cabecera de la cama. Aun estando apagados, emiten radiaciones que traspasan la pared». Ya, y aunque tengas la cabeza al otro extremo del dormitorio, te llegarán las ondas. Tampoco está mal la bobada de no colocar en la mesilla aparatos eléctricos y evitar los muelles en los colchones. Eso sí, no dicen nada de las emisiones de radio y la televisión, que nos bañan desde hace décadas con ondas estemos donde estemos.

Por si todo lo anterior fuera poco, se fomenta también la idea de que los científicos están comprados, tomando como fuente a Miguel Jara, colaborador habitual de la revista Discovery DSalud, el Más Allá de la medicina, y creyente en la conspiración de los chemtrails, entre otras locuras. Jara sostiene, y XL Semanal se hace eco de ello, que hay un gran número de «científicos y médicos de gran nivel presionados por los lobbies de las tecnología inalámbricas y/o contaminantes acallados para que la ciudadanía no sepa de los posibles perjucios de sus servicios». Otra vez, sólo se me ocurre una pregunta: ¿dónde están las pruebas?, ¿dónde están las pruebas de todo lo que se dice en el reportaje?, ¿dónde están las pruebas de que las radiaciones de los electrodomésticos provoquen pesadillas y que las plantas se marchiten?, ¿dónse están las pruebas de los efectos nocivos de las ondas de telefonía después de más de 25.000 artículos científicos?, ¿cuántas investigaciones más hay que hacer?, ¿cuándo vamos a poder decir basta?, ¿nunca?

Nota publicada en Magonia el 20 de febrero de 2011.